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EL ESTÚPIDO, EL IMBÉCIL Y

EL CRETINO

(o entre nosotros el pelotudo, el bocón y el bobo)

Conversación entre Umberto Eco y J.C Carrière

El siguiente texto fue publicado en el periódico mexicano Milenio el 06/06/2009. Traducción de María Teresa Meneses, con notas y arreglos para La Pecera, de O. Picardo.

El fragmento que publicamos una charla que estos dos grandes intelectuales le dedican al fenómeno de la idiotez -una difícil e imposible traducción de la palabra francesa “bêtise”-cuyas consecuencias mantienen siempre, una insuperable actualidad. Cualquier parecido con la realidad no es pura coincidencia.

Umberto Eco y el guionista francés Jean-Claude Carrière mantuvieron continuadamente conversaciones a lo largo de su amistad. El semiólogo italiano y el cineasta francés se reunían por lo general, tanto en el apartamento parisino de Carrière como en la casa de campo de Eco en Monte Cerignone. Algunas de aquellas charlas se trasladaron al papel en un libro que se tradujo al castellano como “Nadie acabará con los libros” (Lumen). El libro original estuvo bajo el cuidado de Jean-Philippe de Tonnac bajo el sello de Bompiani, se llamó en italiano Non sperate di liberarvi dei libri (No esperen liberarse de los libros), y fue presentado en la XXII Feria Internacional del Libro de Turín 2009. Umberto Eco en esa ocasión, ante una pregunta sobre la diferencia que existe entre internet y una gran biblioteca, respondió:

"Internet es la gran madre de todas las bibliotecas. Como toda biblioteca, contiene el Evangelio y Mein Kampf. Las diferencias existentes entre ellas son dos: primero, los libros de una biblioteca muestran, a través del nombre del editor, su grado de confiabilidad, y en los sitios de internet no encontramos esto (se necesita una gran cultura y una gran astucia para usar bien internet); segundo, internet incluso ofrece ediciones completas de grandes obras, pero sólo en traducciones sin derechos y no en la más reciente edición crítica. Por lo tanto, no resulta una buena opción para muchas investigaciones con calidad filológica".

 Estaba señalando entonces, tres de las problemáticas más actuales y sin resolver: confiabilidad, uso y calidad. Ante cada una corresponde las complejas consecuencias de la pos-verdad, la manipulación en las redes sociales y el consecuente empobrecimiento crítico de la cultura contemporánea.

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Jean-Philippe de Tonnac: Entonces, ¿están ustedes enamorados de la estupidez?

 

Jean- Claude Carrière: Fielmente enamorados. La estupidez puede contar con nosotros. Cuando en los años sesenta Guy Bechtel y yo empezamos nuestro Dictionnaire de la Bêtise, que ha tenido más de una edición, nos dijimos: ¿por qué dedicarnos solo a la historia de la inteligencia, de las obras maestras, de los grandes monumentos del espíritu? La bêtise[1], tan amada por Flaubert, nos parecía infinitamente más extendida, es evidente, pero también más fecunda, más reveladora y, en un cierto sentido, más oportuna. Escribimos una introducción que titulamos Éloge de la bêtise…Nos proponíamos también organizar “cursos de bêtise” …

Todas las idioteces escritas sobre los negros, los hebreos, los chinos, las mujeres, los grandes artistas, nos parecen infinitamente más reveladoras que los análisis inteligentes. Cuando el reaccionario monseñor de Quélen[2], en la Restauración, declaró desde el púlpito de Notre-Dame ente una audiencia de aristócratas, en su mayoría emigrados que habían regresado a Francia: “No solo Jesucristo era hijo de Dios, sino que era de excelente familia por parte de su madre”, dijo muchísimo no solo sobre él mismo, lo cual tendría un interés relativo, sino especialmente sobre la sociedad y la mentalidad de su tiempo…

Umberto Eco: Aún así me gustaría que llegáramos a una definición, importante para nuestra charla. En uno de mis libros hice una distinción entre el imbécil, el bobo y el estúpido[3]. El bobo no nos interesa. Es el que lleva el helado a la frente en lugar de llevarlo a la boca; es el que no entiende lo que le dices. Su caso es simple. La imbecilidad, en cambio, es una cualidad social y por lo que me atañe también puede llamarse de otra forma, puesto que para algunos «estúpido» e «imbécil» es lo mismo. El imbécil es aquel que en un determinado momento dirá exactamente lo que no debe decir. Mete la pata voluntariamente. El estúpido[4], en cambio, es distinto; su déficit no es social, sino lógico. A primera vista parece que razona de forma correcta; es difícil darse cuenta enseguida de que no es así. Por eso es peligroso.

Le pongo un ejemplo. El estúpido dirá: “Todos los habitantes del Pireo son atenienses. Todos los atenienses son griegos. Por lo tanto, los griegos son habitantes del Pireo”. Sospechamos que algo no funciona porque sabemos que hay griegos de Esparta, por ejemplo. Pero no sabemos explicar inmediatamente dónde y por qué se ha equivocado. Deberíamos conocer las reglas de la lógica formal. Pues bien, creo que deberíamos ocuparnos en concreto del estúpido.

J.-C.C.: Para mí, el estúpido no se conforma con equivocarse. Afirma su error claro y fuerte, lo proclama, quiere que todos lo oigan. Es sorprendente ver lo estruendosa que es la estupidez. “Ahora sabemos de fuentes seguras que…” Y sigue una enorme pelotudez.

 

 U.E.: Tiene usted toda la razón. Si una persona dice con insistencia una verdad común, banal, se convierte inmediatamente en una bêtise

 

 J.-C.C: Flaubert dice que la estupidez consiste en querer sacar conclusiones. El imbécil quiere llegar, por sí solo, a soluciones perentorias y definitivas. Quiere cerrar para siempre las cuestiones. Pero esa bêtise, que cierto tipo de personas suelen percibir como una verdad, es para nosotros con el repliegue de la historia, extremadamente instructiva. La historia de la belleza y de la inteligencia, a las que limitamos nuestra enseñanza, es solo una ínfima parte de la actividad humana... Quizá habría que pensar, y en efecto usted ya lo está haciendo, en una historia general del error, de la ignorancia, además de la fealdad.

 

U.E.: Ya hemos hablado de Aecio[5] y de la forma en que dio a conocer los trabajos presocráticos. No hay duda: ese señor era estúpido. En cuanto a la bêtise, tras lo que ha dicho usted, me parece que es distinta de la estupidez. Es, más bien, una forma de gestionar la estupidez.

 

 J.-C.C: De forma enfática, a menudo declamatoria.

 

U.E.: Se puede ser estúpido sin ser completamente “bestia bruta”. Estúpidos por casualidad.

 

J.-C.C: Sí, pero entonces no se hace de ello un oficio.

 

U.E.: Se puede vivir de bêtise, es verdad. En el ejemplo que usted citaba, decir que la familia de Jesús por parte de madre era una “buena familia” no es, desde mi punto de vista, una estupidez absoluta. Simplemente porque, desde el punto de vista de la exégesis, es verdad. Creo que en este caso estamos decididamente ante la imbecilidad. Puedo decir que uno es de buena familia. No puedo decirlo de Jesucristo porque es menos importante, en cualquier caso, que ser hijo de Dios. Por consiguiente, Quélen dijo una verdad histórica, pero que no venía a cuento. El imbécil habla siempre sin intención.

 

 J.-C.C: Pienso en otra cita: “Yo no soy de buena familia. Mis hijos sí”. A menos de que se trate de un humorista, aquí hay otro imbécil satisfecho. Y volvamos a monseñor de Quélen. Se trata siempre de un arzobispo de París, de un espíritu sin duda muy conservador pero capaz de ejercer en Francia, en aquel momento, una gran autoridad moral.

 

U.E.: Corrijamos, pues, nuestra definición. La bêtise es una forma de manejar con orgullo y constancia la estupidez.

 

J.-C.C: Sí, no está nada mal. Podríamos enriquecer también nuestra conversación con las citas de todos aquellos -y son numerosos- que han intentado demoler a los que consideramos grandes autores o artistas. Los insultos siempre son mucho más aparatosos que los elogios. Esto hay que reconocerlo y entenderlo. Un verdadero poeta se abre camino entre una tormenta de insultos. La Quinta sinfonía de Beethoven era “un estruendo de obscenidades”, “el fin de la música”. Y no faltan nombres ilustres en la guirnalda de insultos endosados a Shakespeare, Balzac, Hugo, etc. El mismo Flaubert decía de Balzac: “Qué hombre habría sido Balzac, si hubiera sabido escribir”.

Y luego está la imbecilidad patriótica, militarista, nacionalista, racista. Puede mirar en el Dictionnaire de la bêtise la entrada dedicada a los judíos. Las citas revelan más bêtise que odio. Bêtise mala, Ejemplo: los judíos tienen por naturaleza el gusto del dinero. La prueba: cuando una madre judía tiene un parto difícil, basta agitar unas monedas junto a su vientre para que el pequeño neonato judío salga tendiendo las manos. Esto lo escribió en 1888 cierto Fernand Grégoire. Escrito y publicado. Y Fourier decía que los judíos son “la peste y el cólera del cuerpo social”. Proudhon mismo anotaba en sus cuadernos: “Hay que devolver esta raza a Asia, o exterminarla”. Son “verdades” dispensadas por personas que se decían personas de ciencia. “Verdades” que producen un escalofrío en la espalda.

U.E.: Diagnóstico: ¿estupidez o cretinismo? Un caso de epifanía de la imbecilidad (en el sentido en el que yo lo entiendo) lo ofrece Joyce cuando refiere una conversación con Mister Skeffington[6]: “Me apenó saber de la muerte de tu hermano”, dice Skeffington. “Era muy joven…un niño…” contesta Joyce. “Con todo…Es una pena…”, responde Skeffington.

 

 J.-C.C:  La bêtise a menudo es cercana al error. Es esta pasión por la imbecilidad la que siempre me ha acercado a su búsqueda sobre lo falso. Ahí hay dos caminos rigurosamente ignorados en la enseñanza. Cada época tiene sus verdades, por un lado, y sus notorios imbéciles, por el otro, enormes, pero asume la tarea de enseñar, de transmitir, solo la verdad. De alguna manera, la bêtise se filtra. Sí, hay un “políticamente correcto” y un “inteligentemente correcto”. Dicho de otro modo, una buena manera de pensar. La queramos o no.

 

U.E.: Es el test del papel de tornasol que nos permite verificar si estamos en presencia de un ácido o de una base. Si existiera un papel de tornasol para estos casos, podríamos saber en cada ocasión si estamos en presencia de un estúpido o de un imbécil. Pero, volviendo a su relación entre bêtise y falso. Lo falso no es a la fuerza expresión de estupidez o imbecilidad. Es simplemente un error. Ptolomeo creía de buena fe que la Tierra estaba inmóvil. Cometía un error por falta de informaciones científicas. Pero quizá mañana descubramos que la Tierra no gira alrededor del Sol y entonces tributaremos nuestro homenaje a la agudeza de Ptolomeo.

Actuar de mala fe significa decir lo contrario de lo que se considera verdadero. Pero cometemos siempre nuestros errores de buena fe. El error está presente, por lo tanto, en toda la historia de la humanidad; afortunadamente, porque si no seríamos dioses. La noción de “falso” que he estudiado, en realidad es muy sutil. Hay una modalidad de lo falso en la que éste debe ser indiscernible (en el sentido de Leibniz) de lo verdadero, debe ser lo mismo que su modelo. Quienes presentan algo falso como “verdadero” sabiendo que no es lo mismo que su modelo, actúan con mala fe, engañan. Y la otra modalidad es el razonamiento falso de Ptolomeo, que, hablando de buena fe, se equivoca. Ptolomeo no era un falsificador porque creía de verdad que la Tierra estaba inmóvil.

JCC: Esta precisión no nos facilita nuestro esfuerzo de definición: Picasso decía que él podía pintar picassos falsos. También se vanaglorió de haber pintado los mejores picassos falsos del mundo.

 

UE: De Chirico también confesó que había pintado falsos de chirico. Y debo confesar que también yo he realizado falsos eco. Una revista satírica italiana, una especie de “Charlie Hebbo”, preparó un número especial de Il Corriere della Sera a propósito de la llegada de los marcianos a la Tierra. Evidentemente se trataba de una noticia falsa. Me pidieron un falso artículo firmado por mí, como parodia de Eco.

 

JCC: Es una manera de salir de sí mismos, de la propia carne, del propio oficio. Y también de la propia cabeza.

 

UE: Pero, ante todo, es una forma de criticarse, de poner entre comillas nuestros lugares comunes, porque eran precisamente los lugares comunes los que yo debía repetir para realizar “un falso eco”. El ejercicio que consiste en producir un falso de sí mismos es, por lo tanto, muy sano.

 

JCC: Lo mismo sucede para esta pesquisa sobre la estupidez que nos ha ocupado por algunos años. Se trató de un prolongado periodo en el que Bechtel y yo sólo leíamos, incansablemente, libros muy pero muy malos. Expurgábamos los catálogos de las bibliotecas, y la mera lectura de ciertos títulos ya nos daban una idea del tesoro que nos esperaba. Cuando descubres, en tu lista, un título como “De la influencia del velocípedo en las buenas costumbres”, puedes estar seguro de que encontrarás miel.

 

UE: El problema se presenta cuando un loco interfiere en tu vida. Como ya lo he dicho, realicé una investigación acerca de los locos que son publicados en la vanity press[7], y para mí era evidente que yo estaba resumiendo sus ideas con total y absoluta ironía. Ahora bien, algunos de ellos no percibieron la ironía y me escribieron para agradecerme que hubiera tomado en serio su pensamiento. Lo mismo sucede con El péndulo de Foucault, que arremetía contra los fanáticos del complot y del ocultismo y que suscitó en ellos algunos casos de manifestaciones de entusiasmo totalmente inesperadas. Todavía recibo (o mejor dicho: mi esposa o mi secretaria, que son las que las filtran) llamadas de teléfono por parte de un maestro de los Templarios. (…)

Dicho esto, la dificultad para decidir si alguien es un cretino, un estúpido o un imbécil se deriva del hecho de que estas categorías representan tipos ideales, son unos idealtypen, como dirían los alemanes. Pero la mayoría de las veces encontraremos en un mismo individuo una mezcolanza de las tres actitudes juntas. La realidad es más compleja que esta tipología. (…)

 

JCC: En efecto, la primera cosa que se descubre estudiando a la estupidez es que también nosotros somos unos estúpidos. Es evidente. No se puede tratar impunemente a los demás como si fuesen unos estúpidos, si uno no se da cuenta de que su estupidez es un espejo para nosotros. Un espejo permanente, preciso y fiel.

 

UE: Caemos en la paradoja de Epiménides[8], que dice que todos los cretenses son mentirosos. Ya que él es de Creta, entonces también él es mentiroso. Si un imbécil te dice que todos los demás son imbéciles, el hecho de que él sea imbécil no impide que acaso te esté diciendo la verdad. Si luego agrega que todos los demás son imbéciles como él, entonces da prueba de inteligencia. Por lo tanto, no es imbécil. Porque los verdaderos imbéciles solamente se pasan la vida olvidándose de que lo son.

También existe el riesgo de caer en otra paradoja, que ha sido enunciada por Owen[9]. Todas las personas son imbéciles, excepto tú y yo. Pero también tú, a decir verdad, si lo pienso bien…

JCC: Nuestra mente es delirante. Todos los libros que coleccionamos, tú y yo, testimonian una dimensión realmente vertiginosa de nuestro imaginario. Es particularmente difícil distinguir la divagación y la locura, por una parte, y la imbecilidad por la otra.

 

UE: Otro ejemplo de estupidez que me viene a la mente es el de Nehaus, autor de un pamphlet sobre los Rosacruces escrito en la época en la que, hacia 1623, la gente quería saber si realmente existían o no. “El sólo hecho de que nos escondan su existencia es la demostración de que existen”, afirma este autor.

 

 

 

 

 

NOTAS:

 

[1] La palabra francesa bêtise deriva de la palabra francesa bête, que a su vez proviene del latín bēstia (bestia o animal). Originalmente se refería a una acción o pensamiento que asemejaba el comportamiento instintivo e irracional de una "bestia", evolucionando para significar estupidez, tontería o error. Lo que en Argentina comúnmente podríamos llamar “bestia bruta” o simplemente “pelotudo”.

[2] Monseñor Hyacinthe-Louis de Quélen (1778-1839) fue un arzobispo de París, ocupando el cargo tras la restauración de la jerarquía francesa en 1802

[3] He cambiado la palabra “cretino” por “bobo” ya que la primera tiene entre nosotros connotaciones distintas a la que en francés o italiano conservan todavía en la terminología médica.

[4] Entre nosotros cabe la definición para lo que llamamos un “pelotudo”.

[5] Filósofo del S.II a.C. Doxógrafo.

[6] Francis Sheehy-Skeffington era un activista radical y escritor irlandés que fue amigo y compañero de estudios de James Joyce en la University College Dublin (UCD). Sheehy-Skeffington es reconocido como un personaje en la novela de Joyce, Retrato del artista adolescente.

[7] Se refiere a editoriales o publicaciones en las que los autores pagan por publicar. En la actualidad es de lo más común encontrarse con ediciones de autor y de editoriales llamadas “independientes” que podrían caer con justa precisión en esa categoría.

[8] Se refiere a la paradoja de Epiménides que es una forma de la paradoja del mentiroso relacionada con la filosofía y la lógica. Epiménides fue un legendario poeta y filósofo del siglo VI a. C. a quien se le atribuye haber estado dormido durante cincuenta y siete años, aunque Plutarco afirma que solo fueron cincuenta.

[9] Se refiere a la observación de Harrison Owen: las conversaciones informales en los pasillos de una conferencia eran lo más valioso del evento, dando origen al método Open Space, que antepone la espontaneidad y la autoorganización en eventos y reuniones.

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