LAS MUJERES Y LA UNIVERSIDAD:
la huelga estudiantil española de 1911
MARTA B. FERRARI

Esperemos que los hombres se irán civilizando lo bastante
para tener orden y compostura
en las clases a que asistan mujeres, como la tienen
en los templos, en los teatros, en todas las reuniones honestas (…)
¡Sería fuerte cosa que los señoritos respetasen a las mujeres en los toros
y faltaran a las que entran en las aulas!
(Concepción Arenal, 1892)
A finales de noviembre de 1911, tuvo lugar en toda España una masiva huelga de estudiantes universitarios. La extendida convocatoria se inició en la Universidad de Barcelona, más concretamente en la Facultad de Medicina, donde se congregaron alrededor de 3000 estudiantes que tomaron el edificio y se enfrentaron con las fuerzas de seguridad. La contienda duró unas dos horas en las que hubo primero griterío y corridas, luego palos y pedradas -“levantaron adoquines de patios y zaguanes” (El Norte, 26/11/1911)-, para finalizar con sablazos y más de 100 disparos (El Pueblo, 26/11/1911). El motín dejó un saldo de 50 estudiantes detenidos y algunos heridos, sólo uno de gravedad, un guardia civil.
La causa que movilizó esta huelga que mantendría cerradas las puertas de las universidades españolas es de lo más singular. El disparador del incidente fue un artículo de la escritora Rosario de Acuña (Madrid, 1850 - Gijón, 1923) titulado “La jarca de la Universidad”, publicado originalmente en El internacional, de París y reproducido poco después en El progreso, de Barcelona. La solidaridad con la represión sufrida por los estudiantes catalanes no se hizo esperar, y desde Madrid a Sevilla, pasando por Zaragoza, Bilbao, Valencia o La Rioja la huelga general de universitarios se expresó en diversas manifestaciones al grito de “Viva la clase escolar. Muera Rosario de Acuña”, al tiempo que se quemaban ejemplares de la publicación (La Rioja. Diario político, 28/11/1911).
Para la fecha en cuestión, nuestra escritora era una figura reconocida en toda España, por su ideología próxima a la masonería y al librepensamiento, por su defensa apasionada de los derechos de la mujer, así como por su anticlericalismo y su clara orientación al socialismo. Esta “vieja escritora revolucionaria” -en expresión de El imparcial- será acusada y perseguida penalmente por “graves injurias a la clase estudiantil y por ofender el pudor y las buenas costumbres, con grave escándalo público”, según el artículo 456 del Código penal (El avisador numantino, 29/11/1911). Los estudiantes del Instituto de Gijón, ciudad donde residía la autora, llegaron a promover un “escrache” frente a su domicilio. (El Cantábrico, 30/11/1911) Finalmente, para evitar ser encarcelada, Rosario de Acuña se exiliará en Portugal, exilio que duró dos años hasta que fueron amnistiados los acusados por delitos de prensa y opinión .
El contenido del artículo que reproducimos íntegro a continuación, de tono combativo e incendiario era resumido así por un diario de Palma de Mallorca: “Lo que ha pasado es bien sencillo y bien lamentable. En Madrid unos estudiantes insultaron de palabra y obra á unas condiscípulas. Un carretero que presenció el hecho se lió á garrotazos con los agresores y los puso en fuga. El Heraldo publicó la noticia y la señora de Acuña terció con bilis y saña, indignamente, y en vez de censurar á aquellos escolares que cometieron la grosería de insultar á unas señoritas, acude al lenguaje más soez y echa paletadas de fango asqueroso contra todos los estudiantes españoles”. (La Almudaina, 29/11/1911).
Efectivamente, el Heraldo de Madrid, publicó una nota titulada “Por honor de la Universidad” (14/10/1911) en el que relataba el episodio acontecido en la Universidad Central, en la calle San Bernardo de Madrid, adonde acudían “seis señoritas que cursaban en la cátedra de Literatura General y Española (...), dos francesas, dos españolas, una alemana y una yanqui”. Recordemos que en España el acceso de la mujer a la universidad se había logrado sólo un año antes de estos acontecimientos, en 1910, cuando un Real Decreto autoriza la matrícula de alumnas y alumnos en igualdad de condiciones. La nota continúa así:
No bien entraron, por los claustros se promovió una expectación inusitada, que si no sorprendió bastante a las españolas –al fin y al cabo acostumbradas a los piropos del país– sí hubo de molestar a las extranjeras, hechas a que los estudiantes de otros países miren, vean y callen prudentemente. Dentro de clase ya, unos cuantos zamacucos[1] comenzaron a propasarse en términos indecorosos. Al día siguiente, una de las alumnas extranjeras dejó, indignada y ofendida, de asistir a clase.
El grupo de tenorios vergonzantes –conocido ya, propiamente, por la jarca[2]– situose en la esquina de la Universidad y en acecho. Una de las señoritas pasó ante el grupo, y en menos que se dice la rodearon, vejándola con un vocabulario de burdel e intentando ofenderla también de obra. La pobre señorita –que, por añadidura, es extranjera– lloraba, con sus libros bajo el brazo, el error de venir a España a estudiar en la universidad de más renombre.
Los de la jarca proseguían insultando a la que lloraba, como si en vez de una mujer indefensa y sola se tratase de un batallón en pie de guerra; tales eran sus bríos y heroicidad. Y así hubiera seguido el espectáculo, si no acierta a pasar arreando su carro un carretero, el cual, viendo a unos señoritos muy compuestos vituperar a una mujer al extremo de hacerla llorar, se entró, dando codazos y empujones, por el corro, ya que en punto a improperios e interjecciones con solo oír algunas se declaró vencido.
El articulista del Heraldo hacía un llamado final a “un desagravio tan sincero como inmediato y patriótico”, porque -agregaba- “el honor de la Universidad española no puede estar en manos de cuatro mostrencos”[3]. Evidentemente, la apasionada y combativa Rosario de Acuña se hizo eco de tal llamamiento y escribió el artículo que la puso a las puertas de la cárcel. Con un registro irónico e hiperbólico que avanza a través de sucesivas preguntas retóricas, la escritora da rienda suelta a su indignación. El argumento central del texto -el que motivará la ofensa y motorizará la denuncia- se resume en un claro cuestionamiento a la virilidad de los estudiantes universitarios en su conjunto. Para la autora serán “hermafroditas”, “bisexuales”, homosexuales pero no hombres porque en su razonamiento la fuerza del hombre radica en la dulzura, la bondad y el amor hacia la mujer. Y va más allá aún, al plantear la cuestión sobre el fondo de una lucha de clases: la burguesía a la que pertenece la clase estudiantil y el proletariado, única fuente de regeneración de la virilidad en España. Asimismo, alude a un tema que había sido central en el siglo precedente, la disputa por la conquista del espacio público, y la competencia que suponía para el hombre la mujer que accede a una educación superior y que se rebela contra los preceptos religiosos que la confinaban a ser “el ángel del hogar”. La apuesta de Rosario de Acuña es muy clara, ella aboga por “mujeres conscientes de su inmenso poder”, capaces de gozar de los placeres en igual grado que el hombre.
Las críticas al artículo de Acuña arreciaron prontamente en los periódicos de la época. Y a la par que denunciaban su “tono soez y pornográfico” (Diario de Reus, 29/11/1911) o las “palabras rastreras y las frases de inmundo burdel”, definían a la autora con el mismo registro descalificador que sancionaban en su texto: “proxeneta roja”, “engendro sáfico”, “hiena de putrefacciones”, “harpía laica”, “buscona de estercolero social”, “trapera de inmundicias”, “histérica” o “degenerada” (Cataluña, 1/12/1911) son sólo algunas de las expresiones a ella dedicadas. Asimismo, satirizaban su defensa de lo que hoy denominamos lenguaje inclusivo: “Rosario de Acuña es una provecta escritora, aspirante -aspiranta diría ella- a celebridad” (Heraldo alavés, 30/11/1911). En síntesis, el texto ofendía a “los individuos de una clase escolar de una universidad oficial, a la misma insitución y al clero en general” (La correspondencia de España, 30/11/1911).
La “Agrupación escolar tradicionalista” pidió expresamente el enjuiciamiento de la firmante del “asqueroso artículo” (Diario de Valencia, 26/11/1911), y el comité de la Asamblea escolar redactó un manifesto en el que solicitaban una rectificación o un desagravio por parte del periódico catalán -algo que no obtuvieron- y una querella criminal contra la autora, algo que sí prosperó.
Algunos pocos espíritus desapasionados echaban en falta la indignación de los escolares contra el grupo de sus colegas de Madrid que abusaron tan injustamente a sus compañeras; en este sentido, las conclusiones de la Asamblea de estudiantes no solo apuntaban contra Rosario de Acuña sino que también se comprometían a formar un tribunal de honor a sus compañeros autores de la grosería.
Hay que tener en cuenta, por un lado, que este episodio vino a sumarse a protestas previas de los universitarios por cuestiones de política académica, y a la decisión del gobierno de impedir todo conato de manifestación estudiantil. Por otro lado, la cobertura de la noticia en los medios periodísticos de la época habla a las claras de los diversos posicionamientos políticos de cada uno de ellos. Mientras el diario El Progreso, de Barcelona, donde sale publicado el polémico artículo, respondía a una vertiente radical del republicanismo liberal, La correspondencia de España, editado en Madrid, y que dedica una dilatada cobertura al tema, responde al partido conservador. El artículo de Rosario de Acuña se leyó, entonces, sobre el trasfondo de esta puja política entre facciones monárquicas conservadoras y republicanos radicales. Algunos conocidos intelectuales de la época tomaron parte en la disputa. Benito Pérez Galdós sale a la palestra para protestar por la persecución sufrida por los periódicos radicales, y Miguel de Unamuno quien confiesa no haber leído el texto, advierte: “oigo decir que el artículo de la Acuña es de incalificable grosería, mas por soez y baja que pueda ser la Prensa que acoja cosas como la que dicen, esa otra que se llama a sí misma «buena», acostumbra valerse de arteras insidias, mucho peores que aquella grosería”. Y para advertir el grado de implicación que todos ellos tuvieron en el tema, afirma: “creyéndose ofendidos, han protestado, con los demás de España, los estudiantes de esta universidad que rijo[4], y entre ellos dos de mis propios hijos”. (La Nación, 14/1/1912)
La disputa por el voto joven que representaba el sector de estudiantes universitarios también jugó su papel. Y así lo demuestra el siguiente pasaje de un corresponsal en Barcelona de España nueva: “La libertad anida en el corazón de todo joven. Por lo mismo que de los jóvenes esperamos la regeneración, y ésta no puede venir de manos reaccionarias, estamos seguros de que el más alto ideal que persiguen esos jóvenes que llenan los Centros de enseñanza es el supremo ideal de la libertad, fecundo y patriótico”. (27/11/1911)
La jarca de la Universidad
Por Rosario de Acuña y Villanueva
Un suceso, ocurrido á las puertas de la Universidad, del que han sido protagonistas unos “caballeros” estudiantes que se pusieron en acecho, á la salida del Claustro, para insultar de palabra, y hasta de obra, á unas jóvenes estudiantas de la Facultad de Filosofía y Letras; un carretero, que pasaba por el sitio del escándalo, puso en fuga vergonzosa á los insultadores de aquellas mujeres. Este es el suceso por el cual se escandalizó El Heraldo, llamando «jarca» á la hueste que acometió á las jóvenes, por la sola razón de ser muchachas guapas y estudiantas...
Esto pasa en la Universidad de la capital española. ¿Y qué significa esto? Pues nada más que lo siguiente: excepto unos pocos españoles, la mayor parte, perteneciente á la categoría social del carretero, y el resto de dicha parte á la categoría de los Costa, Pi y Margall, Linares, Giner, y unos poquitos más, todo el resto de los españoles no son «ni machos» siquiera. ¡No! Porque ni los perros, ni los verracos[5], ni los garañones[6], ni aun los mochuelos[7] «machos», acometen á las hembras, y hasta se dejan morder, cocear y picar por ellas, con la mayor dulzura y benevolencia. Y ¿por qué? Porque son «machos»; porque tienen la conciencia de su destino de amparadores y defensores de sus compañeras.
Nuestra juventud masculina no tiene nada de «macho»; como la mayoría son engendros de un par de sayas[8] (la de la mujer y la del cura ó el fraile) y de unos solos calzones (los del marido o querido) resultan con dos partes de hembra, ó, por lo menos, hermafroditas (por eso casi todos hacen á pluma y á pelo)[9]. Tienen, en su organismo, tales partes dé feminidad (pero de feminidad al natural, de hembra bestia), que sienten los mismos celos de las perras, las monas, las burras y las cerdas, y ¡hay que ver cuando estas apreciables hembras se enzarzan á mordiscos; las peloteras suyas son feroces!...
¡Ahí es nada! ¡No morder aquellos «estudiantitos» á sus compañeras! Sus órganos semifemeninos les hacen ver una competencia desastrosa para ellos, con que las mujeres vayan al alcance de sus entendimientos de alcancía rellena de ilusiones de doctorados, diputaciones y demás sainetes sociales.
¿Qué les quedaría que hacer á «aquellas pobres chicas»..., digo, «pobres chicos»... si las mujeres van á las cátedras, á las Academias, á los Ateneos y llegan á saber otra cosa que limpiar los orinales, restregarse contra los clérigos y hacer á sus consortes cabrones y ladrones, para lucir ellas las zarandajas de las modas?...
¡Arreglados quedarían entonces todos estos machihembrados españoles si la mujer adquiere facultades de persona! ¿Qué iba á ser de ello? ¿Amas de cría? No, no; los destinos hay que separarlos; los hombres, á los doctorados, a los Tribunales, a las cátedras, a las timbas y á las mancebías de machos; a ser unas veces «ellas» y otras veces «ellos»; las mujeres, á la parroquia ó al locutorio, a comerse o a amasar el «pan de San Antonio»; y luego, las de la clase media, á soltar el gorro y la escarcela[10], á ponerse el mandil [11]de tela de colchón y á aliñar las alubias de la cena, á echar culeras[12] a los calzoncillos ó á curarse las llagas impuestas por la sanidad marital; si son dé la clase alta, á cambiar semanalmente, de cuernos al marido, unas veces con los lacayos y otras con los obispos... Este, este es el camino verdaderamente «derechito» y «ejemplar» de las mujeres.
¿A quién se le ocurre ir a estudiar a la Universidad? ¡Dios nos libre de las mujeres letradas! ¿A dónde iríamos á parar? ¡Tan bien como vamos con el machito! ¡Pues qué! ¿Es, acaso, persona una mujer? ¿No andan ya los sabios á vueltas para ver si es posible sustituirlas por engendradoras artificiales?... Además, la juventud española no las necesita; por eso anda toda ella tan rasurada; con un poco de perfume, y siendo de noche, ¿qué más da «uno» que «una»? ¡Ande y siga la danza!...
Señores carreteros, fogoneros, mineros, poceros y demás ilustrísimos hombres de la clase proletaria española, ¿será posible que ustedes saquen de las ancas de sus hembras seres bisexuales, como esos tan asquerosos, de la Universidad madrileña, que son casi la totalidad que dan de sí nuestras clases medias y aristocráticas? ¡No, por Dios! ¡Exterminen los hijos que les nazcan así, aunque sea estrellándolos! ¡Salven, por caridad, la raza nuestra, que lleva el camino de producir unos bichos con cabeza humana, sexualidad de ostra é inteligencia de asno loco!
¿No será posible, proletario español, que regeneres la casta? ¡Se hace necesario volver al buen camino, de grado ó por fuerza; hay que producir hombres machos, fuertes, valerosos, testificadores dé la verdad dura y desnuda; serenos, conscientes de su masculinidad; con todos los atributos dé la soberanía viril,- y, por lo tanto, llenos de dulzura, de bondad, de amor, que son la esencia de la fortaleza! Hay que producir unas hembras mujeres (no monas), con todas las sutilidades de la inteligencia y todas las audacias, energías, resistencias y firmezas de la feminidad; conscientes de su inmenso poder, como generadoras del porvenir y como complementarias semejantes del hombre; sin que las estúpidas faenas del presente sirvan para clasificarlas de sexo contrario, pues tan admirablemente puede guisar unas patatas el hombre como la mujer, y tan maravillosamiente puede hacer una combinación química una mujer como un hombre
Hay que engendrar la pareja humana de tal modo que vuelva á prevalecer el símbolo del olmo y la vid, que tal debe ser el hombre y la mujer; los dos subiendo al infinito de la inteligencia, del sentimiento, de la sabiduría, del trabajo, de la gloria, y de la inmortalidad; y los dos, juntos, sufriendo, con la misma intensidad, los dolores; 'gozando', en el mismo grado, de los placeres; entrelazados siempre en estrecho abrazo, el uno, acusando la firmeza y la arrogancia, la otra recostada, y amparada en ellos, llenando el mundo de ópimos y azucarados frutos.
¡Júntense todos cuantos carreteros sean precisos para secundar al carretero apaleador de estudiantes, y lluevan palos sobre esos hijos espúreos, amamantados en los Hogares de la clase burguesa española, todos ellos convertidos en beateríos, alcahuetes de vicios y crápulas!... ¡Firme contra esos micos[13], sin la gracia del rabo y sin la utilidad que dan los auténticos al titiritero ambulante!
¡Si no es por vosotros, proletarios, esto se acaba, se acaba! Así como se van á cazar alimañas al Africa para repartirlas luego por las colecciones zoológicas, así se vendrán á cazar indígenas á España para luego repartirlos, de barraca en barraca, enseñándolos como un ejemplo de hasta donde puede llegar la degeneración humana! ¡Qué bien estarían esos estudiantitos de la Universidad de Madrid con un libro de retórica en la diestra y relamiendo una lagartija recién chamuscada; sin taparrabos (¿para qué?), con un aro de cobre en las narices; las piernas (casi todos serán patizambos) llenas de ajorcas; cuatro plumas de gallo tiesas en la coronilla, y una lavativa tatuada sobre los riñones... Puestos así, haciéndolos bailar en un tablado, al son de la «Marcha de Cádiz» (el himno de nuestras glorias) y con un letrero anunciándolos como la «élite» de la raza española, serán el «cloun» del mundo...
¡Ande el movimiento y venga, de ahí, ilustrísima, reverendísima y sapientísima falange de “machos españoles”.
[1] Tonto, bruto.
[2] Jarca es una palabra de origen árabe que designa a una tropa o fuerza irregular marroquí; despectivo: gentuza.
[3] Ignorantes, brutos.
[4] Se refiere a la Universidad de Salamanca, de la que fue rector.
[5] Sinónimo de cerdos.
[6] Sinónimo de asnos, sementales.
[7] Ave rapaz.
[8] Falda, pollera.
[9] Expresión que significa “estar dispuestos a todo”.
[10] Especie de cofia.
[11] Delantal.
[12] Remiendos.
[13] Monos.
Breve biografía de Rosario de Acuña: (Madrid, 1850-Gijón, 1923) hereda de su familia un título de Duquesa, que nunca utilizó. Fue instruida por sus padres dedicándose a la Historia y a las Ciencias Naturales. Viajó por España, Francia e Italia. Fue poeta, reconocida dramaturga, cuentista, articulista de prensa y exitosa avicultora. Fue la primera mujer en acceder al Ateneo de Madrid. Perteneció a la masonería y se declaró feminista, anticlerical y librepensadora. Sus últimas colaboraciones en prensa están abocadas a los sectores sociales más desprotegidos, los niños, los obreros, las mujeres maltratadas.