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JOSÉ SOLLA Y EL IRREALISMO POÉTICO

Reportaje de Guillermo Faillace

y nota del poeta

Rafael F. Oteriño sobre el pintor de las dos orillas

José Solla nació en 1927, en Marín, un puerto abrigado a la orilla de la ría de Pontevedra, en España. Desde 1950, residió en Mar del Plata, Argentina, donde falleció en septiembre de 2021. Hizo sus estudios en la Malharro de esta ciudad y con el maestro Demetrio Urruchúa. Del 76 al 78 trabajó en la Península Ibérica, becado por lo que entonces se llamaba Centro Iberoamericano de Cooperación y más tarde se conocería con la sigla I.C.I, luego AECI. En esos años estudió el enorme testimonio del arte románico y gótico de aquellas tierras. Vuelve a ser recobrado para el patrimponio de Galicia en la década de los ochenta, allá realizó varias exposiciones que confirmaron su inestimable maestría en una obra singularísima, plena de una imaginería fantástica, lírica, erótica, mística y crítica.  Es una muestra evidente de un excelente conocedor de la mejor tradición europea y del arte hispanoamericano. Solla es poético con un aire expresionista que da a sus composiciones el sello inconfundible de lo onírico y simbólico. Hay en él más intuiciones que representaciones, para lo cual elige las dimensiones extendidas del mural o bien, da la sensación que el plano adquiere casi siempre el modo de lo voluminoso y lo escultural. Las composiciones de figuras son por eso mismo, formas abigarradas, esperpéntico, con una deliberada referencia al bestiario y a la exageración satírica y también, lúdica. Seres fantásticos o monstruos, inspirados en mitologías precolombinas o románicas, pueblan espacios aéreos, flotantes o suspendidos, pájaros y criaturas aladas, cerdos, aldeanas y aldeanos de un cuento que no se termina de contar, una larga noche cualquiera de nuestra infancia.

 

El también artista plástico Guillermo Faillace, en 1988 (PROPUESTA, Centro Médico deMar del Plata, 1988, Nro. 40)  le hizo este reportaje que reproducimos a continuación.

En él,  Solla daba a conocer su Serie Románica. El "irrealismo poético", como se lo ha intentado definir, aparece decantado por su maestría para hacer que los sueños y obsesiones graviten yuxtapuestos en las pinceladas. Su bestiario aparece entre hojas, cruces, caseríos, procesiones y amantes besando o haciéndose el amor. Esa narrativa plurívoca abandona la hermenéutica del simbolismo para inscribirse en la más amplia de las sugerencias oníricas que le hizo decir a César Magrini "esa pintura es la que sueña por mí"

 

 

SOLLA EN PROPUESTA DEL CM DE MAR DEL PLATA: Entrevista por Guillermo Faillace

 

P. (pregunta) : ¿Cuáles son las causas que te empujaron a la pintura?

R. (respuesta): Las causas....No sé si las puedo explicar. La intención la tuve siempre, lo que pasó es que el momento "ése", en que yo podría haber ido a la Escuela de Bellas Artes, fue imposible por mi situación económica... Aparte porque Franco, a las Escuelas de Bellas Artes, las convirtió en Escuelas de Artes y de Oficios; él decía que quería buenos obreros para reconstruir España, antes que buenos artistas. Y la única escuela que quedaba era la de San Fernando que para mí era inalcanzable. Asi que se fue postergando y postergando hasta que me vine aquí...Y en la Escuela de Artes Visuales -de noche, porque de día trabajaba- tomaba consejos y clases de cualquiera que pudiera ayudarme. Era una desesperación que yo tenía...

 

P- ¿Qué pintores consideras que influyeron en tu pintura?

R- Todos. De algunos, una cosa y de otros, otra. Recibimos influencia de montones. Pero hay uno en particular que yo conocí cuando era chico. Un pintor local de Marín, si se pudiera llamar "pintor", porque era un loco. Un loco que estaba tallando siempre; donde había una piedra, ahí estaba con el cincel y el martillo y hacía formas, dibujos... ¡frases! ¡escribía frases!. Y no sé por qué motivo, las cosas que hago ahora, cada vez se parecen más a las de ese loco que yo conocí en mi niñez... Uds, que no lo conocieron, pueden pensar que tengo una influencia del Bosco, Goya o Picasso... o de Rodríguez o de Fernández. Pero es él, en lo que es la temática....

 

P-¿Cuáles son tus expectativas?

R-Primero espero poder realizar esa obra que tengo en mi mente. Esa "cosa" espero que algún día se va a concretar. Espero mucho de este país, que yo lo considero mío,  "mi" país; aunque soy gallego, yo me he formado aquí, y es el país que yo quiero. Yo pinto para los argentinos, para mis hijos argentinos y para mis nietos argentinos...

 

P- En general, a través de los últimos diez años, ¿cómo ves el panorama mundial de la pintura de caballete?

R- Siempre se adelanta. Hay una especie de desconcierto, de desesperación por salir, por hacer algo nuevo, sobre todo en Europa donde es mas competitivo y se organizan grupos   desde donde lanzar ideas, que es mucho más fácil que el trabajo individual del artista; pero que también, no llegan a nada, quedan en los intentos. De todos modos, esta vivo, "eso” está vivo...

 

P-¿Considerás que en Europa hay un apoyo apreciable desde entidades privadas o públicas para el desarrollo de las artes?

R- Enorme, total. Del Estado y las instituciones, los bancos, las grandes empresas privadas... hacen cosas admirables en ese terreno; cargan un avión para mostrar una muestra en Madrid o en Basilea, o en Milán, o dónde sea...¡Aviones enteros! ¡Una demostración de poder! Yo muchas veces quiero enmarcar un cuadro, ponerle vidrio, que mide 1,50 x 1,50 y no consigo ni vidrio. Yo, allá, he visto cuadros de 4m, enmarcados con cristal... tienen una gran infraestructura alrededor y al servicio y lo que hace el creador.

 

P- Y acá, ¿cómo encontrás la pintura nacional?

R- El nivel es buenísimo. Hay buenos artistas; lo que pasa, claro, es que tenemos que luchar con esas adversidades. ¡Para nosotros no es fácil! El Palacio de las Artes de Bruselas son kilómetros y kilómetros de muros. El centro Cultural Reina Sofía de Madrid, tiene 42.000m cubiertos. Entonces, no es que no haya artistas. Hay artistas y buenos, y que trabajan; lo que pasa es eso.

 

P- ¿En Mar del Plata?

R-En Mar del  Plata ocurre lo mismo; es un  reflejo  de lo que ocurre en el resto del país. Quizá, es una ciudad privilegiada por la cantidad de pintores reconocidos; la prueba es que en   este ultimo salón (1988), de 20 premios,  tres fueron para artistas del interior y de esos tres, dos son marplatenses. El promedio es bueno... nos respetan a nivel nacional.

 

P- En Mar del Plata, ¿te parece que hay un apoyo de los diversos estamentos a nivel cultural?

R- No, no hay ningún tipo de apoyo. Todo lo que se hace, diríamos, es pérdida. Será por política o por lo que sea, pero lo que se hace no tiene ninguna trascendencia. Hay que hacer las cosas bien o es como gastar pólvora en chimangos...

 

P- ¿Por qué?

R- Faltan espacios... No sé. Y pienso que la ciudad podría promover mejor a los suyos.

 

P- ¿Quén pensás sobre la idea - conversada en otras oportunidades- sobre una bienal en Mar del Plata?

R- Mar del Plata es la ciudad adecuada para una bienal de pintura o escultura, o de lo que sea, pero no para que se limite a hacer la capital del espectáculo de cuatro o cinco que hacen cualquier cosa y no teatro. No se hacen las cosas bien, con seriedad. Esas grandes muestras de pinturas, esas grandes bienales como Arco en Madrid, como Basilea en Suiza, como Kessel, o Dusseldorf...esas cosas son importantes para todo el mundo. Educan, acostumbran a ver, y forman asimiladores de cultura, aunque sean extravagantes o no, lo que interesa es que son propuestas plásticas...En Pontevedra se hace una Bienal en que todas las plazas muestran esculturas. Los aldeanos quedan sorprendidos ante los mejores artistas del mundo, y eso es bueno. Entonces, nosotros por qué no vamos a hacer una bienal en Mar del Plata.

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ose Solla traballando na Escola de Cante

José Solla:

un pintor de dos orillas

 

 

por Rafael F. Oteriño

 

                                                                     

 

  Y si el lugar desaparece,

                                                                       nos quedará el apego al lugar

 

                                                                                           Zbigniew Herbert

 

 

 

Galicia es una comunidad del noroeste de España de profusos ríos, abundante vegetación y una variada costa sobre el Atlántico. A ella llegaron, por tierra,  los romanos, y desde el mar, los celtas. También lo hacen a diario los peregrinos que marchan hasta Santiago de Compostela, en cuya catedral se conservan los restos del apóstol Santiago. En su extremo norte se encuentra el Cabo Finisterre, considerado en la antigüedad el fin del mundo. Hasta mediados del siglo pasado, las opciones para muchos pobladores de las aldeas eran claras: la piedra, el océano o la labranza, ya que en esta región el paisaje no es independiente del hombre. Desde el puerto de Vigo partieron la mayoría de los emigrantes que hicieron de América y, en particular, de la Argentina su nuevo hogar. Por todo esto –a lo que se añade la sensación de extrañamiento que suscitan las partidas y el consiguiente destierro-, Galicia es un territorio de profunda sacralidad. La iconografía del Dios cristiano, en cruceiros e iglesias, se alterna con el animismo otorgado a piedras, rocas, bosques y cursos de agua. Las leyendas de meigas y brujas, hadas buenas y hadas malas, todavía ocupan un espacio en la mente de los más chicos y en el corazón de quienes ya no lo son.

 

En ese enclave de la península ibérica, en la localidad de Marín, situada a la orilla de la ría de Pontevedra, nació José Solla, el 31 de octubre de en 1927. Su infancia y adolescencia las pasó en contacto con el trajín de los pescadores y la disciplina rumorosa de los canteros y picapedreros del lugar, quienes le contagiaron el gusto por el mar y la propensión al arte. Desde los veintidós años reside en Mar del Plata, donde cursó estudios en la Escuela Superior de Artes Visuales Martín Malharro y tomó clases de pintura y dibujo con el maestro Demetrio Urruchúa. Entre 1976 y 1978 se trasladó a España para realizar estudios sobre arte románico y gótico, experiencia que dejó un sello inconfundible en gran parte de su obra. De España nunca se separó por completo. Con el paso de los años intensificó sus vínculos con la tierra natal, permaneciendo en ella durante largas temporadas y exponiendo con asiduidad en sus principales museos. En la contigua localidad de Bueu, donde ha fijado su domicilio gallego, es considerado un hijo dilecto. Es el vecino destacado: el pintor, el artista. El ciudadano de dos mundos que porta la memoria de su estirpe gallega y el nervio de su Mar del Plata adoptiva, a la que ha sabido perpetrar en la belleza de sus marinas.

 

Haciendo suyo el aserto de que la obra de arte se genera desde la sensación de carencia e inacabamiento que acosan al artista o bien desde la abundancia de su inspiración desbocada –en un caso, para cubrir dicha falta; en el otro, para glorificar la vida-, Solla lleva cumplidas tres fecundas etapas en su trayectoria de pintor. En la primera, en obras de emotivo lirismo, consagra su vocación por el dibujo y la composición. En la segunda, ya en plena posesión de su maestría para la imagen, se aboca a la interpretación plástica del paisaje marino, mediante la ejecución de estilizados conjuntos de barcas y escenas del puerto marplatense. Y en la tercera –la más febril, la más gallega de todas-se entrega a la expresión de sitios de su memoria ancestral. Si la primera etapa puede ser calificada de clásica y académica, mientras que la segunda se vincula con la modalidad cubista en camino a la abstracción geométrica, es en la tercera donde, retomando su capacidad para la representación, da rienda suelta al virtuosismo de su original figuración. En espaciosas telas, que son romerías y son sagas y fábulas para adultos, deja aflorar ritos, juegos, fiestas, oficios terrestres y pasiones escondidas, bajo el aura de lo sobrenatural derramándose sobre personas y cosas.

 

Bien se ha dicho que Solla es un ilustrador de sueños, un inspirador de deseos, un narrador de territorios mentales. Visiones y recuerdos llamados a perderse son recuperados por el dibujo alegórico y la paleta expresionista –con indisimulables perfiles eróticos- de su morriña elevada a la condición de disparadora de epifanías. Se trata, en efecto, de dimensiones poéticas alimentadas por esa Musa personal a la que ha dado en llamar Palmira o Inés/Palmira, y que por su poder inspirador representa a todas las mujeres, simbolizando, a la vez, el centro de su matriz creativa. Pero hay más, pues su inventiva lo ha llevado, asimismo, a practicar el collage (ensamble de diversos elementos unificados), en cuya ejecución cobra protagonismo la incorporación de grafías cotidianas (boletos de transporte, tickets, recortes de periódicos), conformando una serie de ribetes lúdicos. Realizadas muchas de estas piezas durante un viaje a New York, a la manera de apuntes y bocetos rápidos, con motivos que repiten el vértigo de la vida moderna, suman al conjunto de la obra un novedoso matiz cosmopolita. Surrealistas en su concepción, esencialmente libres e irreverentes en su gestación, también en los collages anida la vitamina del ademán poético.

 

Galicia y Mar del Plata se revelan, de este modo, como microcosmos de un hombre que ha querido transfigurar en arte el goce de vivir. Del realismo testimonial de sus primeras obras -con paisajes de entorno campesino y bodegones (composiciones realizadas a partir del modelo de las mal denominadas naturalezas muertas) en los que la pincelada gruesa deja transparentar la huella vibrante de su afán constructivo-, hasta la dimensión onírica de sus obras de fecha más reciente –elaboradas a la manera de muros, retablos, pórticos y sillerías donde la fiesta popular devora culpas y pecados-, el universo pictórico de Solla pone de relieve un anhelo sabiamente satisfecho: el de dar forma y color a todo eso inalcanzable, secreto y nunca del todo perdido, que está ahí –en su dasein heideggeriano- como realidad y como sueño. Tal es el mundo de este realizador impar que, hablándonos del pasado, de lo cercano y lo lejano, describe pictóricamente nuestra misteriosa temporalidad. Criollo por adopción -apelativo este que engloba en su humanidad a aquellos a los que el país hace suyos-, Solla nos transmite en imágenes inolvidables el lenguaje de la emoción, del terruño y (dicho con palabras de Borges) el de la conversada amistad.

 

 

                                                                                              Rafael Felipe Oteriño

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