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Homenajes y Memorias

RICARDO E. MOLINARI: 

“Jorge M. Furt, Elegías”  y “Saga de Los Talas” 

 

por María Julia De Ruschi*

Las cuatro Elegías a su amigo Jorge M. Furt pueden figurar entre los poemas más hermosos y sentidos de Molinari. Más enigmáticos también, en su penetración del misterio de la muerte. Los encabeza un significativo epígrafe de Jorge Manrique: “Este mundo es el camino para el otro que es morada sin pesar.” Fueron incluidos en su libro La escudilla, de 1973.

La amistad de Ricardo E. Molinari (1898-1996) y Jorge M. Furt (1902-1971) se extendió por más de cuarenta años, desde 1929 aproximadamente hasta la muerte de Furt en 1971. El humanista y estudioso de nuestro folklore, bibliófilo y mecenas, cumplió un papel relevante en la vida de Molinari. Entre otras cosas, gracias a la hospitalidad con que lo acogió durante años y en reiteradas ocasiones en su antigua estancia Los Talas encontró Molinari su paisaje, la llanura bonaerense, que inspiró sus odas y elegías más conocidas, al punto que muchos lo creyeron (o lo creen) nacido en alguna población rural. El “pueblo” al que a veces se refiere como el sitio donde transcurrió su infancia es el muy porteño barrio de Villa Urquiza, donde vivió hasta su edad adulta.

La primer elegía ve a Furt transformado en pájaro después de su muerte: “Portea el halcón overo / con sus alas sostenido”. No nos detendremos aquí en el simbolismo del pájaro, tan importante en la obra de Molinari, sobre todo a partir de su libro El cielo de las alondras y las gaviotas de 1963; bástenos recordar que en muchas tradiciones los muertos se transforman en pájaro.  Esta elegía tiene un final que merece una aproximación atenta: “Siempre lo sabremos muerto / a su tierno desencanto. / ¡Extraño, fugaz, extremo, / desprendido y comenzado! // En ocio ciego callado.” ¿Es un balbuceo/tanteo verbal de aproximación cauta al misterio del otro en su otro espacio, después de la muerte? ¿Podemos ver en la serie de adjetivos una progresión a partir de las fronteras de la muerte: el amigo no es ya quien se conocía, sino un extraño en una nueva realidad; el tiempo desde su nacimiento hasta su muerte se desvanece, no es más que un instante fugaz desde la perspectiva de la eternidad; su existencia transcurre ahora en un espacio extremo, más allá del cual no se puede ir; allí se ha desprendido, se ha liberado del todo el lastre terreno, enfermedades, preocupaciones, dolor y ha comenzado su vida ultraterrena, como un halcón? ¿Es válida esta lectura? Apenas una entre tantas posibles. Más difícil es arriesgar una interpretación de “ocio ciego callado”, ¿quizás un abandono a cierta forma de deslumbramiento extático que solo requiere ojos cerrados y silencio?

La serie fue escrita un tiempo después de la muerte de Furt el 7 de febrero de 1971. El primer poema, en una versión ligeramente diferente a la que encontramos en La escudilla, fue publicado en La Gaceta de Tucumán en marzo, por lo cual suponemos que fue escrito en febrero. El segundo poema también fue escrito en febrero y el siguiente en marzo, por lo que en ellos se dice. Este tercer poema está fechado en la casa de Molinari en Bella Vista y trasmite el sobrecogimiento con que nos estremece el enterarnos de la muerte de una persona cercana y querida. El cuarto poema está fechado en Los Talas en diciembre de 1972.

En el segundo poema la muerte del amigo lleva la mirada de Molinari hacia el pasado. Piensa en Furt (“todo un día”) y rememora sus estadías en Los Talas, enumerando nostálgicamente particularidades del lugar: la “fina arenilla rumorosa” que se deslizaba por el interior de las paredes de la casa, como asimismo “tanto fantasma, pasos y presencias. Ruidos, trotes y luces aparecidas.” Ruidos y trotes quizás de la diligencia a la que se refiere Furt en su Libro de compañía ii, la que llevaba a los unitarios que fueron degollados en la estancia. “Qué voluntad de llover este febrero” dice, y nos muestra a los perros “sacudirse del agua” tal como lo vi el día de mi primera visita a Los Talas, en la cocina. En esa oportunidad también se acercó un gaucho a abrir la tranquera bajo la lluvia: “Y alguien habrá venido, empapado y mirándose las uñas, / para abrir las dos tranqueras al campo de ‘Los Talas’”. Así como es precisa su percepción de los detalles concretos, sin duda es fiel su trasmisión de lo indecible de la rememoración y la nostalgia. Tal vez, apenas, callados y ciegos, solo  nos cabe encontrar la forma de resonar al unísono.

La tercera parte es una apertura a la visión de la muerte. Un adentrarse en un territorio inaccesible desde el tiempo, una realidad a la que solo puede aludirse a través de símbolos. Elijo un fragmento y me detengo en uno de ellos:

Este ojo que está observando huye su mirada sin ardor;

corre las superficies de algunas cosas que lo embellecen,

y brotan y atardecen con el sol en estas llanuras

ásperas y suspensas.

¿Por qué un ojo? En el Cantar de los cantares (4, 9) el Esposo le dice a la Amada: “Robaste mi corazón con uno de los tus ojos” (en la traducción de Fray Luis. En la Vulgata: “in uno oculorum meum”) ¿Por qué la Sulamita conquista con “un solo ojo”? En su comentario, Fray Luis trata de explicar la extrañeza de la unicidad de ese ojo al entender ‘mirada’ en vez de ‘ojo’.” Este solo ojo no solo reaparece en San Juan de la Cruz [“En sólo aquel cabello / que en mi cuello volar consideraste / mirástele en mi cuello / y en él preso quedaste / y en uno de mis ojos te llagaste”], Sor Juana Inés de la Cruz escribe: “Con un solo ojo bello / el corazón me ha abrasado”. Molinari dice “este ojo” en vez de decir “yo”. Pero en tanto él se identifica con “este ojo”, entendemos que es suya  la mirada luminosa, visionaria y encendida de amor que penetra órficamente en el ámbito de la muerte, la de su amigo y la propia: en la “caverna”. El poeta se encuentra a un tiempo escribiendo en su casa de Bella Vista, y en Los Talas contemplando “las superficies de algunas cosas que lo embellecen” a su ojo, a él. “Algunas cosas” no es un vago referirse a cosas imprecisas, sino que alude a esas cosas cuya reverberación mística hace partícipe de su belleza al contemplador.  Están regidas por el sol, ojo de luz, que les da vida desde el nacimiento hasta la muerte (“brotan y atardecen”). Ojo que no solo ve, sino que ilumina lo que ha de ver, e infunde su claridad en los ojos que lo han de contemplar. Si el ojo no fuera solar, no podría ver la luz, dijo Goethe, parafraseando al Meister Eckhart. Estamos en la tradición que desde remotos orígenes pasa a Platón, Plotino, San Agustín y nuestros místicos. “Este ojo” no estaría en contradicción, sino que más bien complementaría el “ocio ciego callado” del primer poema.

¿Por qué las cosas lo embellecen? ¿Las cosas hermosas que rodeaban a Furt? ¿La naturaleza? Esas cosas las rememora en la deriva de la muerte; se desprenden y se esfuman en las llanuras “suspensas”, en un espacio y un tiempo otros, inmateriales. Y así como ve las cosas en el horizonte en que desaparecen, vuelve el poeta su mirada a lo próximo circundante y a las frágiles pero incontrastables certidumbres de la memoria. “Tira marzo los días cortos y húmedos”, continúa, “los montes irán cobrando / su color herrumbroso, mojado. Y penetrará la ausencia.”  “Allí, entre aquellos árboles remotos, tuve alguna vida, amistad y plática, sumidad suave, satisfactoria.” La inusual palabra “sumidad” se emplea en relación con la recolección de las flores: la parte superior de un tallo con flores se denomina “sumidad florida," como en el caso de la lavanda, el orégano, la retama. ¡“Sumidad suave, satisfactoria”! No obstante, contrasta con ella la soledad del poeta escribiendo “extrañado y quieto”, la soledad del amigo muerto: “Y solo / quedará el viento removiendo las agrias y rotas tiras de la noche. ¡Lo impenetrable, desprendido!” Así termina el poema. Percepciones contrarias, contradictorias, que afinan sutilmente un mismo sentimiento. Y esa exclamación final, semejante a la de tantos poemas de Molinari que culminan en azoro y desasimiento espiritual.

En la cuarta y última elegía ya no evoca desde la distancia sino que ha ido a Los Talas a recordar, a despedirse: “He venido a estar en el campo y las casas unas horas.” Unas horas: sentimos de inmediato el abismo abierto entre ayer y hoy: antes iba para quedarse largos fines de semana, temporadas. Ahora vino para irse. Antes el festín, ahora la nostalgia. Una breve visita y el adiós. ¿Añoranza también de quien se sorprende viejo en el lugar donde gozó amores de juventud? ¿A qué se refiere por “loca flor” cuando dice: “Punza acechar por todo lo que asoma desabrigado, roto ―otra vez mutable― sin una loca flor / que nos mire desde el monte”? ¿O de que índole era la inscripción que se borra en “esta piedra que lleva unas letras sensibles que ya tapan las verdineras y opacan las lluvias y enverdecen las humedades más tiesas y duras”?

El poema termina: “Quizás al partir me acompañen y despidan unos teros. / Hace tanta anchura, y estoy viejo y liviano.” “Anchura” no es una palabra elegida al azar. “Apretura” y “anchura” designan dentro del lenguaje místico estados espirituales alternos. Asín Palacios analiza la jerga usada por San Juan, presente entre los sadilíes (una rama de la mística sufí que probablemente influyó en los alumbrados): el basṭ o anchura del espíritu es un sentimiento de consuelo y dulzura espiritual y se asocia al día, y contrasta con el quabḍ o apretura, estado de angustia o desolación que se asocia a la noche oscura del alma, en la que Dios sume al místico para desasirlo de todo lo que no es él. No obstante, con la rotación de signos que ya vimos es propio del lenguaje místico, la apretura puede ser preferida a la anchura, ya que, según algunos, en la angustia hace desaparecer al yo de sí mismo, mientras la esperanza lo hace retornar. La apretura aparece en otras partes de La escudilla, por ejemplo: “La melancolía se arregosta [se abandona gustosamente]/ a las últimas guirnaldas / del anochecer / casi frío. / Estoy arrinconado, inane, y pienso / en un camino angosto, / sombroso”. En sus palabras preliminares a la traducción de Tomás González de Carvajal de Los Salmos del Rey David, dice Molinari que Santa Teresa “sentía el apretamiento con que el Señor cerraba al Rey David el anillo de la más penetrante angustia espiritual […]. Y concluye: “Sequedad inmensa —sola—sin derredor, la de este salmo penitencial; sin alivio y sin esperanza. ¡Como mirar la tierra, sin prisa, en la llanura!”

 

La “Saga de Los Talas” pertenece a El desierto viento delante, el último libro de Molinari publicado bajo su propia supervisión, en 1982, es decir, cuando tenía 84 años. Es una prosa muy breve con todas las características de un apunte, de unas palabras aparentemente dirigidas al amigo, pero en realidad susurradas hacia dentro, en la intimidad de su corazón y su memoria.

 

Vuelves día a día de entre los muertos, y volador pasas corriendo, sin descanso,

en las entrenoches, cuando encienden las lámparas de las casas.

Pegados a estas paredes retumban fuertes tus talones desnudos, sorpresivos.

Palpitan las piedras apretadas, las parvadas y tierras ciegas y duras de estos

descampados. ¡Retornas de tu celda subterránea, hechizado!

Vienes desde el sur, entre las llanuras, y pierdes adelante con las atardecidas.

No habrás finado tu vida, y de estrella a estrella quiebras y asomas

en mi mente desocupada, y prosigues cimarrón. ¡Qué noticias transportas,

querencioso! ¿En qué término, te limpiarás desenredado la imagen desertada

y hablarás?

¡Palabras lentas, tristes y encendidas!

 

Tenemos en estos párrafos plenamente desplegada la atmósfera de los últimos libros de Molinari, en el que quedan superadas las distancias entre el mundo de los vivos y el de los muertos, entre el adentro y el afuera del propio cuerpo, en el que desaparecen las fronteras del tiempo y del espacio. Veía Molinari ángeles y fantasmas, despertaba en las lejanas orillas de Troya o en la piel de un viejo indio sioux o de un daimio del Japón feudal. Recibe la visita de Alfonso Reyes un año después de su muerte (“viniste a esta perdida zona del sur a despedirte”) y varios años más tarde vuelve a encontrarse con él en su casa en Coyoacán.

Este silencioso diálogo con Furt no está hecho de metáforas literarias sino de experiencias: el escuchar el sonido de sus talones en el pavimento, el verlo salir de su “celda subterránea” o el verlo aparecer “de estrella a estrella” en su mente desocupada. Estas pocas líneas encierran, también, una poética de la luz. La amistad de cuarenta años en este mundo se prolonga en el mundo imaginal o intermedio, ni totalmente material ni totalmente sobrenatural, del cual Molinari fue intérprete privilegiado durante una larga etapa hacia el final de su vida y de lo cual estos poemas son un cabal reflejo, además de un testimonio de la pervivencia órfica de una amistad entrañable.

*María Julia De Ruschi (Buenos Aires, 1951), poeta, crítica y traductora que formó parte de los grupos Nosferatu y Último Reino, integrados, entre otros, por los poetas Mario Morales, Jorge Zunino, Horacio Zabaljáuregui, Víctor Redondo y Susana Villalba.Su primer libro de poemas, Polvo que une, se editó en España luego de haber recibido el premio Leopoldo Panero del Instituto de Cultura Hispánica en 1975. Ha publicado, además, los siguientes libros: Et amava (1979); Artemis cantando, Artemis (1982), Mujer vacilante (2004), entre otros.

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De izquierda a derecha: Alberto Morera, Jorge M.Furt, Arturo Marasso, Ricardo E. Molinari y Etelvina Furt en Los Talas
Furt tuvo dos hijos, Etelvina y Martín Mariano, que murió muy joven en un accidente. Actualmente se ocupan del legado las hijas de Etelvina.

JORGE M: FURT, ELEGÍAS

I

                 Este mundo es el camino

                 para el otro que es morada

                 sin pesar.

                                    Jorge Manrique

                                     

 

Portea el halcón overo

con sus alas sostenido.

¿Quién pudiera tan ligero,

libre, por detrás seguirlo?

 

Dicen que se fue y ha muerto,

que anda lejos y llevado,

como reflejo movido

en las hojas del verano.

 

Conoce que vaga muerto

por su desandar mudado;

ya puede soñar con gusto

todo consuelo olvidado.

 

Siempre lo sabremos muerto

a su tierno desencanto.

¡Extraño, fugaz, extremo,

desprendido y comenzado!

 

En ocio ciego callado.

 

II

Ya se fueron los años y los esfuerzos. La vida abierta y pasada.

                               /Los cielos borrosos,

las flores. Los amigos. Ahora todo es menudo,

separado, como la imagen movediza de las pequeñas nubes en mis ojos.

 

Pienso en él —apresurado— todo un día; quiero acomodar a la ausencia,

                        /el sentimiento, mi capacidad

para esta noticia despiadada e interminable.

Vino hacia las casas desde la ciudad, reacio al zarandeo, la asepsia,

                   /a las preguntas y la gente,

a sus cuartos antiguos, en los que a veces

se oye deslizar por las paredes una fina arenilla rumorosa

        /que no se encuentra.

Todo lo habrá aguardado, ese mundo que toleraba,

tanto fantasma, pasos y presencias. Ruidos,

trotes y luces aparecidas.

 

Qué voluntad de llover este febrero, desde su cama

           /oiría a la perrada sacudirse del agua, inquieta.

Y toda esa eternidad, allí, lo miraría como asomada

               /a un estanque. Y él, quieto y terminado.

 

Y alguien habrá venido, empapado y mirándose las uñas,

Para abrir las dos tranqueras al campo de “Los Talas”.

Y el camino tan suyo, alambrados, pastizales, y las flores

    /azules de los cardos, y algún chimango,

¡cómo lo habrán mirado!

 

Aquí, en mi morada, lo recuerdo largo y en silencio.

La tarde lluviosa entra de golpe en la noche y siento frío y abandono.

 

 

III

La muerte será un tiempo, una impresión, y de pronto la alborada

        /tensa y neblinosa. Quizás la tarde

y lo imperceptible un cañaveral. La caverna.

 

Todo se hallará apartado y vacío; sueño dudoso y casi transparente.

Este ojo que está observando huye su mirada sin ardor;

corre las superficies de algunas cosas que lo embellecen,

y brotan y atardecen con el sol en estas llanuras

ásperas y suspensas.

 

Tira marzo los días cortos y húmedos, y comienzan a desprenderse

     /las hojas; a volar las bandadas de patos

hacia las nubes bajas y rojas. Gritan y pasan obscuros.

El otoño habrá entrado en “Los Talas” sus sombras lucientes

y filosas, perdido; los montes irán cobrando

su color herrumbroso, mojado. Y penetrará la ausencia.

 

Allí, entre aquellos árboles remotos, tuve alguna vida, amistad

               /y plática, sumidad suave, satisfactoria. Y todo

será igual, victorioso e inútil, como estas horas

en que estoy, extrañado y quieto, escribiendo. Y solo

quedará el viento removiendo las agrias y rotas tiras

de la noche. ¡Lo impenetrable, desprendido!

                             B. Vista, 1971

 

IV

He venido a estar en el campo y las casas unas horas;

          /un tiempo callado, en que todo es distraído y lejano.

Da dolor ver lo que han arado los días enrevesados,

            /el viento y las nubes sobre estos descampados verdes,

lisos con el verano.

 

Punza acechar por todo lo que asoma desabrigado,

   /roto —otra vez mutable— sin una loca flor

que nos mire desde el monte.

 

Aquí mi juventud, la bonanza, el albedrío y los pájaros

      /gritones, cautelosos y rasantes.

Esta piedra que lleva unas letras sensibles que ya tapan

     /las verdineras y opacan las lluvias y enverdecen las

      /humedades más tiesas y duras,

me observa y me persigue empañada. ¡Tanto día!

 

He vuelto como a un país constante en la memoria,

a las luces y edades de “Los Talas”.  Aquí yo,

aquí toda la ausencia.

 

Voy desandando las pisadas, lento y seco, nada se concede,

   /conoce ni recuerda, ni el guardaganado desde donde ojeaba

el obscurecer fino de la noche.

 

Quizás al partir me acompañen y despidan unos teros.

Hace tanta anchura, y estoy viejo y liviano.

                   “Los Talas”, diciembre 1972

 

 

Elegía I

Versión publicada en La Gaceta de Tucumán

 

Vuela el halconcito bravo

Con sus alas sostenido

¿Quién quisiera tan ligero?,

Libre, por detrás seguirlo.

 

Dicen que se fue y ha muerto

Que anda lejos y liviano

Como humo frío y movido,

Con el viento del verano.

 

Conoce que vaga muerto

Su querer morir callado;

Ya puede soñar con gusto

Todo consuelo olvidado.

 

Siempre lo sabremos muerto

A su tierno desencanto.

Extraño, devuelto, extremo;

Perdidizo y desandado.

 

¡En ocio hermoso callado!

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