Raquel Jaduszliwer : 5 poemas inéditos
Nació en San Fernando, Pcia. de Buenos Aires, en 1946. Es licenciada en psicología y se dedica a la clínica.
Libros publicados: Poesía: Los panes y los peces (Bs. As. 2012, Primer Premio Ed. De Los Cuatro Vientos); La noche con su lámpara (Bs. As. 2014, Primer Premio Fundación Victoria Ocampo); Persistencia de lo imposible (Bs. As. 2015 Premio Edición Ed. Ruinas Circulares); Las razones del tiempo (Bs. As. 2018 Ed. Lisboa); En el bosque (Bs. As. 2018, Ed. Modesto Rimba). De próxima publicación a comienzos de 2020: Ángel de la enunciación (Ed. Barnacle, Bs. As).
Narrativa: La venganza del clan de las banderas de acero (novela; Bs. As. 2018 Ed. Modesto Rimba). Obtuvo la Mención Única del Premio Hydra de ciencia ficción y fantasía, La Habana, 2013. Integró la Antología del cuento fantástico argentino contemporáneo, publicada por el diario Página12.
Así es como retorna la intensidad del mundo
otra vez el inicio; ya fue talado el árbol
sigue rodando el fruto. Un aire más liviano que el aire
levanta la mañana, se encamina el impulso.
Todo es templo: cada una de estas piedras fundará
cada gesto perdido como rito propiciatorio volverá.
Clarividencia del sol padre, su voz resuena altísima.
Una vez más
nada sabrá de todo aquello
la noche cuando caiga.
Hay una hora en que las cosas encuentran su apego por el aire
se apegan sencillamente a lo menos pesado: sí
porque las mueve un deseo muy amplio, más vasto aún que el de volar.
Eso quiere decir
que será suspendida toda afirmación, toda constancia
y tendrá su vaivén ritual la permanencia. O quién sabe mejor
se tratará de un viaje. Un recorrido
bajo el sol más profundo que reside en la noche y aguarda la mañana
con su espada dispuesta para lo no tan claro y para lo incandescente.
Vi pasar la barca de Caronte por la alcantarilla
tras de ella iba yo buscando el óbolo
una moneda entre las aguas para mi viaje de los muertos
pero la vida, ah, la vida
con la misma precisión de las fatalidades
abajo se refleja un cielo líquido
los días precipitan. En lo alto
una moneda brilla, resplandece.
Está esa flor urbana secuestrada
la cabeza ladeada sobre el tallo
sueña despierta con un mundo del todo vegetal.
Al respirar, las cosas, tan ajenas, se le tornarían verdes
y ese es todo su sueño, nada quisiera, nada saber
nada quisiera
más que darle la espalda a lo que la circunda
para escuchar tan sólo su propia vibración, sentir que late
debajo de la espina elemental. Así lo piensa
razona como puede en su registro
quien sabe del precámbrico
o de alguna otra era
más antigua, difusa, inconcebible.
Rasgar el envoltorio, capa por capa o siega de los aires
dar con el excedente de la primera luz:
día tras día la luz era un reflejo, era el aura del mundo
la red que se arrojaba
y era también la sombra con sus mejores brillos
y el reflejo más líquido
y era la gala para los desaciertos
y era el antecedente y era su consecuente
la mortaja brillante, el momento profético
la última de las voluntades suele conservar algo
de esa fosforescencia de la primera aurora.
Se la distingue a veces porque llega más lejos
y enarbola más alto.