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El espacio del poema

por Osvaldo Picardo

Sobre el libro “La Luz de lo imposible, los poetas de Nosferatu y último Reino (1972-2022)” Introducción, selección y notas de María Julia De Ruschi. Ediciones Kalos, Buenos Aires, 2022

Abrir un nuevo libro de poesía sea de un desconocido, de un muerto, de un joven o de un amigo requiere una estrategia que llamaré “espacial”. Y con eso, quiero decir que hay que hacer lugar dentro de uno mismo, talar yuyos, basura, algunas ramas y hasta selvas que han crecido con los años en nuestro gusto personal.  


No me refiero solamente a una valoración de novedades editoriales que nos llegan de la mano de alguien o que nos encontramos por casualidad, sino al esfuerzo de explorar el gusto y la estética que hemos cultivado.  Lo nuevo no sólo es obligadamente novedoso y actual, sino que se resiente y también cede, naturalmente, a la gravedad del tiempo que lo envejece y hasta olvida. ¿Quedan sedimentados los sabores iniciales, aunque hayan perdido su novedad original? Una cierta nostalgia se esconde en el gusto del artista maduro. Un sabor en que se mezclan vanguardias y tradiciones, con autocríticas y balances no siempre beneficiosos ni favorables. 


Hace unos meses, encontré una cita de George Russel, un escritor y pintor irlandés de otro siglo.  Estaba en otro libro de ensayos de un poeta venezolano. Ahí, con la cita, se subraya la nostalgia y la tristeza del paso del tiempo; pero no de la manera, frecuente y esperada. Dice que hay veces que siente en su interior que el escritor maduro y autocrítico en que se ha convertido, aniquila al escritor anterior, al escritor joven y no del todo seguro de sí mismo. Por eso, los años de lecturas críticas, lejos de darnos una seguridad absoluta, hacen cada vez más apropiada la pregunta del poeta inglés Alfred E. Housman: ¿Seré capaz de reconocer la poesía si llego a encontrarme con ella? 


Creo que reconocerla no debe ser fácil después de haber creído conocerla alguna vez. Se hace necesario un ejercicio de relectura para contrarrestar aquella aniquilación de la que habla Russel tanto como las concesiones y favores que comúnmente abundan, desde hace mucho, en las críticas literarias y reseñas periodísticas, que, muchas veces, fingen un entusiasmo inocente que no existe. Todos somos sensibles a los mecanismos del consuelo y de las gratificaciones, pero no es así como creo que se encuentra y reconoce la poesía. No se trata de renunciar al gusto ni a la emoción, sino de limpiar y hacer espacio. La poesía no sólo necesita tiempo.   


Algo de todo esto me ha pasado con “La luz de lo imposible” que reúne textos de los poetas de Nosferatu (1972-1978) y Último Reino (1972-2022), antología prologada y editada por María Julia De Ruschi.  El libro se publicó el año pasado y revela para muchos de nosotros una zona opacada y bastante borroneada de nuestra poesía argentina de los últimos 50 años. Su publicación, en medio de la atomización variopinta de la actual movida editorial, llena un vacío importante para poder investigar y entender qué es lo que nos viene sucediendo no sólo con la escritura sino también, con la forma de leer y escribir poesía, en estos tiempos llenos de prejuiciosos jóvenes y aduladores viejos. 


A no ser por una nota de diciembre de 2022, que el escritor Emilio Jurado Naón realiza para Clarín, no conozco otras reseñas ni valoraciones que, dada la importancia documental que posee, hubieran sido bien recibidas, además de útiles. Pero lo entiendo, porque he presenciado el paulatino avance de teorías y poéticas que parecen dejar de lado un aspecto clave de la poesía: su atemporalidad. No son exclusivamente los temas del momento, el compromiso con la época, la actualidad o la capacidad de identificarse con el joven lector, etc… Hay algo en la poesía que, como en la música, queda y habita en nosotros, mientras alrededor todo cambia y se olvida. Eso es la atemporalidad que me permite diferenciar un buen poema de una mala copia, aunque funcione y sea un éxito de ventas y de “I like”.


Cuando leo a un poeta como Mario Morales (1936-1987) que selecciona y me da a conocer María Julia De Ruschi, en su libro, me reubica más allá de las diferencias de gusto que nos separan; hay un mapa en que los puntos cardinales de la poesía son los mismos y compartidos. Hay una tradición literaria común a todos los lectores de poesía –reconocida, ignorada o rechazada-, marcas en el mapa que orientan y permiten hallar cómo traducir a la propia sensibilidad, esa poesía ajena y lejana a la estética personal de cada uno.

“Larga convalecencia. Dudar de las palabras.
Dudar de todo: Durar: ¿será lo mismo?
LA IMAGEN ES ALGO QUE DEBE SER SUPERADO.

(Pero ahí están tus senos, 
la belleza terrible de tus senos
y justamente eso es lo más difícil).
Lo que persigo me persigue, lo que atrapo me atrapa.
Sentirse elemental, inútil, irrisorio,
Sentir que los sentidos no funcionan, que las palabras no
hacen el amor. 
Que las ideas no existen más allá de un círculo viciosos, 
tramposo, paralizante. 

Yo, yo: dad vuelta la página de los escombros.”

Vencido el prejuicio -los prejuicios- de pronombres y léxicos, los prejuicios del lector que busca lo semejante y lo esperado en un iluso gusto de época, busco las distancias y proximidades que median entre el yo y su destinatario. ¿Grita? ¿Canta? ¿Sólo habla o susurra? ¿A quién se lo dice? Pero también habla desde la enunciación, a través no sólo del tiempo sino también con la complicidad de los que ejercen el oficio de escribir: “LA IMAGEN ES ALGO QUE DEBE SER SUPERADO”, o “sentir que los sentidos no funcionan, que las palabras no/ hacen el amor”.  Ahí están la ironía y el efecto de intensificación de la paradoja de escribir lo ausente, la impotencia del lenguaje que no alcanza lo real (“justamente eso es lo más difícil”) sino sólo a través de la apariencia del fuerte erotismo de la imagen. “Pero ahí están tus senos/ la belleza terrible de tus senos…” Toda referencia no es sino un subrayado de la ausencia de lo referido, porque donde están las cosas no hacen falta mostrarlas. El erotismo que emana de este poema ahonda en una subjetividad meditativa, casi mística cuyo desenlace no es sino una liturgia sacrificial del “yo”. La convalecencia sólo tiene una cura que consiste en dar vuelta la página donde la destrucción ha ocurrido y el “yo” deja de tener un sentido que no sea “escombros”.

Morales es el maestro y el anfitrión de aquellas tertulias que el grupo Nosferatu y después Último Reino.  En primera persona, la autora nos cuenta de aquellos viernes a la noche, en un departamento de Las Cañitas donde concurrían René Palacios More, Jorge Zunino, Enrique Ivaldi, Álvaro Diez Astete, Daniel Gutman, Víctor Redondo, Mónica Tracey, Guillermo Roig, María del Rosario Sola, Horacio Zabaljáuregui, Roberto Scrugli, Susana Villalba, Carlos Riccardo, Pablo Narral y la autora. 


Son los difíciles años 70 y esas tertulias de poesía se levantan como verdaderos refugios de un “espíritu convivial” y “religiosamente fraternal”. El relato subraya ese lado de la relación amistosa, así como el vitalismo trascendente y cierto orfismo esotérico. Es un acto de memoria desde el cariño y la admiración; pero, además, es un ejercicio de autorrepresentación que intenta mostrar una imagen pública que coincida con aquella otra que “desde adentro” recuerda que ha vivido. Y así dar vuelta “la página de los escombros”.
En esta clase de prólogos, se espera el elogio fácil, la idealización de un espejo embellecido o la apología contra acusadores y detractores. La autora en el presente caso, ha evitado caer en esa común ilusión biográfica, y nos deja un invalorable “documento de sentimiento” que permite con un espíritu cordial, entrar, sin prejuicios, en la lectura de los poemas y autores que en la mayor parte de los casos desconocíamos casi por completo. De Ruschi no sólo seleccionó los textos de la época, sino que en algunos casos da a conocer textos de años siguientes en los que se ve cómo cada uno de los autores diseñó su propio derrotero en el que parecen abrir brechas y forjar variaciones con el modelo originario. Cada autor va precedido por una breve y orientadora nota introductoria sobre su vida y trayectoria.  

  
No sería justo dejar de lado, para complementar el panorama y contexto en el que se inscribe “La luz de lo imposible”, la tesis doctoral del poeta y crítico Carlos Battilana, dirigido por el recientemente fallecido Noé Jitrik, que se tituló “Las revistas de poesía argentinas (1979-1996): Último Reino, Xul, La Danza del Ratón y Diario de Poesía”.  Lo menciono porque van quedando muy atrás, para las nuevas generaciones, los difíciles años de la dictadura militar y las necesidades políticas que enrarecieron el clima estético en la Argentina, hasta el punto de confundir y ensombrecer las experiencias de la poesía que no respondieran a las poéticas emergentes de la posdictadura. Como decía al comienzo, al citar a Russel, los espacios interiores de la poesía encogieron al ritmo de la miopía de la complejidad política del país. Parecía entonces, no haber lugar para el neorromanticismo de Nosferatu o Último Reino. 
Batilana lo explica señalando que, a partir de los años ochenta, con las publicaciones de “Austria Hungría” y "Cadáveres", de Perlongher, y "Muda desaparición", de Redondo se plantea cómo tratar la cuestión del horror desde la poesía; es decir que implícitamente se plantean las relaciones entre los discursos político y poético, con perspectivas diferentes entre sí. Por un lado, “las maneras realistas se hallaban en actividad dentro del campo poético como formulaciones discursivas nacidas en el pasado, pero que aún constituían un efectivo elemento del presente”; y agrega: “la noción de compromiso fue una forma residual que se hallaba todavía vigente, por ejemplo, en la última poesía de Francisco Urondo”. Por el otro lado, “una tendencia estética contraria, el neorromanticismo, recogía selectivamente la tradición poética de los cuarenta, a través de la revista Nosferatu”. 


Como verificamos en los autores y poemas reunidos en “La luz de lo imposible”, el neorromanticismo buscaba un discurso lírico autónomo y casi despojado de la referencia inmediata a lo contemporáneo histórico. Battilana afirma que “Nosferatu es el más acabado ejemplo de esa concepción autonómica, en la que se da un extremado lirismo”. Es tal vez por esto mismo, que a partir de las polémicas suscitadas alrededor de la revista Último Reino y, ya en la era democrática, se abren divisiones y exclusiones, explícitas o implícitas, entre tendencias poéticas emergentes: el neorromanticismo, el neobarroco y el objetivismo. 


Años después, el poeta Jorge Aulicino, que estuvo en la redacción del Diario de Poesía, invita a pensar con gran honestidad intelectual y lucidez sobre las polémicas y las voces altisonantes de ese momento: "voy a rezar aquí por el perdón a quien interpretó la exaltación neorromántica de la noche como el canto de la dictadura: Último Reino fue literatura de resistencia. (. .. ) Quien escribe estas líneas se apresuró a calificar el movimiento como síntoma de época. Pasados ya más de veinte años, no sabría decir cuál fue la expresión de esa etapa. Sí estoy seguro de que Último Reino fue algo más que un síntoma. Constituyó un sistema de pensamiento estético, quizá el mejor estructurado después de la vanguardia".


La perspectiva del recuerdo en primera persona de María Julia De Ruschi, así como la puesta en circulación de los autores y poemas de Nosferatu y Último Reino, reavivan la necesidad de hacer espacio no sólo en las estanterías repletas de la literatura argentina, sino principalmente en la mente y el alma del lector. Cuando con el paso del tiempo, las polémicas se olvidan y las teorías pasan, hay un ángulo ciego donde todavía existe con todo el esplendor la Poesía. “La luz de lo imposible” descubre ese ángulo y lo alumbra. 
 

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