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Dossier:

ABURRIMIENTO Y FELICIDAD.

¿El fin de las pasiones?

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Obra de Sidney Goodman

Índice del Dossier

Por Osvaldo Picardo

Tedio, aburrimiento, spleen, abulia, pereza, ocio, hastío... parecen significar lo mismo, pero aún así no son sinónimos. La gran cantidad de palabras que nos regala el idioma para ese estado de ánimo no logra una única significación. Tampoco la felicidad puede ser definida por una palabra o un único concepto: Alegría, gozo, placer, bienaventuranza, beatitud... no son lo mismo.

 

Recuerdo algunas canciones que tratan de expresar estas pasiones o simplemente estados de ánimo: Empiezo por “Aburridos peligrosos” de Divididos, donde se habla de “la era de la boludez”; otra es la del catalán Serrat que se pregunta irónicamente  “¿por qué la gente se aburre tanto?” cuando “tenemos la vida por delante”. También, hay una canción del grupo norteamericano Blink 182, “Bored to death” donde  repite que “vivir es muy corto para durar mucho” –parecen haber leído a Vladímir Jankélévitch-; otro que no puedo dejar de mencionar es a Iggy Pop, “Estoy aburrido”, cuya letra está incluida en la Antología de este dossier. Y por último, está Calle 13 con su contagiosa “Cumbia de los aburridos” que no deja los pies quietos. Pero en ninguna de todas ellas hay un mismo concepto del aburrimiento.  

 

Por otro lado, sobre la felicidad hay otro tanto de canciones y tópicos conocidos. Aún está sonando en algunos rincones por el mundo, la de Palito Ortega y su estribillo “ah, ah, ah” que nunca supe bien si era de risa o de dolor por escucharla. Recuerdo otra  de los 80,  “Shiny Happy People” de una banda de rock alternativo estadounidense llamada REM, que  aconsejaba a la “gente feliz y radiante” agarrarse de las manos como lo haría el Puma Rodríguez. Y, por supuesto, en las antípodas de esas canciones, una de los Beatles, cantada por Lennon en 1968, “Happiness Is A Warm Gun”; la canción donde la felicidad es un arma caliente, tiene una referencia no sólo a Yoko Ono (la madre superiora), sino también una clara imagen del consumo de LSD: I need a fix cause im going down. Así como con el tópico del aburrimiento, también la idea de la felicidad no es una sola.

 

John Berger se preguntaba, como muchas veces lo hemos hecho nosotros, si él era feliz. Lo hacía en una situación particular, al hablar de una mujer fotógrafa: la compañera de Cartier Bresson. Explicaba que no creía que la felicidad fuera un “estado” del ser humano: “La infelicidad puede serlo, pero la felicidad es, por naturaleza, un instante. El instante puede durar unos segundos, un minuto, una hora, un día y una noche, pero no creo que pueda llegar a durar nunca una semana entera. La infelicidad suele parecerse a una novela larga. La felicidad se parece más a una foto” (en “Para entender la fotografía”; textos de John Berger, edición e introducción de Geoff Dyer, Ed. Gustavo Gili, 2015). En cambio, el aburrimiento no es una instantánea. Es otro el tiempo y el impacto que dura, sería -contra todo lo que se cree en nuestra posmodernidad- un estado más constante y complejo, un estado de ánimo que aparece necesariamente ante la nada de lo cotidiano y la existencia. 

Voy a decir algo muy poco original y que suena a libro de autoayuda. Espero merecer por parte de los lectores –si alguno hay que me acompañe- un poco de paciencia. Habitualmente, nos inclinamos a creer que la felicidad es una obligación, o al menos, una meta de la vida. Mientras que entendemos al aburrimiento como algo negativo, un obstáculo para vivir mejor y más felices.

           

Walter Benjamin definió uno de los tantos aspectos del aburrimiento: el “spleen” y lo definió como un temple característico de la sociedad moderna y capitalista, un “sentimiento de catástrofe en permanencia”, que arrastra consigo la condición efímera de cualquier novedad: Nada envejece tan rápido como lo nuevo que lleva implícito el cambio. De ese temple, la obra de Baudelaire constituye, tal vez, su más citado caso. Benjamin señala también en sus Pasajes: “Nos aburrimos cuando no sabemos qué será lo que estamos esperando..."

 

Es Zygmunt Bauman, en el prólogo titulado “Sobre el ser ligero y líquido”, del libro Modernidad líquida, donde encuentro una clave para entender la complejidad del aburrimiento. El filósofo polaco para eso, cita nada menos que a un poeta,  a Paul Valery. Una vez más la poesía le da a la filosofía el punto de partida (y muchas veces, también de llegada) para pensar una realidad que se nos escapa. Valery dice las condiciones de nuestra vida –él habla en la primera mitad del Siglo XX- son “interrupción, incoherencia y sorpresa”. Y agrega que se han naturalizado como “necesidades reales” de la sociedad contemporánea “cuya mente ya no es alimentada por nada más que cambios repentinos y estímulos de constante renovación. Ya no soportamos lo duradero. Ya no sabemos cómo hacer que el aburrimiento fructifique.”

 

Podríamos decir que cada época merece un tipo especial de aburrimiento y de felicidad. Pero, sólo con esa afirmación no podemos quedarnos conformes aunque casi nos convence George Steiner, en su libro En el castillo de Barba Azul, del que hablaré más adelante, en el dossier. Entre beatitud religiosa y el spleen baudelaireano, las palabras han hecho el mismo viaje que nosotros, dejamos atrás una sociedad rural para adentrarnos primero, en la ciudad moderna y luego, en una cada vez más y más virtual, líquida. Pero no todo ha cambiado, algo queda enraizado en nuestra sentimentalidad, en la particular manera de ser felices o aburridos.

 

Existe al menos, una poética de la felicidad y del desencanto, otra del aburrimiento y de las pasiones. Por medio de una breve antología de autores, personajes y obras representativas particularmente en la literatura, podemos observar esas poéticas portadoras de la situación existencial de los últimos años de la modernidad hasta hoy, vista a través de casos concretos como Herman Melville, Franz Kafka, Fernando Pessoa o los artistas estadounidense Edward Hopper, Sidney Goodman, etc. No se puede ignorar el desencanto de Oblomov, a Bartleby y a Gregorio Samsa bajo la grisácea y envolvente sombra de la apatía, la inmovilidad y el aislamiento. A Pessoa, o, en especial a Bernardo Soares, el heterónimo que escribió el terrible Libro del desasosiego.

 

Tanto la felicidad como el aburrimiento –o como podamos llamarlo-  son concebidos en la actualidad como fenómenos positivos o negativos. En el caso de la felicidad casi como una obligación, mientras que en el caso del aburrimiento  como si de una patología psicológica se tratara. Pero hay muchos pensadores que no lo han visto de ese modo. La comprensión del aburrimiento como motor que impulsa el movimiento hacia la búsqueda de lo novedoso. y que impide la inmovilidad se encontraba ya presente en la filosofía del siglo pasado y  desde mucho antes relacionado con el “otium”.  Tal vez  uno de nuestros mayores problemas sea que olvidamos los orígenes y la naturaleza del aburrimiento, su función adaptativa. Los intentos racionalistas de los ilustrados de “recuperar el paraíso perdido”, la felicidad de una inocencia arcádica, fue terrible: habría que haber preguntado al exiliado Adán si quería volver al Paraíso. La felicidad no lo es todo.

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