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LA LITERATURA ARGENTINA,

¿DE ESPALDAS AL MAR?

Por Marcelo Ortale

Sobran los escritores nativos que dedicaron sus obras al Río de la Plata, al Paraná, al Uruguay o al Salado. La surrealista interpretación de Julio Cortázar en “El fin del mundo del fin”

Nautilus

En la literatura argentina faltan escritores del mar. Autores como Stevenson, Melville, Jack London o el más cercano Hemingway, que dialogaron íntimamente con el mar curtidos en sal y espumas. El litoral marítimo argentino tiene unos 6.800 kilómetros de extensión. Sin embargo, pese a estar entre los treinta países con mayor longitud de costa, es decir, de interacción con el mar, salvo muy contadas excepciones la literatura argentina no acompaña esa relación.

En cambio, sobran los escritores fluviales. Los ríos argentinos tienen mensajeros y exploradores literarios, autores que le dedicaron a ellos obras memorables. Allí pueden inscribirse, entre tantos otros, los poemas de Borges, Vicente Barbieri, Juan L. Ortiz, Lugones, Carlos Mastronardi, Jaime Dávalos y de prosistas como Juan José Saer o Haroldo Conti, que se detienen en el Río de la Plata, el Salado, el Paraná o el Uruguay, para encontrar en ellos leyendas, historias, mitos fundadores, orígenes de la identidad nacional.

No pasa así con el mar. Cuando se realizó en Buenos Aires, en 2003, una retrospectiva de Rafael Alberti y su vida en la Argentina, no dejó de señalarse que pese a haber nacido en el muy marítimo puerto de Santa María de Cádiz y de haberle dedicado al mar en España poemas tan emblemáticos como los de “Marinero en tierra”, cuando llegó exiliado a la Argentina sólo escribió sus bellísimas “Baladas y canciones del Paraná”.

Expulsado primero de su tierra por el franquismo, huido de los nazis cuando se refugió en París, el emigrado Alberti se habrá sentado a orillas del Paraná y allí sintió la inspiración: “Hoy las nubes me trajeron/ volando el mapa de España/ ¿Qué pequeña sobre el río/ y qué grande sobre el pasto/ la sombra que proyectaba”.

A Alberti le pasó lo mismo que a muchos colegas de nuestro país: el mar argentino no le dijo demasiado. Ensayistas como Murena o Martínez Estrada no dejaron de señalar que el mar, para los argentinos, fue –antes que nada- el puente para llegar a Europa, “el puente más largo del mundo”. La idea de mar en la literatura argentina es la de puerta de salida o llegada, para acceder a la historia o para regresar de ella y refugiarse en un espacio sin tiempo.

 

LA LLANURA

La llanura es como el verdadero mar de los argentinos. Los sentimientos que ese paisaje sin término que se extiende en el campo bonaerense siguen vigentes en la actualidad. “Tiene que cruzar el océano de pasto y así llegará a Ayacucho”, le advierten a los automovilistas en las estaciones de servicio de Rauch. La semejanza viene de lejos, desde los orígenes. Existe, sin embargo, una extraña nostalgia: el hombre ve lo mediterráneo y le parece un mar.

José Pedroni fue un gran poeta santafesino, de voz campera y metafísica, ahora un casi olvidado más de la desmemoria argentina. El escribió este poema emblemático: “El mar con árbol donde yo he nacido/ es primero un gran mar de tierra arada;/ después un mar de lino florecido/ y después otro mar de mies dorada./ Tú, inmenso mar de seno estremecido,/ siempre serás el agua despoblada,/ que por dentro se nutre de lo hundido/ y por fuera de luna derramada./ Tienes el pez; tienes la roca dura,/ y bajo un ángel de liviano vuelo/ la botella que flota a la ventura./ Pero tres veces mar, quiero mi suelo/ que la mano del hombre transfigura/ y suelta su paloma por el cielo”. Agua despoblada, dice Pedroni, eso es el mar.

El oleaje de los cultivos que ondean en la llanura, de girasoles que se mecen hasta el horizonte. El campo por el que navegan cosechadoras gigantes que parecen navíos en la tierra, escoltados por gaviotas que llegan desde el mar en busca de alimento, confundidas por ese océano verde.

 

EL MAR

 

Hace poco se publicó en España un libro que recopila en sus 600 páginas los que considera mejores textos marinos de la literatura universal. Su autora, Marta Salis, es nacida en Madrid pero su infancia quedó subordinada a la gravitación del mar Cantábrico, que baña el norte de España y el suroeste de Francia.

“La selección de textos que Salís propone en esta antología sobre este vasto tema no es “histórica”, en el sentido de verse obligada a retratar los pasos de Moisés, Ulises o Jasón, pero sí cronológica, e incluye no solo ficciones sino crónicas de aventuras auténticas que merecerían serlo. Así leemos de la nave que perdieron los marineros de Colón, de los piratas que acosaron la ciudad de Maracaibo, de una seudorrobinsonada contada por el inventor de la primera, Daniel Defoe, de los sufrimientos de esclavos como Olaudah Equiao y de los razonamientos de negreros como el capitán Hugh Crow, de aventuras más recientes como la del circunnavegador solitario Joshua Slocum (que, al parecer de Richard Ford, fue uno de los mejores escritores de lengua inglesa)”, dice Alberto Manguel de este libro.

 

Agrega en su estudio el actual director de la Biblioteca Nacional: “Un descenso al Maëlstrom de Poe, la célebre descripción de una tempestad marina de David Copperfield de Dickens, la fábula de Los tres eremitas de Tolstói, la tragedia de El bote salvavidas de Stephen Crane, el muy kafkesco El cazador Graco de Kafka. Curiosamente (pero la ausencia es una de las características inevitables de toda antología) falta algún cuento de Las mil y una noches, algún episodio de Los viajes de Gulliver, alguna aventura de las sagas escandinavas. Estas ausencias no disminuyen en nada el encanto de esta colección”.

 

ALFONSINA Y EL MAR

Claro que existen muchos poetas y escritores argentinos –sobre todo quienes viven en las ciudades marítimas- que le escriben al mar, pero muchos de ellos no han logrado hasta ahora la celebridad deseada. En la literatura argentina casi puede hablarse de esa suerte de monopolio dramático que ejerció y aún ejerce Alfonsina Storni, tan marítima en vida como en muerte.

“Oh mar, enorme mar, corazón fiero/ De ritmo desigual, corazón malo,/ Yo soy más blanda que ese pobre palo/ Que se pudre en tus ondas prisionero./ Oh mar, dame tu cólera tremenda,/ Yo me pasé la vida perdonando,/ Porque entendía, mar, yo me fui dando:/ «Piedad, piedad para el que más ofenda», dice la desamparada Alfonsina frente a su mar.

Sólo ella parece haber mojado su pluma en esa pureza enigmática y esencial del mar que la sedujeron siempre. En el mar de Alfonsina no hay corrupción, no hay traiciones: “Mírame aquí,/ pequeña, miserable, / Todo dolor me vence, todo sueño;/ Mar, dame, dame el inefable empeño/ de tornarme soberbia, inalcanzable./ Dame tu sal, tu yodo, tu fiereza./ ¡Aire de mar!... ¡Oh, tempestad! ¡Oh enojo!/ Desdichada de mí, soy un abrojo,/ Y muero, mar, sucumbo en mi pobreza./ Y el alma mía es como el mar, es eso,/ Ah, la ciudad la pudre y la equivoca;/ Pequeña vida que dolor provoca, / ¡Que pueda libertarme de su peso!”

Casi puede hablarse de esa suerte de monopolio que ejerció y aún ejerce Alfonsina Storni

 

DE ESPALDAS

 

Puertos arenosos, costas abiertas, sin rías piadosas para refugiarse. Algunos puñados de pescadores napolitanos que se atrevieron durante décadas con sus frágiles lanchas amarillas. Una armada sin recursos, con barcos vetustos, cuyas últimas tragedias –lal del Belgrano, la del Ara San Juan- empiezan a convocar a las voces literarias.

Pero aún falta mucho para que nuestro mar tenga, como los ríos del país, una literatura sólida. El inefable Borges intentó varios acercamientos: “El mar. El joven mar. El mar de Ulises/ Y el de de aquel otro Ulises que la gente/ Del Islam apodó famosamente/ Es-Sindibad del Mar. El mar de grises/ Olas de Erico el Rojo, alto en su proa./ Y el de aquel caballero que escribía/ A la vez la epopeya y la elegía/ De su patria, en la ciénaga de Goa./ El mar de Trafalgar. El que Inglaterra/ Cantó a lo largo de su larga historia,/ El arduo mar que ensangrentó de gloria/ En el diario ejercicio de la guerra./ El incesante mar que en la serena/ Mañana surca la infinita arena”.

Para Julio Cortázar el mar casi no existe, aunque sí existe “la mar del libros”. El asunto es así, según lo explica en “El fin del mundo del fin”. Dice Cortázar que como los escribas (escritores) continuarán aumentando y “ los pocos lectores que en el mundo había van a cambiar de oficio y se pondrán también de escribas”, la producción de libros será tal que desbordarán las bibliotecas y entonces los municipios buscaran tierras aptas para ampliarlas, sacrificándose a las plazas y a los juegos infantiles. Pero nada alcanzará y los teatros, las maternidades, los mataderos, las cantinas, los hospitales se construirán con libros que harán de ladrillos y luego los libros ocuparán los campos, hasta que, finalmente, por decisiones de los presidentes de los países “se precipitará al mar el sobrante de libros, lo cual se cumple al mismo tiempo en todas las costas del mundo”.

“Así los escribas siberianos ven sus impresos precipitados al mar glacial, y los escribas indonesios etcétera. Esto permite a los escribas aumentar su producción, porque en la tierra vuelve a haber espacio para almacenar sus libros. No piensan que el mar tiene fondo, y que en el fondo del mar empiezan a amontonarse los impresos, primero en forma de pasta aglutinante, después en forma de pasta consolidante, y por fin como un piso resistente aunque viscoso que sube diariamente algunos metros y que terminar por llegar a la superficie”. Y así será el caos del fin del mundo del fin, según Cortázar, uno de los pocos grandes escritores argentinos que le encontró un destino al mar: ser relleno sanitario de la literatura.

MARCELO ORTALE

marhila2003@yahoo.com.ar

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