Homenaje a G. Siccardi (1era parte)
“Un oficio donde reconocernos”
por Osvaldo Picardo
Homenaje a G. Siccardi en la Biblioteca Nacional en el Ciclo Coliseo de poesía. De izq. a der. O. Picardo , Eugenio Siccardi, Susana Macció y Guillermo Saavedra
Si bien comienza a publicar en los ´60 y es entonces cuando funda y dirige las revistas Juego Rabioso (1961), Baires (1963) y Sunda (1965-67), no se sintió totalmente identificado con el llamado “realismo crítico”, razón por la cual, muchas veces, se lo veía incómodo cuando participaba de lecturas o encuentros poéticos, como miembro de la generación de Juan Gelman, Alberto Szpunberg, Roberto Santoro o Juana Bignozzi, entre otros. Su sentido del humor surrealista y su ironía cordial se elevaban como un escudo, detrás del que podía soportar la embestida biológica, más que ideológica, de los años transcurridos, de los reclamos políticos, más que poéticos, de las nuevas generaciones ante una derrota de dudosa realidad histórica.
Antes que sus características generacionales canonizadas con el adjetivo “realista”, son los particulares lenguajes poéticos los que nos obligan a encontrar nuevos itinerarios de lectura e interpretación. El realismo en el caso de Gianni Siccardi pasaba -y sigue pasando- por las operaciones significantes de la expresión verbal y una sentimentalidad desasida, pero aún ilusionada por el infinito y el absoluto. Celebrada tempranamente por César Fernández Moreno, su poesía, que no dejaba de ser comprometida con la época, conserva la raíz lírica e interior de la poesía italiana de un Monatale, tanto como esa comunión afectiva en que nos envuelve el “estado de alarma”, de Raúl Gustavo Aguirre.
Rodolfo Privitera ha intuído ese “otro matiz del realismo”, al referirse a la poesía de Siccardi: “su estructura, lenguaje y ritmo -dice- poseen una característica personal compleja que define una tendencia de cierto compromiso político sin recurrir a voces o expresiones populares que fueron las particularidades de esa tendencia en los sesenta. Tal vez sería conveniente señalar por esto que la poesía de Siccardi se inscribiría en un matiz de la realidad dada su singular forma expresiva”(1). En efecto, hay poemas de Gianni que están construidos con la inmediatez de una sintaxis trabajosa, que contagia la exaltación emocional de un descubrimiento; por ejemplo cuando dice “he debido tomar locamente palabras para ordenar mi corazón”, o también: “la miro solamente para darle mis ojos”, o mucho más violentamente en el poema “Ella sin”, donde asistimos a una variante de los versos de cabo roto, en que el anacoluto vallejiano libera el verso, para que lo no dicho vibre en su silencio inacabado: “A raíz de sus ojos/ es que las cosas/ En realidad/ ella sólo se ausenta de sus// Cuando llega atiborradada/ de vacilantes/ Cuando anda por el día/ como por una/ Cuando atraviesa la noche/ con sus enormes/ no hay silencio/ que no la/ no hay olvido/ que no se//...”
Esta tensión del lenguaje lo distancia profundamente de las condiciones referenciales del relato que se había vuelto característica de la escritura de la época. Pero no obstante, su búsqueda de una cadencia que le permita hablar, sin recurrir a la alienación del habla cotidiana, lo empuja a un ritmo natural, lejos tanto de lo elocuente como de lo apriorísticamente poético. Un ritmo que no rechaza el relato, pero que lo aborda desde otra orilla. Su lenguaje intenta superar el conflicto entre los “valores sensuales” del poema y el “coloquialismo” vigente y sus formas de representación cercanas a la prosa. Se mantiene en equilibrio sobre una cuerda tensa: su voz.
El gran oído musical de Gianni marca a fuego la materia verbal de su verso, y ,como él mismo dijera de Montale, “los ritmos -que no son determinados antes de la escritura sino que nacen con ella- le permiten poetizar, generan el poema; no son su regla sino su motor”. El que lo escuchaba leer en voz alta no dejaba de sentir la magia de un secreto contado en su extrema soledad. El poeta se hablaba a sí mismo y el lector, también. Uno podía presenciar la escritura haciéndose escritura.
Si en términos generales, podemos calificarla por su temática, como poesía amorosa o sentimental, no debe confundirse con el intimismo neorromántico o en el intimismo realista. Hay algo diverso y sutil que inquieta la calma de lo íntimo, aunque no llegue a desvanecer su tono confidente.
Daniel Freidemberg ha deslindado bien ese lugar de la voz, en el contexto de los sesenta (2). “El intimismo -dice- cuando aparece, pocas veces, lo hace como exploración de la subjetividad”. Herencia del surrealismo y del romanticismo, su acento revela una confianza generacional en los instrumentos expresivos y en la capacidad comunicativa de la poesía. Sin embargo, la poesía de Gianni no es una poesía intimista de esa clase, es una poesía que da vueltas alrededor de las pocas certezas existenciales de un sujeto frágil. En un poema llamado Verano, por ejemplo, la voz ocupa el lugar interior de una escena; el paisaje exterior está esbozado detrás de la ventana. El poema dice así: “La tierra/ abre sus muslos a la noche/ las palabras que no he dicho/ se persiguen en el aire.// Tras la ventana/ el musgo/ la algarabía del verano./ Trato de sorprenderte/ antes de que la abeja huya/ por su propio perfume.// El aguacero ha tatuado la noche/ sólo lo que no he dicho/ aún abreva en tu memoria.//Inquieto/ el corazón de la estación/ sucumbe.// Apoyado en tus hombros/ miro el vértigo de mi voz/ derrumbarse a tus espaldas.”
El viejo tópico de la noche de verano posibilita entrar en un instante de inquietud, detenido por el intento de la palabra y su fracaso aparente. Abeja y espaldas son signos de una fuga irrefrenable con que el instante se despide. La fuerza del misterio vivido queda en una memoria fuera del sujeto, aunque de él dependa “lo no dicho” y una reciprocidad construida en medio del derrumbe. El erotismo y la sensualidad que respira el poema, el deseo y la historia que no necesitan relato, apenas se sostienen frente al vértigo de quien se mira hablar sin decir.
Esta apretada imaginería visual de Gianni rinde culto a una mirada que se interpone entre la voz y el fluir irrevocable del tiempo. Podríamos decir, parafraseando a Raúl Gustavo Aguirre que la mirada se encarama a la significación de lo que vive más allá de la imagen. Una mirada que no parte solamente del sujeto como si fuera un mensaje descifrado al estilo clásico, o simplemente romántico. Se entrama con lo que lo mira y en su propio proceso encuentra su sentido secreto. Hay un poema breve en su libro Ella y otros poemas, que, con resonancias petrarquescas, nos permite entender esa feliz revelación del amor más simple: “De sus ojos partía un hilo/ que terminaba en mis ojos// De modo que nuestras miradas/ recorrían simultáneamente/ el pasado, el presente y el porvenir.// El amor no es más que una pequeña cosa:/ el tiempo/ un hilo/ una mirada”. (El Amor No Es Casi Nada).
Este hilo de la mirada sólo se sostiene si ninguno suelta alguno de los extremos. Al igual que con el hilo de Ariadna, el laberinto se desvanece en travesías que transforman el cuerpo en lenguaje y el lenguaje en cuerpo. La gradualidad mayor o menor de esa tensión es el principio constructivo que posibilita un tejido capaz de contener la levedad frágil de la existencia. Otro poema del mismo libro se llama precisamente La Red y dice: “Ella está en mí/ yo estoy en ella/ y una red secreta nos rodea./ Una red que no es red/ un aire, apenas/ una nada”.
En la mirada hay una red debajo de los abismos del tiempo y del espacio. Sobre ella el cuerpo intangible de la poesía, puede caer después de las acrobacias por alcanzar una lengua perdida, o por lo menos sentida como tal por su propia generación. “Hemos descubierto la manera/ de hacer buena poesía” ironiza en uno de sus primeros libros, y agrega: “en realidad a veces/ desesperamos de encontrarla/ y es cuando estamos más cerca de ella./ Nuestra vida es así/ dos pasos adelante/ uno atrás”. También en aquel libro, publica una de sus dos Artes Poéticas. En ella, también habla de su época: “ahora” -señala- “nada es tan ágil/ como el roce de nuestros pensamientos/ nada es tan lento como el gesto/ que nos lanza y nos devuelve cada tanto/ a esta tierra de orgullo y de vergüenza...” Todavía, en ese libro que llamó Conversaciones, hay lugar para el “nosotros”, una identidad generacional reconocible, entre el rechazo y la aceptación “que labran cada día/ para mí y para ti/ los labios y las miradas/ las pequeñas historias/ las cortinas corridas/ las gente detrás de las cortinas”. Pensamiento y gesto, agilidad y gravedad son dos extremos opuestos de la mirada y el mundo. El gesto pertenece a esa “hermosa gente” que es denunciada, con ironía, por ese “nosotros”, desde donde el poema habla, más cerca de la agilidad del pensamiento, es decir, de la libertad de pensar, de la libertad de ser.
La otra Arte Poética, dedicada a su amigo, el artista plástico, Roberto Broullon, viene años después, con un tono para nada irónico y más personal. El poeta reconoce no tener “un mensaje secreto/ ni gestos ni salmos ni verdad ni certeza/ pero cuando el olvido va hacia el sur/ mis pies van hacia el norte”. Se afirma su signo a contra mano inscripto con fijeza en la humildad de un conocimiento de los propios límites: “Camino bajo una mirada protectora/ mezclando lo verdadero con lo falso/ lo falso con lo verdadero/ embriagado por el perfume inasible del ocio/ errando aquí y allá/ persiguiendo la droga de la palabra/ la luz de la palabra/ la alegría de la palabra”. Esta “mirada protectora” es una manera de enfrentarse con el mundo, que proviene del viejo petrarquismo y su idea de la poesía como mundo literario, fuerza en la debilidad de una creencia que transmuta vida y literatura. Esta idea de la poesía sobrevive en el grupo de Poesía Buenos Aires y en la fe comunicativa de los del sesenta. En “Alguna Memoria”, Aguirre explicaba que una misteriosa “Ella” : “ha conseguido así formar una tribu dispersa por el mundo, cuyos miembros se ignoran mutuamente y sin embargo reparan en común los hilos de una gran red de belleza”. Es ahí donde trabaja la voz de Gianni.
Puede ser que hable de sí mismo, pero un sí mismo, en todo caso, que levanta sus andamios sobre lo autobiográfico y por encima del dominio privado, alcanzando habitar en el espacio universal de aquella tribu dispersa por el mundo y los siglos. En su voz siempre hay un lugar aéreo para hablar de Ella, que sin dejar de ser mujer, es también alusión a la Poesía, como espacialidad última de encuentros. Por eso mismo, puede decir que “ella vive en mis sueños/ mis sueños están detenidos en ella./ Esta es mi vida/ estas son mis palabras” ( de Tus Ojos Otra Vez). O también explicar a la usanza del dolce stil novo que: “Ella une todo lo conocido/ ella es invisible cuando llega/ e impalpable cuando habla/ el sol parece pintado/ cuando pasa por el desierto de su belleza” ( de Ella Tiene El Secreto).
Este lugar de la intimidad, a su vez, no está descorporizado. Tiene un aquí y ahora, su manera de estar en el mundo y de trascenderlo, dependen, en gran medida, del conocimiento de esa condición humana atada a la caducidad y al tránsito: “esto no es un abismo/ esto no es una lámpara que absorve la noche/ aquí no hay crímenes famosos/ aquí estamos solos y temblamos/ anzuelos rotos/ ruinas./ No hace falta conocer el futuro/ yo sé dónde está mi alegría/ aquí/ en este cuerpo habitado por hábitos y muecas/ en la vehemencia arrasada disuelta en el candor// aquí / en esta cacería/ en esta encrucijada/ en esta región abandonada por los otros/ donde parece no haber nada sino habladurías y perfume.” (Aquí)
La realidad se hace presente en ese cuerpo que es el “aquí y ahora” del poema, un desencadenador de conocimiento que revela al fin, que “el destino es un animal ciego/ que danza antes de morir”. La muerte se vuelve, sin embargo, una belleza que hiere y que le hace encontrarse consigo mismo: “No recuerdo la hora/ no conozco mi nombre/ pero ella hace/ que me parezca a mí mismo” (El Destino Es Un Animal Ciego).
La intimidad, entonces, habría que imaginarla como una región y, como tal, una región se diferencia geográficamente de otra. En una habita la capacidad comunicativa del poema que en los poetas del sesenta se elevaba a una fe inviolable. En la otra, la región luminosa de Gianni, contiene una poesía que es instrumento de conocimiento, de comunión afectiva de la conciencia. Una poesía que se vincula a la realidad conflictiva de una época y a la tradición poética a través de una resonancia musical persistente. Ella, para decirlo con sus propias palabras, hace que el tiempo y la muerte pierdan su apuesta. La poesía esa “voz clarividente” que “dice que volveremos a encontrarnos”.
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Notas:
1. “Argentina del 60: Poesía y realidad en tres autores: Juan Gelman, Gianni Siccardi y César Fernández Moreno. INTI, Rev. de Literatura Hispánica, Nro. 50, USA, 1999, págs 209-215.
2. citado por Santiago Kovadloff, “La Palabra Nómade”, en “Lugar Común”, Ed. El Escarabajo de Oro, Bs.As. 1981, pág. 15.
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