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AL RESCATE DE LUBICZ MILOSZ

Poesía y pensamiento

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por Héctor Freire

A la memoria del poeta y traductor Lysandro Z.D. Galtier

Sóplame la palabra envuelta de sol,

 la palabra grávida de cólera de este peligroso tiempo.

                             O.W. de Lubicz Milosz

Oscar Wladislas de Lubicz Milosz nació el 29 de mayo de 1877 en Cereja, dominio de Mehilev perteneciente a su familia desde el siglo XVIII, en la Lituania histórica. Los Milosz (cuyos nombres heráldicos son: Lubicz-Bozawola, que quiere decir “Voluntad de Dios”), se remontan al siglo XIII. Estas tierras legendarias, que la revolución rusa del año 1917 y las particiones territoriales del 19, habían de arrancarle para siempre.

El padre del poeta fue un hombre de una inteligencia vivaz y “trastornada”; despótico, caballeresco, generoso, violento y romántico a la vez. Antiguo oficial de un regimiento de la Guardia que abandonó tempranamente el ejército para explorar las selvas africanas y dedicarse luego, sucesivamente, a la alquimia y a la aeronáutica.

La infancia de Milosz en el espacioso castillo de sus antepasados, está encuadrado entre un preceptor y una gobernanta. Sólo los domingos y a la hora del almuerzo, se le permitía a Milosz ver a sus padres; e inevitablemente, cuando esa fecha llegaba, su sola presencia en el amplio comedor provocaba las iras del padre y las réplicas hostiles de la madre.

Es tal la exasperación y tan amargo el sinsabor que aquellas escenas dramáticas le deparan que, en 1909 y ya en París, a raíz de una discusión con su padre, Milosz intenta suicidarse de un tiro de revólver. Entre ese padre tiránico y esa madre siempre azorada, el poeta creció en un clima de constante estupor, parecido al sueño.

A la edad de 11 años sus padres lo llevaron a París y lo inscriben en el Liceo de Janson de Sailly, donde termina sus estudios superiores obteniendo la gran medalla de plata de la Alianza Francesa. En 1896 ingresa en la Escuela de Lenguas Orientales y en la Escuela del Louvre, donde estudia, durante tres años, la epigrafía hebraica, aramea y asiria, bajo la dirección del célebre traductor de la Biblia, profesor Eugene Ledrain. Entre 1902 y 1906 pasa una temporada en sus tierras de la Rusia Blanca para regresar luego a París.

Muertos sus padres, y poseedor de una cuantiosa pero efímera fortuna, se consagra durante varios años a realizar viajes de estudios filosóficos y literarios en Alemania, Rusia, Polonia, Inglaterra, Austria, Italia, España y en el norte de Africa.

En 1916 entra en la Oficina de Estudios Diplomáticos dependiente del Ministerio de Relaciones Exteriores. En 1918 es designado para llenar las funciones de redactor diplomático de la delegación lituana en la Conferencia de la Paz. En 1919 es destacado como representante diplomático de Lituania en París, cargo que desempeña hasta su muerte.

En 1931 se naturaliza francés. Ese mismo año se le otorga la Cruz de la Legión de Honor de Francia y poco más tarde es condecorado por su país con el título de Gran Oficial de la Orden del Gran Duque de Gediminas.

Su obra múltiple y diversa, sustenta una calidad y densidad interior siempre extraordinaria. Comprende, entre 1899 y 1938, unos treinta títulos, entre los que se destacan:

 

 Las siete soledades (1906) – Los elementos (1911) – Miguel de Mañara (1912) obra de teatro, misterio en seis cuadros. – Mefiboset (1913) tragedia bíblica en tres actos. – Poemas (1915) – Adramandoni (1918) – La confesión de Lemuel (1922) – Los libros de poemas metafísicos: Ars Magna (1924) – Los Arcanos (1917), Poemas 1895-1927 (1929), Diez y siete poemas (1937),  y los libros de ensayo Los orígenes ibéricos del pueblo judío (1932) – Las claves del Apocalypsis (1938).

 

Milosz pertenece a esa categoría de hombres y de poetas como Proust, Rilke, Pessoa o Machado, seres que en cierto modo sobreviven a su expresión y la sobrepujan. Figuras en quienes se encarna una realidad ignorada. Una especie de “milagro” une sus personas, sus vidas, su presencia y lo que hay de más sutil y de más extraño en sus obras. Son algo más que poetas: se diría que son la revelación misma de la poesía.

Milosz fue un verdadero precursor, uno de los iniciadores y propulsores del movimiento literario que erigió a Apollinaire en jefe de escuela. Más de un eco de ese acento inalienable de su tono resuena en los poemas del autor de Alcoholes. Sus meditaciones y pensamientos, esencialmente poéticos-metafísicos sobre el movimiento, lo conducen, poco antes de 1916, al descubrimiento de la ley espiritual y física de la relatividad universal. “Al descubrimiento de la materialidad del espacio vuelto sinónimo de relación de los móviles”, adelantándose así a la revelación que hiciera un año más tarde el genial físico de Albert Einstein.

Desde 1927 Milosz no ha de escribir más poemas. No obstante lo cual, a fines de 1936, da a conocer un último poema “Salmo de la estrella del amanecer”, que con traducción de Lysandro Galtier, publicara en 1959, la Compañía General Fabril Editora, en su legendaria colección Los Poetas, dirigida por Aldo Pellegrini.

 

Consagrado desde su juventud a la exégesis, a la filología y a la prehistoria, Milosz se entregó de lleno durante sus últimos años a la “construcción” de un puente entre lo visible y lo invisible. En este sentido, Milosz es uno de los grandes solitarios del arte, que a través del camino de la soledad permaneció fiel a la “ley de la luz”. Recorrió el mismo camino transitado antes por poetas-filósofos-visionarios como: Pitágoras, Dante, Novalis, Hoelderlin, Swedenborg o Blake. Y como ellos, supo que hay mucho más de lo que sospechan nuestros sentidos. Al decir de Adolfo de Obieta “toda su obra es la de un lúcido hijo del misterio”.

 

Milosz murió de un ataque de angina de pecho, en su retiro de la rue Chateubriand, al promediar la noche del 2 de marzo de 1939. Sus restos fueron inhumados en el cementerio de Fontainebleau. Así lo recordó Galtier, miembro fundador de la “Association Les Amis de Milosz”, en el artículo “Reencuentro con Milosz en Fontainebleau”, publicado en el Diario La Nación el 11 de agosto de 1957:

 

.........”La casa donde murió Milosz está actualmente cerrada. Los que compraron ese inmueble no han vuelto. Y quizás es mejor que así sea. Un grave silencio la habita, sin embargo. Yo he tirado de su llamador para decir ¡presente! a sus fantasmas, y el alambre gastado del llamador, al romperse, hizo que éste quedara en mi mano. Es sólo un tosco llamador de hierro forjado..... Yo lo he traído conmigo y cuando lo tomo entre mis dedos siento que la mano de Milosz está en la mía.”

 

El mundo que describe Milosz en la mayoría de sus poemas, es un mundo donde el hombre no es ya el solitario sino la soledad, ni el abandonado sino el abandono, ni el condenado, sino la condenación. Así en su “Sinfonía de Septiembre” nos dirá:

 

“¡Bienvenida seas, oh tú, que el eco de mis propios pasos,

desde el fondo del oscuro y frío corredor del tiempo,

sales a mi encuentro!

¡Bienvenida seas, soledad, madre mía! “

 

Soledad-Madre, una hipótesis deslumbrante que Novalis, Rilke y Pessoa no hubiesen desechado. Y como uno de los tantos “poetas de Dios”, Milosz –según expresó en su “Canto del Conocimiento”-, veía el mundo de los arquetipos y los describía a través de la palabra poética:

 

 “la palabra envuelta de sol”, precisa y luminosa del lenguaje del pensamiento.

 

Milosz, confería a la imagen poética, en su realidad específica, un dinamismo que proviene de una ontología propia. Las imágenes poéticas que creó Milosz, nos dan siempre un tono exacto y la medida propia de su ser. Así adquiere sentido la ambición afirmada del poeta de reconciliar el arte, la filosofía y la religión con la ciencia. Al respecto cabría señalar que el movimiento general de la poesía francesa durante el siglo pasado puede verse como una rebelión contra la versificación tradicional silábica. Esa rebelión coincide con la búsqueda del principio dual que rige al universo y al poema: la analogía. Lo que el crítico Jean Bellemin–Noël llamó: Milosz y “el demonio de la analogía”. No olvidemos que la historia de la poesía moderna es una sorprendente confirmación del principio analógico.

El poema es un sistema de equivalencias, como ha dicho Roman Jakobson: rimas y aliteraciones que son ecos, ritmos que son juegos de reflejos, identidad de las metáforas y comparaciones. En la poesía de Milosz la analogía concibe al mundo como ritmo, y todo se corresponde porque todo es esencialmente ritmo. La analogía como una sintaxis cósmica: si el universo es un texto o tejido de signos, la rotación de esos signos está regida por el ritmo.

El mundo es un poema nos dice Octavio Paz; a su vez, el poema es un mundo de ritmos y símbolos. Correspondencia y analogía no son sino nombres del ritmo universal.

Lo cierto es que el poeta-místico Milosz y el físico-matemático Einstein, por distintos caminos, estaban preocupados por “el secreto de la cosa”. Es así que el mismo Einstein declararía luego que “ningún camino lógico conduce al descubrimiento de las leyes elementales, y que solamente hay el camino de la analogía, ayudado por el sentimiento de un orden que yace detrás de la apariencia”.

La analogía en la poesía de Milosz, vuelve habitable al mundo. A la contingencia natural y al accidente opone la regularidad; a la diferencia y la separación, la semejanza. La analogía sería el puente verbal que permite al poeta, sin suprimirlas, reconciliar las diferencias y las supuestas oposiciones. Esta concepción, supone que la analogía es el efecto de una acción voluntaria del espíritu, una actitud; temple de ánimo y estilo, al decir de Johannes Pfeiffer. Como si los poetas “del pensamiento”, al considerar indispensable una comparación en un momento dado de su discurso buscara en la serie virtual de comparables el que le conviene. Así adquiere sentido, el tratamiento especial que Milosz da a conceptos tales como “imagen”, “símbolo”, “metáfora” y “correspondencias”, así como las consecuencias de esa actitud en el campo de su escritura poética. Analogía sobre la que se basan los conceptos expuestos en sus poemas “metafísicos”, articulados con una teoría poética: como la unión entre el nivel del pensamiento y el nivel del sentimiento. Milosz autoriza esa “operatoria” cuando afirma en su gran poema Cántico del Conocimiento (1918), con el que inaugura sus preocupaciones filosófico-poéticas, que algunos “sustantivos no son ni los hermanos ni los hijos sino los padres de los objetos sensibles”. Hay pues un doble registro de signos: el que relaciona nuestro lenguaje corriente con lo que por comodidad llamamos “lo real ilusorio” (fenomenismo, como lo llama Milosz), y el que en el más allá de este mundo fenoménico convertido en signos, vincula la apariencia material a un “proto-lenguaje” (que en cierto modo para Milosz,, sería “la palabra de Dios”, la palabra poética).

Ambos lenguajes se relacionan el uno con el otro por medio de un “referente” pero que es todo lo contrario de un absoluto: ya que Milosz pretende instaurar una verdadera Filosofía Poética de la Relatividad. En este sentido, recupera el vocabulario de Swedenborg para relacionar un mundo “celeste”, un mundo “espiritual” y un mundo “natural”. Esta construcción facilita el establecimiento de juegos y correspondencias entre los niveles de significación. No es casual que las palabras emblemáticas del pensamiento poético de Milosz sean: Lugar, Movimiento, es decir Relación y Nada (que no tiene que ver con el vacío, que es anterior a la noción misma de espacio). Etimológicamente análogo  significa: lo que se obtiene remontándose al “logos” es decir al motivo, al patrón, al modelo. A Los Arcanos (1927), en el decir poético de Milosz. La analogía es la ciencia de las correspondencias, su principio poético. Incluso, el “pensamiento analógico” podría describirse entonces como la estrategia (la astucia) de Milosz para con la trascendencia. El recurso de la poesía para enfrentarse a la alteridad. Dentro de este esquema, escribir un poema es descifrar al universo sólo para cifrarlo de nuevo.  El juego propuesto por Milosz es infinito: el lector repite el gesto del poeta: la lectura es una traducción que convierte al poema del poeta en el poema del lector.

De ahí que el “pedido poético” con que abre este doble recordatorio, al poeta Milosz y a Lysandro Galtier, su traductor, también sea el nuestro:

 

                 “sóplame la palabra envuelta de sol,

                 la palabra grávida de cólera de este peligroso tiempo”.

Dos poemas en traducción de Lysandro Z.D. Galtier

DESPERTAR

 

En un país de infancia recuperada entre lágrimas,

En una ciudad con latidos de corazones muertos

(todo un arrullador surco de latidos de latidos de vuelo,

De latidos de alas de los pájaros de la muerte;

De chapaleos de alas negras sobre el agua de muerte),

En un pasado fuera del tiempo, enfermo de arrobamiento,

Los gratos ojos dolidos del amor arden todavía

Con un fuego manso de mineral rojizo, con un triste encanto,

En un país de infancia recuperada entre lágrimas….

Sin embargo, el día llueve sobre el vacío absoluto.

 

¿Por qué me has sonreído en la gastada luz,

Y por qué y cómo me has reconocido,

Extraña muchachita de angélicos párpados,

De reidores, azulados, suspirantes párpados,

Hiedra de noche estival sobre la luna de las piedras?

¿Y por qué y cómo, no habiendo jamás entrevisto

Ni mi rostro ni mi duelo, ni la miseria de los días,

Me has reconocido tan de pronto,

Cálida, musical, brumosa, pálida, amada?

¿Por quién morir en la noche inmensa de tus párpados?

Sin embargo, el día llueve sobre el vacío absoluto.

 

¿Qué palabras, qué músicas terriblemente caducas

Se estremecen en mí con tu presencia irreal,

Sombría paloma de los días lejanos, tibia, bella?

¿Qué músicas en eso se estremecen durante el sueño?

¿Bajo cuáles frondas de soledumbre antiquísima,

En qué silencio, en qué melodía o en qué

Voz de niño enfermo volver a encontrarte, oh bella,

Oh casta, oh música escuchada en el sueño?

Sin embargo, el día llueve sobre el vacío absoluto.

 

 

 

CUANDO ELLA LLEGUE

 

Cuando ella llegue, habrá gris o verde en sus ojos,

  Verde o gris en el río?

La hora será nueva en ese porvenir tan viejo,

Nueva, pero tan poco novedosa…

¡Antiguas horas en las que se ha dicho todo, visto todo,

  soñado todo!

No os imagináis cuánto os compadezco…

 

Habrá entonces otro hoy y ruidos de ciudad

Tal como los de hoy y siempre  –¡duras experiencias!-

Y olores, según la estación- de septiembre o de abril

Y un falso cielo, y nubes sobre el río;

 

Y palabras –según la ocasión- alegres o sollozantes

Bajo cielos que se regocijan o que llueven,

Porque nosotros habremos vivido y simulado, ¡ay!, tanto

  y tanto,

Cuando ella llegue con sus ojos de lluvia sobre el río.

Y habrá también (voz del hastío, risa de la impotencia)

El viejo, el estéril, el seco momento presente,

Pulsación de una eternidad hermana del silencio;

El momento presente, tal como en este instante.

 

Ayer, hace diez años, hoy, dentro de un mes,

Horribles vocablos, pensamientos muertos, -¡unas qué

  importa!

Bebe, duerme, muere, -librarse de sí mismo

De tal o cual manera…

 

( de “POEMAS”, Selección y traducción de Lisandro Z.D. GALTIER, Ediciones “HUELLA”, Cuaderno Nº 2, Bs.As. 1941)

 

 

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