IMPULSO y otros poemas
Claudia Caisso
Poeta, docente y crítica literaria. Su labor académica la ha llevado ser conocida por sus trabajos sobre José Lezama Lima, José Emilio Pacheco y sobre muchos otros escritores hispanoamericanos. Ampliamente citados son los libros "De vértigo, asombro y ensueño: ensayos de literatura latinoamericana" (2001), "Fiel de lides" (2004) y "El tímpano de la epifanía" En los últimos años se ha dedicado a trabajar Literatura e Interculturalidad en el Caribe no hispano con especial énfasis en la obra del poeta y dramaturgo Derek Walcott, cuyos libros Sueño en la montaña del mono y El lebrel de Tiepolo tradujo del inglés.
IMPULSO
para Agustín
Irrumpía el mar en aquel aroma
azuladamente ágil de la voz
entre glicinas cuando la luz
dibujaba la lentitud del momento
en que cantan las campanas.
De tardecita podía oír
aquel clamor espiralándose
entre rumores cómplices
y sabores a lejanía
probada en patios de la infancia
donde leer la leyenda de la lluvia
cuando el ojo de agua
era una corola circundada por zarzales.
Un hueco húmedo y dulce
más allá de los sauces
con la acequia de gracia naciente
para bordear el enigma del destino
sobre la corteza de silencio
como si sólo existiera horizonte
y el humus aquél entre raíces:
una miríada de canales en tierra inimaginable
bajo la bóveda intermitentemente vegetal
y los umbrales del limo en la garganta.
TUS PANTUFLAS RAÍDAS WYSTAN AUDEN
vienen de las anchas
avenidas del hielo, de tierras
de sideral blancura
de barrancas con visionarios interiores
que te llevaron a atesorar
la capacidad maldita
de amar hasta animarte
a enfrentar a la especie humana
sin que lo merecieras.
La intensidad de los surcos
de tu rostro también ejecutó
la música profética
porque repitió la partitura
en otro lugar,
como cuando gritaste
solemnemente tu poesía
contra todas
y cada una de las convenciones.
Mientras tu calzado gastado
le recordaba a Inglaterra
en un programa de la B.B.C.
que sería necesario cantar
un blues en tu funeral
y atar “una cinta negra en cada paloma”…
La tibieza que late
en la ternura terrible de tu mirada
ha sido la prueba fehaciente
de tu desacuerdo
con el mundo, Wystan Auden:
tu camino infatigable
hacia las fuerzas arcaicas
que están en los nombres
de inmemorial energía
con la que contrarrestar
el torrente de crímenes
y acciones verbales
con que la vida es insistentemente herida.
La hímnica libertad
que aparecía por instantes
y se empecinaba
en hacerte escapar
hacia la canción de amor
por Alfred Prufrock de Thomas Eliot
hasta que fueras
una escalera breve
de madera sobre el fieltro raído
de tu calzado con cuadrados negros y blancos
como los del tablero de ajedrez.
Porque tus pies rozaron el pasto
para modular amorosamente
la materia después,
cuando te sustrajeras a las miradas
de quienes no escribirían
ninguna plegaria encendida:
tu coloquio empuñado
con esquirlas de tierra humillada
donde acariciarías
el dolor de la voz
a contracorriente de la violencia
que locamente se acuna
en los mares empastados por la brea
que arrojan las máquinas
de una multitud de barcos
portadores del desperdicio sobre la espuma
el ruido brutal y la guerra,
portadores de la codicia
que hay en las aguas impuras
de la fe….
Disípanos
en el aliento preciso
de tus imágenes
Wystan Auden.
Baja para nosotros
de nuevo los ojos
hacia los lados
solitario y perplejo;
llora por nosotros
compadécete de nuevo
como el excelso presbítero
ateo que supiste ser…
Desnúdate ante las formas
de nuestro coraje escaso
ahora, cuando apenas sabemos
pulir el cubo
en que se transforma
el cielo de belleza
que hay en tus poemas, cada vez…
CALIPSO
Si en su infancia hubo odio
lo alcanzó a destilar
en las arenas dolorosas del olvido
de lo vivido que fue improvisando
con la necesidad de atravesar
las estafas de amor que no hizo
mientras jugara todavía
un poco más
con la menor de las hermanas.
Tal vez pregunta por eso
“¿qué estás haciendo?”…
al atardecer, cuando el silencio
de la soledad nos envuelve
en el extravío
e intuyo que no alcanza a recordar a la madre
hablando con idéntica elasticidad
para el candor de los sonidos:
con parecida dulzura
con que cuidar la nostalgia
que anida en el aroma de la vainilla
las bolsitas de lavanda
y algunas recomendaciones
sobre cómo elegir las frutas
y qué hacer si la miel cristalizara…
“Pichonas” nos decía…
pero es probable que ella
no recuerde qué hacía la abuela
con los nombres
aunque la lleve en la boca
y la traiga en el brillo con que mira …
“Esto ella me lo regaló”
me ha dicho, después de besarla
mientras se escapaba el cielo
de la oración… y el llanto
dibujaba una nubecita
imposible de ocultar
como cuando la seducen
esas parejas nuevas que se forman
en los juegos por la tele
y se sonríe vaciando el rostro
y me dice “qué hermosos los ojos de ella”
y un poco después … “ los de él también”…
Cruzo la calle
con el único apoyo
de un antiguo alarido,
atenta a la luz
que a veces regresa
con restos de la infancia
para la áurea visión
de una cinta de Moebius
que hacen ondear en el sueño
dos emisarios flacos en bicicleta
para que se abra la noche
donde “está todo oscuro”.
Le digo que las aspirinetas
impiden que la sangre coagule
y continúo pensando
que algún día perderemos
la obligación de estar obligadas.
Entonces se convierte
en mujer de mayor edad
porque le voy agregando años
al verla pasar
mientras dice apenas aniñada
“ahora caminamos”…
como si en ella se suspendiera
sin gravedad
el eco de la imagen de otra
y su decir fuera
la entonación sencilla
de una frasecita musical
que al perdurar solo dijera eso:
“ahora… caminamos”