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CLAUDE ESTEBAN

Aquello que permanece a pesar de la ausencia

prólogo, selección y traducción de Sara Cohen

Es una voz íntima y a la vez impersonal aquella que emerge en la poesía de Claude Esteban. Perder sílabas y recuperarlas, explorar el vacío de los sitios que fueron habitados y se revelan como ajenos, experimentar el sin sentido del decir frente a la experiencia última y ubicar en la hoja las palabras que lograrán encarnarse en el hablante, son algunos de los temas que ingresan en el texto del poeta a modo de olas que se acercan y que se alejan. Si la muerte es una habitación vacía y uno está ahí, después del silencio alguien empezará a hablar.

En un libro en homenaje al autor, publicado en el 2003, titulado L’espace, l’inachevé, cahier Claude Esteban, Yves Bonnefoy dice:

 

Pero sin embargo decir que Ud. es uno de aquellos, más bien raros, que, melancólicos, saben reír. Retornando de otro sitio, al instante, de la risa a lo serio, a lo serio más absoluto, con una agilidad de espíritu y de corazón que es la poesía misma, la poesía en su ser más íntimo: puesto que ella es encarnación, redescubrimiento de lo inmediato, con esa mirada otra repentina que ella permite  acerca de lo que uno imagina que conoce.

Melancólico, Claude, Ud. lo es. Es fácil percibir en Ud. ese duelo que no puede nunca agotarse porque pesa no sólo sobre los seres sino sobre el ser como tal, en Ud. la proximidad tropieza con un obstáculo, un irreductible obstáculo.

 

Qué puede conocerse y qué es lo que uno ha perdido, es la pregunta que recorre este libro bajo diferentes formas. Cabe aclarar que Claude Esteban murió en el año 2006 y que Quelqu’un commence à parler dans une chambre fue publicado en 1995. En el libro se evidencia en forma bastante directa la presencia del duelo de un ser querido y las circunstancias dolorosas de su pérdida. Pero, como muy bien lo expresa Yves Bonnefoy, Esteban va mucho más allá en su poesía que cualquier circunstancia personal. Los muros que los humanos construyen para tomar distancia de los humanos, la irrealidad de los vínculos, los encuentros y la soledad, pero por sobre todo lo enigmático que deviene el semejante para uno mismo, son expuestos con ironía y sabiduría en la segunda parte del libro compuesto de breves textos en prosa, titulados Frases, la noche.

La poesía encierra, en esa combinación única de palabras, espacios, omisiones y silencios  creados por el poeta en sus versos, la despedida con sus desprendimientos dolorosos: horas, objetos, sitios, colores, recuerdos...

Una hoja que se desgarra, tres/ notas sobre el silencio, casi/ nada, como es temprano,/es la mañana quizá o/ la noche, ya no sé/ más, caminé durante tanto tiempo,/ ahora yo/ respiro, descanso, todo/ es perfecto, el cielo duro/

de plomo, cuento siete estrellas.

Mientras tanto una voz lentamente se impone en una habitación en la cual no nos queda otra cosa que esperar el único destino humano certero: el morir. Sutiles movimientos y una lenta desaparición como si el mundo se mirase desde lejos y de lejos se volviese para poder asegurarse uno el estar vivo. El cansancio de existir acerca a la orilla la palabra muerte, para que el poeta luego desafíe su imperativo y viva un día o una noche más.

Insistencia en una búsqueda que pueda otorgarle una lógica a las cosas que se revelan en su sinsentido inasibles e inmersas en la pesadilla de la culpa. Aunque depare dolor, es bello abandonarse al fluir propuesto por la poesía de Claude Esteban, porque el poeta sabe burlarse hasta del escribir con extrema elegancia.

Es imposible acercarse a la poesía de Claude Esteban sin mencionar aspectos sustanciales que determinarán la artesanía de sus textos. Excelente ensayista, Esteban se desempeñó como crítico de arte y traductor, y lo que es fundamental y crucial en su literatura es su bilingüismo.

Hijo de padre español, Claude Esteban fue un poeta cuya lengua de escritura fue el francés, lengua materna. En su libro La heredad de las palabras analiza su posición en relación a la lengua, marcada por la experiencia del bilingüismo. Podríamos subrayar dos vertientes expresadas en los fragmentos del texto trascriptos a continuación: la del orgullo y la de la dificultad de acceso a la palabra, tema fundamental en el trabajo de escritura.

 

Incluso creo que sentía un cierto orgullo durante nuestros paseos por las calles de París, en los jardines públicos donde jugaba con niños que, evidentemente, tan sólo se expresaban en francés; sí, me agradaba, incluso me satisfacía aquella complicidad que, de manera indirecta, no cesaba de establecerse entre mi padre y yo por medio de una lengua que los demás no comprendían. Y mi orgullo se duplicaba hasta la altivez cuando mi madre se mezclaba en nuestra conversación y sus expresiones en español adolecían de cierta torpeza de pronunciación o de inexactitud léxica.

 

(…) este mundo se me escapaba de las manos, y yo me sentía incluido en él por puro descuido. Sentía, de manera confusa, que uno no pertenece con todas las fibras de su ser a un país hasta que logra fundirse, carnalmente, con su lengua, pero hete aquí que esa lengua francesa, que con tanta avidez yo aspiraba a dominar, se apartaba de mí, y yo me veía obligado sin cesar a salvarla del caos, del desgarro y de la duda en que se debatía mi mente.

 

También en La heredad de las palabras, Claude Esteban relata el encuentro con soldados armados, ametralladoras y cañones apuntándolos, hacia el final de la guerra en París, de la siguiente manera:

 

Yo sentí, y siento aún, la mirada de uno de aquellos hombres, siguiéndonos, volviéndose hacia nosotros cuando el tanque nos pasó. Tan sólo un gesto habría bastado, sin duda, para que hubiera descargado sobre nosotros una ráfaga. Pero no hizo nada. Todo el convoy nos observó durante unos minutos que nos parecieron eternos, hasta alejarse por fin en medio del estrépito y el polvo. Yo seguía agarrando fuertemente la mano de mi padre, creo que hasta temblaba un poco. Tan sólo entonces comprendí que nos habíamos cruzado con los últimos destacamentos enemigos  que abandonaban a toda prisa la ciudad, y que acabábamos de escapar, de una manera muy banal, de la muerte, gracias al azar y a la entereza de mi padre.

De vuelta ya en casa, no nos jactábamos del encuentro. Aun así,  me quedó de él una extraña sensación de júbilo, como si me hubiera sido otorgada una segunda vida, arriesgada, sin coerciones, y que ya no me quedaba más que hacerla mía en aquél París al fin liberado.

 

En Claude Esteban el bilingüismo, la traducción y la poesía participan en un mismo entramado en el que teje los hilos la historia personal determinada por las circunstancias históricas. Traductor de Góngora, Quevedo, Vallejo y Octavio Paz, Esteban construye su poética en ese espacio determinado entre dos lenguas y en ese borde que sabe de la muerte: de su acecho, de su tregua y de su retorno.

Es curioso que Alguien comienza a hablar en una habitación condense en forma tan evidente estos temas. Con poemas breves y textos en prosa, este libro nos hace atravesar la extrañeza de un sujeto frente a la muerte y la extrañeza de un sujeto frente a un otro diferente y frente a un otro que nos habita y que desconocemos.

En La heredad de las palabras Claude Esteban escribió:

 

Tan sólo la experiencia asiduamente vivida de extrañeza, de una alteridad, diría yo, respecto de la propia lengua, puede dar cuenta, en lo más hondo del espíritu, de la noción de exilio. Incluso el término mismo de “étrangeté” presupone en francés algo así como la idea de una patria de la que habría sido excluido y que perdura, sin duda fuera de nuestro alcance, pero siempre viva.

 

Otro tema ineludible al abordar la escritura del ensayista es su interés por las artes plásticas. Funda en 1973 la revista Argile y la dirige durante nueve años. La publicación establece un cruce entre la pintura, la creación poética y la traducción de poesía extranjera. Respecto de la tarea emprendida por la publicación escribió el poeta: No somos más que centinelas en los confines de lo informulable.

A modo de ejemplo elocuente podemos leer un fragmento de un texto escrito por el autor en 1981, titulado Giorgio de Chirico, poeta:

 

La “pintura metafísica” nos había acostumbrado a esas vastas configuraciones de lo inmóvil donde la soledad misma encontraba lugar, distraída más bien curada de su herida por la omnipresencia de un tiempo inmemorial que ofendía el grito, que inflaba el minuto insoportable.

Los poemas de Chirico, y particularmente aquellos de los años 1911-1914, contemporáneos de las pinturas que conocemos demasiado bien, revelan lo que llamaré el basamento subjetivo de las imponentes metáforas pictóricas. Chirico se entrega desnudo, y el desasosiego que lo habita, casi cercano a Nerval en algunos instantes con sus recursos imposibles a dioses difuntos, encuentra sin siquiera buscarla la expresión más justa, la más lacerante.

 

Esta cita nos acerca de algún modo al desasosiego de Alguien comienza a hablar en una habitación, a lo inhumano y lo humano, a otra lógica de las cosas, al miedo a morir y a la espera inútil, que interpreta el poeta como el pianista de uno de sus textos.

Ese pianista sentado frente a su piano interpreta y al mismo tiempo canta. El pianista incluye su voz porque  no puede tolerar la perfección de una partitura escrita dos siglos atrás por un viejo luterano de Alemania: “Pero ese hombre, en alguna parte, tiene miedo de la música, de la que interpreta y de aquella que da la impresión de surgir, por primera vez, de sus manos. Esa música, es verdad, es perfectamente bella, tan bella que deviene inhumana. Y el hombre, el pianista, no puede soportar eso. Que una música, escrita hace dos siglos y aún más, se imponga con una altura tal, una indiferencia tal a todo lo que no es ella misma, su melodía, sus fugas, sus contrapuntos, el hombre de carne que es el pianista lo comprende sin duda, pero no se acostumbra. Querría hacer intervenir un poco de él mismo, más que sus dedos, más que su corazón y su pensamiento, el aliento que es el suyo. Entonces, canta, muy bajo, con la garganta más que con la boca, pero se lo escucha.”

En este libro, así como en la poesía misma, hay algo que permanece a pesar de la ausencia: es la voz. Porque Alguien comienza a hablar en una habitación.

Diane Di Prima, 1969

(París, 26 de julio de 1935 - París, 10 de abril de 2006) fue un poeta y ensayista francés.

Nacido en París de padre español y de madre francesa, dividido entre dos idiomas, Claude Esteban fue el autor de una obra poética destacada en los últimos decenios del siglo XX y a principios de este siglo. Escribió también numerosos ensayos sobre poesía y lenguaje y fue el traductor al francés de algunos grandes poetas de lengua española, como Jorge Guillén, Octavio Paz, Borges, García Lorca, César Vallejo, Quevedo y Góngora. Publicó muchos ensayos sobre arte, artistas modernos (Ubac, Vieira da Silva, Castro, Palazuelo, Morandi, Chagall, 

Braque, Chillida, Giacometti...), pero también sobre pintores antiguos (Goya, Velázquez, Rembrandt, Claude Lorrain, Caravaggio...). En 1973, fue el fundador de la revista de poesía y arte Argile, publicada por Maeght (24 números, hasta 1981).

Alguien comienza a hablar

en una habitación

VII

 

 

Esbozos, arrepentimientos, soles

 

 

Siete días de ayer, siete días

contados como si

el número finalmente cerrado

fijase el tiempo, forzase

al tiempo a no excavar más su entalladura,

siete días

atravesando los años, y esta voz

que decide de repente

que es suficiente, que hay que contar

de otro modo, si se pudiese.

 

 

Esta voz que viene

de ninguna parte, cómo hacer, digan me

para no escucharla, todas

las cosas se callaron,

primero las grandes, aquellas que nos

herían, luego las pequeñas,

y es en el silencio de la noche

del alma, de repente la voz

como un espanto luego como un júbilo

y luego la muerte, simplemente.

 

 

 

 

 

Denme esta mañana, estas horas

aún del alba

cuando todo comienza, denme, se los suplico,

ese movimiento ligero de las ramas,

un aliento, nada más,

y que yo sea como alguien

que se despierta en un mundo y que no sabe

ni lo que viene ni lo que va

a morir, denme

tan sólo un poco de cielo, o esta piedra.

 

 

Mi hija, nos quitarán

nuestras cadenas, caminaremos, tú

y yo, entre los prados, recogeremos las flores

no importa cuáles, haremos, si quieres,

ramos, la ciudad

estará tan lejos y algunas veces

los pájaros nos contarán la leyenda

de un rey muy viejo

que no sabía más separar lo justo de lo injusto

y nos reiremos de nosotros, Cordelia.

 

 

 

 

Luz que vas siempre

delante, te tomaré

de la mano, será de repente

más simple, las cosas

y la gente, las palabras que endurecían

bajo la lengua, todo

será transparente para nosotros, luz

que no tienes lugar, he aquí que te detienes

y que mi mal

se detiene también y que me esperas.

 

 

Detrás de la empalizada roja

a uno le gustaría vivir y envejecer durante mucho

tiempo, uno sería

un hombre sin congoja, sin

deseo casi y los árboles solamente

hablarían de usted, dirían de la savia

y del incremento, de lo inmóvil

mover las horas y luego la muerte

como una corteza mojada, estaríamos ahí, los ojos

abiertos, justo una vida, detrás de la empalizada roja.

 

 

 

Una hoja que se desgarra, tres

notas sobre el silencio, casi

nada, como es temprano,

es la mañana quizá o

la noche, ya no sé

más, caminé durante tanto tiempo,

ahora yo

respiro, descanso, todo

es perfecto, el cielo duro

de plomo, cuento siete estrellas.

VII

 

 

Ebauches, repentirs, soleils

 

 

 

Sept jours d’hier, sept jours

comptés comme si

le nombre enfin clos

fixait le temps, forçait

le temps à ne plus creuser son entaille,

sept jours

traversant les années, et cette voix

soudain qui décide

que c’est assez, qu’il faut compter

autrement, si l’on pouvait.

 

 

 

 

 

Cette voix qui vient

de nulle part, comment faire, dites-moi,

pour ne pas l’entendre, toutes

les choses se sont tues,

d’abord les grandes, celles qui nous

blessaient, puis les petites,

et c’est dans le silence de la nuit

de l’âme, soudain la voix

comme un effroi puis comme une allégresse

et puis la mort, simplement.

 

 

 

 

Donnez-moi ce matin, ces heures

encore du petit matin

quand tout commence, donnez-moi, je vous prie,

ce mouvement léger des branches,

un souffle, rien de plus,

et que je sois comme quelqu’un

qui se réveille dans le monde et qui ne sait

ni ce qui vient ni ce qui va

mourir, donnez-moi

juste un peu de ciel, ou ce caillou.

 

 

 

 

 

Ma fille, on nous enlèvera

nos chaînes, nous marcherons, toi

et moi, parmi les prés, nous cueillerons les fleurs

quelconques, nous en ferons, veux-tu,

des bouquets, la ville

sera si loin et quelquefois

des oiseaux nous conteront la légende

d’un roi très vieux

qui ne savait plus séparer le juste de l’injuste

et nous rirons de nous, Cordelia.

 

 

 

 

Lumière qui vas toujours

devant, je te prendrai

par la main, ce sera soudain

plus simple, les choses

et les gens, les mots qui durcissaient

sous la langue, tout

sera transparent pour nous, lumière

qui n’as pas de lieu, voilà que tu t’arrêtes

et que mon mal

s’arrête aussi et que tu m’attends.

 

 

 

 

Derrière la palissade rouge

on aimerait vivre et vieillir très

longtemps, on serait

un homme sans crainte, sans presque

de désir et seulement les arbres

parleraient de vous, diraient la sève

et le surcroît, l’immobile

mouvoir des heures et puis la mort

comme une écorce mouillée, on serait là, les yeux

ouverts, juste une vie, derrière une palissade rouge.

 

 

 

 

Une feuille qui se déchire, trois

notes sur le silence, presque

rien, comme il est tôt,

c’est le matin peut-être ou

le soir, je ne sais

plus, j’ai marché si longtemps,

maintenant je

respire, je me repose, tout

est parfait, le ciel dure

à l’aplomb, je compte sept étoiles.

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