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GIANNI SICCARDI

Poemas 

(Inéditos  de Gianni enviado en noviembre del 2002 para La Pecera)

 

Cigarras

 

Buenas noches.

Silencio.

Mis padres dormían

reparaban.

 

Todos dormían en la casa

y en las casas vecinas.

Sólo estaban despiertas unas cigarras

y el chico que yo era.

Algo palpitaba allí en la oscuridad.

 

¿Y esos pequeños sonidos regulares?

Uno fuerte

y dos débiles. 

¿Es una danza nocturna

o es un tejado que gotea sus lamentos?

El mugido distante del tren

se apoderaba de la oscuridad.

La almohada apenas sostenía mi cabeza.

Sí, una vez más

lo más mío del día era la noche.

Abandonaba la mortaja de las sábanas

y sigiloso

llevaba mi cuerpo hasta el patio

para escuchar la parra

las plantas

que respiraban a sus anchas.

Las estrellas al alcance de mi mano

la cruz del sur

las tres marías

los siete cabritos

nos mirábamos largamente.

Ellas eran ellas

yo era yo.

Cortábamos la noche.

 

El mundo ha hecho su trabajo

mi astronomía es un poco más complicada

y ahora sé que no eran cigarras, no

apenas eran grillos

sólo uno o dos grillos.

 

 

Y ya no hay quien duerma en la casa

no hay danzas

ni tejados

ni trenes.

No hay lamentos.

 

 

No hay casa.

 

Pero aún

lo más mío del día está en la noche

y la almohada

apenas sostiene mi cabeza.

 

Hay que dar al mundo

lo que es del mundo

y al ser

lo que es del ser.

Abro la ventana de este piso doce

las estrellas siguen allí

nos miramos largamente.

Siento que cortamos la noche.

 

Algo palpita acá en la oscuridad.

 

Eran cigarras, sí

eran cigarras.

 

 

Palabras  sueltas

 

Es mentira.

Nunca escribí un poema para vos.

Todos los poemas que he escrito

los he escrito para mí.

 

Falso.

Nunca escribí un poema para mí.

Nunca he escrito una palabra para mí

salvo en mi agenda

o en algún cuaderno.

 

En mi agenda

en algunos cuadernos olvidados

he escrito, sí,

muchas palabras para vos

para mí.

Palabras como piedras.

Pero no eran poemas.

 

Es verdad. Es mentira.

Quizás los únicos poemas que he escrito

son los que encuentro

en las palabras que he escrito

para vos

para mí.

Esas palabras que sólo leeremos

vos y yo.

 

¿Será verdad?

No lo sé.

Nunca he estado seguro

de cuáles son mis poemas verdaderos.

Quizás mis poemas verdaderos

estén entre algunas palabras

que a veces encuentro en alguna agenda

o en un viejo cuaderno descartado.

Frases sin terminar

palabras sueltas.

Piedras.

 

Allí

fragmentado

en gotas

aquí o allá

está todo lo mío

está todo lo mío en vos

todo lo tuyo en mí.

 

Nunca uniré esas palabras.

Es bueno que queden allí.

Es bueno que nadie ordene

que nadie cambie esos mensajes secretos

las palabras que he escrito

y seguiré escribiendo

sólo para vos, para mí

o lo que es lo mismo

sólo para vos y para mí.

 

No sé si seguiré escribiendo poemas.

No sé

si me será dado escribir más poemas.

Pero es seguro que habrá otras palabras

escritas para vos solamente

para mí y para vos en mi agenda

 

Quizás algún día pueda escribir un poema

tan verdadero

tan inocente

tan desnudo

tan explosivo

tan complejo y tan simple

como esas frases sin terminar

esas palabras sueltas

que cada tanto

descubro con asombro en mi agenda

o en un cuaderno descartado.

 

Es mi letra. La reconozco.

Pero no reconozco esas palabras.

Sólo signos o huellas

mensajes que yo no sabía que eran mensajes.

Pequeños

minúsculos fragmentos

que están ahí.

Como piedras.

Y yo no sabía que eran piedras.

Si hubiera sabido que eran piedras

no hubiera podido escribirlos.

Cuando escribo una palabra

no sé que será sólo una palabra.

Cuando empiezo a escribir una frase que no termino

no sé que quedará sin terminar.

No sé que se convertirá en piedra.

 

Quizás algún día

escriba un poema sin saber que es un poema.

Quizás algún día

logre escribir un poema

que se convierta en piedra.

del libro Conversaciones

Arte poética

 

 

a Roberto Broullon, Juan Gelman

  Martín Micharvegas, José Peroni, Néstor Sánchez

 

 

No tengo un mensaje secreto

ni gestos ni salmos ni verdad ni certeza

pero cuando el olvido va hacia el sur

mis pies van hacia el norte.

 

Mi vida no es ejemplo ni regla ni armonía

mi pasado cabe en una caja de fósforos

pero mi futuro flota en la eternidad

y si no puedo probar lo que ha sucedido

es porque no tengo la cabeza construída

con el pan cotidiano.

 

Mis días no corren por el espléndido rostro del presente

y nunca acierto a poner mi mano sobre la tierra

justo cuando caen las primeras gotas

de modo que mi cuerpo sigue sus costumbres

sin esfuerzo ni audacia ni plan ni sensatez.

 

Camino bajo una mirada protectora

mezclando lo verdadero con lo falso

lo falso con lo verdadero

embriagado por el perfume inasible del ocio

errando aquí y allá

persiguiendo la droga de la palabra

la luz de la palabra

la alegría de la palabra.

 

Pero no para todos

no para los que tienen la frente

apoyada en el hombro del mundo

no para los que sueñan sus sueños

no para ellos

hombres de buen sentido

sino sólo para los oídos indelebles de los amigos

en los que cabe toda la verdad

las manos de los amigos

que tejen y destejen las hierbas del paraíso

la boca generosa de los amigos

que siempre acude a la cita

la cabeza íntima de los amigos

que retumba en nuestro pasado

la mirada secreta de los amigos

que repara los mecanismos del tiempo

el silencio de los amigos

que late en la oscuridad.

 

 

La buena poesía

 

Hemos descubierto la manera

de hacer buena poesía.

 

Viene el invierno y cerramos las ventanas

termina el año y miramos a los viejos

como si fuera la última vez

pasa el tranvía y le gritamos: tram, tram, tram...

Pero si llega ella

cargamos la lapicera

le hacemos un lugar en nuestro block.

 

¿Qué decís?

¿Qué decís a todo esto?

 

En realidad, a veces

desesperamos de encontrarla

y es cuando estamos más cerca de ella.

 

Nuestra vida es así

dos pasos adelante

uno atrás.

De El Mirlo (2004, póstumo)

 

 

Descubrir un mirlo

Miré hacia abajo

y había un mirlo.

Miré hacia arriba

y había un mirlo.

No supe 

si era el mismo mirlo

o la misma mirada. 

El Mirlo

 

 

El mirlo flamea

en la bandera de la lluvia

El mirlo nada

en el naufragio de la lluvia

El mirlo se aferra

a la rama de la lluvia

 

 

Hay un ley para el bosque

Hay una ley para el árbol

Hay una ley para el mirlo

 

Cada uno cumple su ley

sin conocerla

 

 

 

El mirlo sabe que su sombra

lo acompaña en el día

  

De pronto comprende

que su sombra existe

porque existe la luz

 

 

¿Qué importa

que cada vez que el mirlo

mira el río

sea otro río?

Lo que importa

es que cada vez que el mirlo

mira el río

es otro mirlo

 

 

Para ver

el mirlo cierra los ojos

  

Es que ha aprendido

a no abusar

de la complicidad del infinito

 

La tierra y el cielo

El mirlo puede volar 

porque el cielo

desciende hasta la tierra.

Cada vez que mira la tierra

es un mirlo distinto.

Cada vez que mira el cielo

es el mismo mirlo.

El canto

El mirlo

sólo es una hopja más

en el árbol.

Hasta que empieza a cantar.

Cuando el mirlo canta

el bosque

no sabe qué responder.

Sobre la poesía:

La flecha y el blanco

La lógica de la poesía es inflexible. Tiene una sola cara porque es individual. Sería trágico que un texto de prosa guardara un significado distinto para cada lector: un mundo así estaría lleno de peligros. Pero sería más trágico aún que un poema significara lo mismo para todos. Un mundo así sería verdaderamente inhabitable, asfixiante: el triunfo definitivo de la sociedad de masas. La prosa se adapta a cada lector para significar lo mismo para todos. La poesía es exigente. El lector de poesía es alguien que accede al reclamo de adaptarse a la lógica del poema. Y el esfuerzo -el implicarse en el poema- tiene su compensación, allí el poema le descubre un sentido personal, único, para cada lector y -más aún- un sentido para cada lectura. 

La prosa supone un arquero y un blanco. El escritor estira su arco, apunta cuidadosamente y lanza su flecha. El buen prosista da en el centro del blanco. Tanto el escritor como el lector ven el blanco, ven la flecha, su trayectoria y su destino. La poesía supone un arquero pero no supone un blanco.El poeta estira el arco y apunta hacia el espacio y el tiempo. No hay un blanco visible: la flecha se dirige hacia el infinito, hacia la eternidad.  Su destino es el absoluto. Por eso para la gente de buen sentido el poeta parece ser un tonto que derrocha su vida lanzando flechas que van a no se sabe dónde, a ningún sitio útil. La gente de buen sentido no ve el destino de la flecha , para ellos la flecha se pierde en la nada. Pero el poeta no derrocha su vida. Él lanza su flecha con una enorme fe. "Adiós, adiós", le dice. El sabe que allí donde caiga la flecha estará el blanco. Porque el infinito no puede medirse. No es que sea más grande o quede más lejos que todo lo conocido o imaginado. La eternidad no es más grande que algún tiempo. Cuando se apague el sol, cuando se apague la última estrella de la última galaxia, ¿seguirá existiendo la eternidad? La eternidad es cuando se detiene el tiempo. Se detiene el tiempo, dejan de suceder cosas; y bien, esa es la eternidad. El lector de mirada pura, aquel que se implica en el poema, sigue la trayectoria de la flecha hasta que cae y -entonces- descubre el blanco. Porque allí donde cae la flecha, allí está el blanco.

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