Poemas del libro
ENSAYO SOBRE LA PIEL
de Liliana Lukin
Introducción de Sandro Barrella
EL AMOR DEL MIEDO. POEMAS DEL HERMANO
2011.2013
(…)
Mirar consiste en cuidar dos veces, con los ojos
descubiertos o cerrándolos sobre la fragilidad.
Esa ventana a la carne es peor que la memoria:
niega y da migajas, de lo recordado ensucia márgenes,
atraviesa el aire y da verdad a lo mirado.
---
soltar las amarras: eso hace
mi hermano, suelta,
se le escurre
lo que une, lo que liga las palabras
y las cosas, olvida cómo era olvidar
y así se desliza, lastimado
---
no sabemos cómo sucedió. No hablo
de un final, no escribo
sobre una pérdida ya inscripta
en la carne: sólo es una anomalía
que vuelve al hermano sujeto
de una pregunta, mutante:
una lógica ha perdido su objeto,
tan frágil la cadena de síntesis, tan inútil
la cadena
---
hundirse sin remedio es lo que le sucede:
ve las orillas, flota aferrado como a un madero
a otras materias cercanas y lábiles,
no entiende qué clase de aguas
son éstas, vacila entre la superficie
y las piedras del lecho, resbala
en el torpe alivio de las manos
que tendemos, ignora lo que vemos
---
donde fracasa la voluntad: ahí
estamos, dando ‘manotazos
de ahogado’, donde el deseo fracasa,
cansados de lo por venir antes de tiempo,
perdidos, atando cabos
que no sostienen, débiles y amargos
en nuestra compasión que no siempre
lo alcanza allí donde está
---
me hablaba, tocándose el pecho,
de un “centro frénico”: veo
su freno, su centro, el dolor
de una sinapsis que no funciona.
Le digo que el fantasma
dejará de alojarse.
Estuve allí, vengo de allí con él,
su pensamiento concentrado
no como trizas sino como trazos,
y lo que anuda un veredicto:
ondas cerebrales, córtex,
energía neuroquímica, lesiones
que no hay, todo terminado.
Menos la pena que empezó
y no
terminará
----
perder la cabeza es lo que le pasa:
busca lo que sabe, y nada
en esas aguas con destreza intacta, mueve
sus brazos y avanza, mueve sus piernas,
músculos aún ágiles y dispuestos al gasto,
se sacude y no sabe que pierde
pie, que va en círculos cada vez más
adentro, cada vez más lejos de todos
----
él va y vuelve, recuerda
lo que olvidamos y no recuerda que
recuerda: en ese viaje es
un niño cada vez más,
y cada vez más solo, y no hay
recetas que preparar,
ni para él ni para mí
hay, a la vista nada, nada
----
mamá y papá le hacen un agujero en la frente
al magma que los cerca: con delicadeza
cuidamos que la densidad del crimen no supere
su acto, cometemos errores todo
el tiempo, como un trabajo obtuso realizado
a conciencia: equivocar, equivocarse, equivocarnos,
mientras ellos sostienen con cerrada tristeza
su cabeza, dilatan el margen, hacen
sus operaciones, inventan
equilibrio, más allá
del bien y del mal
----
perder la orientación: eso hace
mi hermano como en medio del
mar, sin referencias fijas,
rodeado del relente de su
desolación, de la falta de
asociaciones llamadas correctas,
de algunas imágenes que evocan
años, rituales, pedazos,
pierde el sentido y anda sin rumbo,
por un pasaje estrecho, húmedo y seguro
---
“cada uno hace lo que puede”, dicen,
egoísmo y reflejos nerviosos: en eso
terminan los esfuerzos por rodear
su caída, nos mira con estupor,
deliberamos el amor
que le damos
---
mamá trabaja para un naufragio
seco: prepara sus actos previendo agua
como en un ejercicio: insiste en ignorar
que algo se rompió, que la ola
no existe pero estamos bajo su sonido
y su furia, rema, acumula baldes
que antes tuvieron plantas, para ‘achicar’
el desborde, mantiene el ancla
----
papá va de la popa a la proa
como en un barco a la deriva, grita
‘a babor’, ‘a estribor’, como si supiera
algo de navegar, de tormentas
en el centro del remolino,
de lo que no se puede saber
hasta que confunde, quema, moja: papá es un viejo
capitán que mamá sostiene soga en mano
-----
no encontrar la palabra que quiere
es lo que a él le sucede: hurga y pelea
con su lengua, esquiva, encuentra
obstáculos en la idea de un lenguaje,
rodea su voluntad con senderos
donde se pasea por laberintos sordos
a lo materno de su lengua:
será, de pronto, un anciano
que sueña con su infancia
----
cada uno de nosotros ve en él
lo que somos juntos: vuelve lo siniestro
como ternura, la ternura como única pasión
verdadera, pero somos incapaces,
somos discapacitados de una pena
colectiva, somos los que pelean
un lugar solitario en los bordes
de la capacidad de acompañar
-----
separado en partes:
así se debe sentir, haciendo ruido
en el interior de su obstinado
persistir, chocándose entre sí,
respondiendo mal a los estímulos,
logra estar despierto y se alegra
de recordar, despierta y duerme
aquí y allá, pero se parte en trozos
cada vez más grandes
-----
como en una pecera vacía, húmeda,
transparente, su deseo es lento,
todo es grave y transcurre tal vez lejos,
provocándole sopor, olor que se confunde
con olor, los recuerdos, esos perros flacos,
no han comido de sus manos: queda
el infierno de las repeticiones,
el ladrido de los errores
al oído, deshechar ya
es una operación delicada:
hecho carne el concepto
apenas se abre una asociación
de ideas, y él, que sangra al menor
indicio
de violencia moral
“sobre la herida de la afirmación”
volcamos la sal del concepto: hablar
del ‘problema’ como si fuera
nuestro (una posición a todas luces
hundiéndose bajo los pies), apenas
nos deja ver que él
no necesita más que dulzura
----
cada uno de nosotros ve en él
lo que somos juntos: vuelve lo siniestro
como ternura, la ternura como única pasión
verdadera, pero somos incapaces,
somos discapacitados de una pena
colectiva, somos los que pelean
un lugar solitario en los bordes
de la capacidad de acompañar
----
PRESENTACIÓN
por Sandro Barrella
“Lo más profundo es la piel”. Se entra al libro de Liliana Lukin con una cita de Paul Valéry extraída de La idea fija, uno de esos ejercicios que el poeta francés practicó con audaz irreverencia. La interlocución, el diálogo simuladamente filosófico, en el que dos departen a propósito de algún tópico, para llevar cada vez más lejos la argumentación o incluso, sumergirse en derivas que lo que ponen en circulación finalmente es un ansia, la ostensible propensión a la charla, o como lo expresa una de las voces de Valéry: “¡Nadar, chapotear en lo que ignoramos, por medio de lo que sabemos!”
Y en este sumergirse en las aguas de la conversación, el autor de El cementerio marino hace que las voces digan:
-…Sigamos en la superficie…A propósito de superficie, ¿es exacto que usted ha escrito o dicho lo siguiente: Lo más profundo que hay en el hombre es la piel?
-Es cierto
-¿Qué quería decir con esto?
-Es sencillísimo…Un día, sintiéndome irritado por esas palabras profundo y profundidad…
(……)
-…Me sucedió eso que se encuentra en los libros de medicina en relación con el desarrollo del embrión. Un buen día se hace un repliegue, un surco en la envoltura externa…
-El ectodermo. Y este se cierra…
(Ectodermo: hoja superficial o externa del embrión de la que derivan la epidermis y el sistema nervioso)
-¡Desgraciadamente!...De ahí procede todo nuestro infortunio…¡Chorda dorsalis! Y después, meollo, cerebro, todo lo necesario para sentir, padecer, pensar…, ser profundo. Todo viene de ahí
-¿Y después?
-Bueno ¡son invenciones de la piel!...Por mucho que ahondemos, doctor, somos…ectodermos.
El pasaje del que Lukin extrae la cita, con su juego de espejos entre el rigor de la ciencia, la ironía exquisita y el saber poético, ofrece lo que luego, el libro, con su carga de dolor, va a poner de manifiesto: la íntima relación entre aquello que sucede en lo que se supone de más interior en la persona, a saber, la materia en la que se asienta la psiquis, con la envoltura última del ser, es decir, la piel. El proceso de derrumbe psíquico que el libro de Lukin documenta, es simultáneo con la progresiva presencia de lo táctil. Allí donde la trama de la subjetividad de quien padece la enfermedad-el hermano de la poeta- se va volviendo ininteligible, es la piel lo que sigue operando como dispositivo de la comunicabilidad. Tocarse, abrazarse, disponer las manos hacia el ser querido. El roce de la piel con la piel también es un diálogo posible, profundo, ya sin sarcasmo, como el último don al que se accede.
Ensayo sobre la piel, es sin dudas, un libro terrible. Quienes lo lean habrán de ir una y otra vez al título, que pesa sobre el conjunto de palabras que lo conforman como la interpelación de la que derivan todas las demás. Porque el libro es en sí mismo, todo interrogación. Al saber médico. Al poder psiquiátrico. Al sistema de salud pública, en el que debemos incluir la medicina privada, que opera en este caso como privación de la salud. Al estatuto de la enfermedad. A lo “enfermo” como categoría axiomática. A los trabajadores de de la salud. A la familia. Al dolor de ver sufrir a los seres amados. Pero, como la poesía no es el lugar de las respuestas, no nos queda sino aceptar cierto estado de azoramiento frente a un libro que se entrega como testimonio íntimo, historia clínica y novela familiar.
“soltar las amarras: eso hace
mi hermano, suelta,
se le escurre
lo que une, lo que liga las palabras
y las cosas, olvida cómo era olvidar
y así se desliza, lastimado”
Este poema funciona como exposición de un cuadro de situación. Está situado casi al comienzo del libro, inmediatamente después de los textos que delimitan el lugar de los padres en el drama que se está por desarrollar, y el de la propia autora, quien informa: “mirar consiste en cuidar dos veces”. En adelante la poeta será quien asuma la tarea de asistir, tanto en el sentido del cuidado como de quien comparece. Lukin será quien cele, preserve, asista, y dé testimonio. En esta entrega desplegada, el libro irá registrando un doble proceso, que acontece al mismo tiempo y en inverso sentido: a medida que la trama textual, digamos, “progresa”, se construye, la identidad del hermano se va deconstruyendo. Dicho de otro modo: Ensayo sobre la piel es la constatación de un derrumbe, que ocurre al tiempo que el libro acontece.
Los poemas se suceden, en ocasiones con notas a pie de página que completan lo que el poema por su propia naturaleza no puede informar. Los versos incorporan citas de libros, palabras de otros, y en cierto punto suman también la propia voz de Osvaldo, el hermano que padece Alzheimer. Esta voz se muestra en sus balbuceos, en los repentinos momentos de lucidez en los que la lengua parece vencer la clausura a la que la enfermedad la somete:
“me voy, me voy, basta, me voy”
dijo, y yo utilizo su deseo de huir
para mi deseo de escribir
De un deseo a otro, la palabra dicha en un arrebato, se continúa en escritura que inscribe y deja su marca.
qué bruto amor naufraga ahí,
donde él se hunde
en la superficie plana
del abandono y dice
“me voy”, creyendo
que la palabra lleva a otro
lugar
La voz del hermano incorporada al texto, integrada al poema, es la confirmación de que la palabra sí lleva a otro lugar, repara, y es una forma de restitución amorosa frente a la vida dañada. Porque, si como se dijo antes, la poesía no es el lugar de las respuestas, y Ensayo sobre la piel, bien se cuida de la sentencia aleccionadora, Lukin coloca al poema en el umbral del conocer, un umbral construido con dolor y desesperación, pero sin dejar de confiar en la palabra, último instrumento del que disponemos para hacer asible lo real. Me vienen a la mente, por un lado, un verso de W.H. Auden que dice, “la poesía no hace que sucedan cosas”, indicando un límite a la fe en la palabra, y por otro, la respuesta de Primo Levi a Adorno respecto a la poesía después de la experiencia de los campos de concentración, en la que sostiene que no sólo es posible sino que es un deber escribir poemas y poemas sobre Auschwitz. Por extremo que parezca el ejemplo, creemos que Lukin, sin ingenuidad, emprende lo que parecía imposible, es decir, escribe el trauma, aunque en ello, dicho con un lugar común, “deje la piel”.
Así como se entra al libro con Valéry, la poeta nos propone como puerta de salida un cuento de Kafka, De noche, en el que, al sabido abismo hermenéutico que acecha en sus textos, podemos reducirlo a una idea, también presente en Ensayo sobre la piel. Declara el carácter ilusorio del bien, bajo invariable amenaza de ruina, no obstante lo cual, siempre habrá quienes se ocupen de preservarlo, darle cuidado, cobijarlo como a una criatura frágil que se halla a la intemperie, como se lee en las últimas líneas: “Y tú velas, eres uno de los vigías, hallas al prójimo agitando el leño encendido que tomaste del montón de astillas, junto a ti. ¿Por qué velas? Alguien tiene que velar, se ha dicho. Alguien tiene que estar ahí.”
EL AMOR DEL MIEDO. POEMAS DEL HERMANO
2013.2016
Mirar consiste en no cuidar nada en absoluto:
perder lo, perder, dejar correr el agua entre los dedos,
pasar la mano limpiando la otra parte del amor,
su umbral que no se olvida jamás, acercarse
a saber, sin reparo, que es en los ojos que él hablaba.
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expulsado, inmóvil en su mente,
él no sabrá dónde lo van
a guardar, pero cada tanto,
mi hermano, por un instante,
sabrá que ha sido
clausurado
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que pudo ser otro el suceder: eso
atormenta, que nadie sabe
lo que puede un cuerpo es
la recordación.
Lo desconocido tiene piel.
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Y en esa otra vida indescriptible
como cualquier “más allá”,
seguirá el sufrimiento: una
transformación de lo interior
en lo exterior, superior a lo imaginado
y que todos nombran
con espanto
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Junio 2013
en paz no es pensable
su estar, dominado por la furia
hacia la mano de otros
siempre tocándolo,
llevando su torpe andar de aquí
para allá, a él, insistente en el
sabio deambular que le asegura
un destino: aquí, allá,
y en lo posible, fuera
de Ese lugar
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Julio de 2013
“me voy, me voy, basta, me voy”
dijo, y yo utilizo su deseo de huir
para mi deseo de escribir. Aunque
lo abyecto está fuera
de discusión,
cuando juntos
lloramos y yo veía su cara
des compuesta de horror,
ante el vacío que abre
ese “me voy”
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qué bruto amor naufraga ahí,
donde él se hunde
en la superficie plana
del abandono y dice
“me voy”, creyendo
que la palabra lleva a otro
lugar
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de esta desgracia:
se acerca, se aleja, entra
y sale a ese saber
y no saber,
como un abanderado
de la necesidad
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tapo, sin decirlo, con mis palabras
los huecos de sus frases,
su nueva sintaxis
interruptus. Tapo y tapo y espero
que haga lieson donde hay lesión,
abruptos intentos, disrrupciones,
“no se quién soy”, me había dicho,
y sólo pude darle su propio nombre
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dice “vos seguís con tu vida” preguntando
en una línea que no se quiebra, digo que sigo
con mi vida y dice “entonces,
cómo hacemos…no podemos”,
“no podemos”, contesto, y
su vista hacia afuera me
perfora en el núcleo
de lo que él llamó “mi vida”.
En esas tres frases que pudimos
intercambiar
la llaga abierta fue
un milagro con un final infeliz
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es visitado y no sabe dónde,
ni nombre de lugar ni motivos,
aunque comprende las despedidas:
hasta mañana le digo, y lo beso.
Mañana es cualquier día en que
vuelvo y sonríe. Ayer me preguntó:
“estás sola” y le dije que sí, que
estaba sola. “Yo peor”, me dijo y giró
la cabeza, la triste, la cansada cabeza
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cada tanto me toma de los hombros
y me besa en la mejilla, mientras mastica
lo que le doy en la boca: nueces, almendras,
castañas, para estimular los músculos
del habla, la máquina del cuerpo,
el vínculo entre dar y recibir
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Octubre 2015
Salimos por el patio, apenas podía tenerse en pie, pero lo sosteníamos
y me abrazó: “abracito”, dije, y su mano bajó por mi espalda y su otra mano
por mi cintura, y, como se usaba en otros tiempos, le pregunté: “¿venís siempre
acá, de qué signo sos, querés bailar?”, y bailamos. Girando apenas sus
pies, con todo, daba vueltas en un espacio de cuatro baldosas, mientras
yo tarareaba una melodía de vals inventada. Fueron solo tres, cuatro
giros completos, completos de amor.
Después, a sentarse, porque su fragilidad era tanta, y yo le daba frutillas
en la boca. Entonces fue cuando dijo “lili”. No ‘me’ lo dijo, lo dijo y fue escuchada
esa repetición sencilla de sílabas sonoras que me nombran, y él pronunció.