José Solía nació en 1927, en Marín, un puerto abrigado a la orilla de la ría de Pontevedra, en España. Desde 1950, reside en nuestra ciudad. Hizo sus estudios en la Malharro y con Demetrio Urruchúa. Del 76 al 78 trabajó en la Península Ibérica, becado por lo que entonces se llamaba Centro Iberoamericano de Cooperación y más tarde se conocería con la sigla I.C.I, luego AECI. En esos años estudió el enorme testimonio del arte románico y gótico de aquellas tierras. Vuelve a ser recobrado para el patrimponio de Galicia en la década de los ochenta, allá realizó varias exposiciones que confirmaron su inestimable maestría en una obra singularísima, plena de una imaginería fantástica, lírica, erótica, mística y crítica. Es una muestra evidente de un excelente conocedor de la mejor tradición europea y del arte hispanoamericano. Solla es poético con un aire expresionista que da a sus composiciones el sello inconfundible de lo onírico y simbólico. Hay en él más intuiciones que representaciones, para lo cual elige las dimensiones extendidas del mural o bien, da la sensación que el plano adquiere casi siempre el modo de lo voluminoso y lo escultural. Las composiciones de figuras son por eso mismo, formas abigarradas, esperpéntico, con una deliberada referencia al bestiario y a la exageración satírica y también, lúdica. Seres fantásticos o monstruos, inspirados en mitologías precolombinas o románicas, pueblan espacios aéreos, flotantes o suspendidos, pájaros y criaturas aladas, cerdos, aldeanas y aldeanos de un cuento que no se termina de contar, una larga noche cualquiera de nuestra infancia.
El también artista plástico Guillermo Faillace, en 1988 (PROPUESTA, Centro Médico deMar del Plata, 1988, Nro. 40) le hizo este reportaje que reproducimos a continuación.
En él, Solla daba a conocer su Serie Románica. El "irrealismo poético", como se lo ha intentado definir, aparece decantado por su maestría para hacer que los sueños y obsesiones graviten yuxtapuestos en las pinceladas. Su bestiario aparece entre hojas, cruces, caseríos, procesiones y amantes besando o haciéndose el amor. Esa narrativa plurívoca abandona la hermenéutica del simbolismo para inscribirse en la más amplia de las sugerencias oníricas que le hizo decir a César Magrini "esa pintura es la que sueña por mí"
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