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La escritura y el dolor en suspenso, a la espera…

por Sara Cohen

Arnaldo Calveyra en Entre Ríos

Por impaciencia se escribe, por impaciencia se deja de escribir.

Pero los frutos por impaciencia no logramos agarrarlos. Y esto está bien.

La paciencia es tal vez una virtud, pero sólo la impaciencia es santa.

Una impaciencia que se vuelve método. El estilo, como la ascesis,

es el fruto de una impaciencia frenada.

                     

Giorgio Agamben

 

 

La escritura poética exige una espera, tan activa como contemplativa. Y Arnaldo Calveyra -nacido en Mansilla, Entre Ríos, en 1929, y radicado en París desde 1960 hasta su muerte, acaecida en 2015- lo evidencia de un modo casi ejemplar.

En 1962 sufre la pérdida de su madre, se retira en la abadía benedictina de Solesmes, y de sus notas surgirán dos libros. Uno, escrito en esos días: Libro de las mariposas; y otro, escrito cuarenta años más tarde: Maizal del gregoriano.

Un personaje a destiempo y a la intemperie recorre sus textos: “Hombre a quien mirar llover vuelve silencio”. Su obra ha sido primero conocida a través de su traducción, es decir editada en francés, excepto Cartas para la alegría, su primer libro de poemas, dedicado a su madre y publicado en 1959. Allí escribió: “¿Y sabes?, no supe que estaba triste hasta que me pidieron que cantara”.

Escribir requiere de un accidente. El texto en sí, como el amor, es producto del azar, requiere de un encuentro contingente. Algo que escape a toda previsibilidad y empuje al lenguaje a decir aquello que no tenía hasta ese momento cómo decirse. Así es, como el poeta encuentra unas líneas escritas en 1962 en la abadía, y escribe otro libro que en 2003 se publicará en París traducido, y que en el 2005 edita Adriana Hidalgo en Buenos Aires, en su lengua original: Maizal del gregoriano. Calveyra siempre escribió en castellano, y siempre estuvo en Entre Ríos viviendo en París. Es notable el juego temporal (o más bien atemporal) y espacial, y el entrecruzamiento histórico que logra en ese libro, en el cual el canto del tartamudo, el maizal, los muertos, desaparecidos, Entre Ríos y la abadía, crean un tejido del que sólo el poeta conoce su punto.

El escritor y la extrañeza ponen en movimiento la palabra y su silencio, ”hombre ni joven ni viejo, yo, el que esto escribe, ni alto ni bajo, señas particulares ninguna, llegado de entre dos ríos, oigo la queja del gregoriano sin orillas, busco en los artesonados del cielo raso la razón de mis ganas de silencio”.

La imposibilidad del regreso y la memoria encuentran en el poema de Calveyra su momento más sublime en: “No te olvides de estar en varias partes a la vez”, enumeración de tanta vida a no olvidar, despliegue del amor en la memoria: “No te olvides que esa tarde fuimos los ojos de esas imágenes”.

Quienes tuvimos el privilegio de poder hablar con el poeta, sabemos que existía un fenómeno curioso en su forma de expresarse, hablaba de algún modo como escribía. No tuvo apuro por publicar y él sabía que la palabra requería de tiempo.

Transcurre la noche en la abadía y los años no transcurrieron, las distancias no existieron, y sin embargo esa noche albergó todos los años y distancias transcurridos. “¿Alguien llora todavía?, ¿qué lágrimas le quedan a la oscuridad?, ¿alguien está triste todavía? No, no le quedan lágrimas a la oscuridad, ya no queda oscuridad, ya llega la mañana, no le quedan muertos a la tierra.”

El libro emerge de la noche y finaliza con estas palabras: “Amanece en el libro”.

Sara Cohen_edited.jpg

Sara Cohen nació en Buenos Aires. Es psicoanalista y psiquiatra infantojuvenil. Ha publicado los libros de poesía El poema que insiste (1992), Puertas de París (2000), Escena con cartas (2003), Poemas venecianos (2003), Casas turbulentas (2004), El murmullo y la incertidumbre (2009), La oportunidad (2012), Una conversación que no tuvo lugar (2015) y Detrás de la cabeza (2018); de ensayo El silencio de los poetas (2002), La frontera de la lengua (2006), La niñez cautiva (2015) y Morir joven. Clínica con adolescentes (2019); y la novela Veintinueve días de junio (2006). Traduce poesía de lengua francesa (entre otros ha traducido a Henri Michaux, Bernard Noël, Claude Esteban, Nicole Brossard y Gaston Miron). Dos de sus libros han sido traducidos al francés por Louise Desjardins y publicados en Quebec, Canadá, bajo el título Murmure et incertitude précédé de Opportunité (2019). Ha recibido en dos ocasiones la beca Faculty Research Program, del Consejo Internacional de Estudios Canadienses, en los períodos 2003-2004 y 2011-2012.

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