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LA CIUDAD COMO IMAGEN

por Sergio De Matteo
Nota 2 y 3 de 6
Jacek Yerka

NOTA 2

Santa Rosa ha cumplido 125 años de su fundación. Tiene una historia transitada y un relato en constante deconstrucción. La ciudad es permeable a la multiplicidad de voces que la narran, dándole cada una de ellas significado y sentido. Resalta Manuel Castells que “las ciudades no están en la historia, ellas son historia”. Todo pueblo posee y replica múltiples historias.

Esa historia puede ser cifrada en diferentes formatos y, sobre todo, por la literatura, que es un sistema modelizante del capital simbólico que bulle en una urbe y necesita ser contado. Dentro de la literatura existen varios géneros que permite un abordaje de sus particularidades para retratarla. Y uno de ellos es el trabajo crítico, epistemológico: la teoría puesta en función del objeto de estudio. La ciudad se manifiesta a través del lenguaje. En ese sentido, Roland Barthes infiere que “La ciudad es un discurso, y este discurso es verdaderamente un lenguaje: la ciudad habla a sus habitantes, nosotros hablamos a nuestra ciudad, la ciudad en la que nos encontramos, sólo con habitarla, recorrerla, mirarla”. (La aventura semiológica. Barcelona: Paidós, 1997)

 

Fundaciones

En la referencia del crítico francés subyace la idea que la ciudad comienza a “estar situada” no sólo desde la fundación de sus cimientos, sino cuando es contada y se la relata. Entonces se convierte en discurso, es lenguaje; pero no cualquier lenguaje. Es un lenguaje que se halla atado al lugar; que es parido en su propia matriz. Pudiendo, con el tiempo, con las generaciones, convertirse en mito o fábula. Así comienza a edificarse la biblioteca de la tradición.

La fundación de Roma es narrada en varias leyendas, que son unificadas principalmente por la Eneida de Virgilio, reuniendo en una historia coherente distintas versiones. Se sabe que Santa Rosa llega a ser capital por una decisión gubernamental. Julio Argentino Roca firma un decreto y despoja a General Acha de la capitanía que ostentaba desde 1884. Por cuestiones económicas y geopolíticas, resaltan los historiadores. El suceso está retratado en la serie Pampa Libre, dirigida por Mariano Ananía, en el capítulo que se titula “Los dueños de la tierra”.

En el correlato histórico se entrecruzan y yuxtaponen varias versiones, unas son de carácter político y económico; otras corresponden al campo popular, pues provienen de la prosapia oral y del anecdotario. La picardía de Tomás Mason hace que se conozca al lugar como Santa Rosa de Toay, generando la confusión con el mismo Toay. Así que papeles oficiales, viajeros e inversionistas recalarán muchas veces equivocados en el pueblo incipiente; lo cual redunda en la trampa del fundador de Santa Rosa porque beneficia a la futura capital.

Será verdad, será mentira el ardid; poco importa. No es un criterio que le compete al arte. Es que cada uno de esos discursos confluyen en el “dictum” que sostiene y promociona una identidad. Filiación identitaria que, como toda ciudad, se retroalimenta de las creaciones emergentes. Esa posible explicación, como cualquier otra, se convierte en relato, en mito; porque está elaborado con signos y sustenta un verosímil. Esos hechos tienen mucho valor para la literatura. Porque funcionan a modo de la “anagnórisis” griega (como reconocimiento). Todo reconocimiento y resignificación de lo pasado sirve como nutriente para las historias de la ciudad.

 

Pertenencia

Para el desarrollo de una literatura lugareña, propia, que hable de su génesis, de su razón de ser, de estar y permanecer, se necesita un anclaje. Desde esa piedra basal (Primarii Lapidis) se inicia la acumulación de capital simbólico, en la que se articulan sus múltiples voces, armando el mapa exploratorio. En ese sentido, la literatura se reconoce y, también, juega, con las imágenes de la ciudad, las despliega, las sustituye, las hace implosionar para que se diseminen en una narrativa, en una poética, en un ensayo.

“Dentro de la obra literaria esta imagen se convierte en parte de un sistema coherente de signos, y sus significados pueden estar sólo ligeramente relacionados con la propia ciudad empírica”, destaca Burton Pike (The Image of the City in Modern Literature. New Jersey: Princeton University Press, 1981. Es posible desdibujar la ciudad, que no sea tal cual a la real, a la empírica, donde se reside, donde la cotidianidad se manifiesta y transcurre la vida de los habitantes en su trama transhistórica.

No obstante, se podrá conciliar o no con la ciudad, incluso, es posible negarla, pero no se la puede neutralizar. Cavafis ya lo enseñó en su poema “La ciudad”: “Dijiste: Iré a otra ciudad [...] Otra ciudad ha de hallarse mejor que ésta [...] La ciudad te seguirá [...] Siempre llegarás a esta ciudad”. Ella siempre estará pujando para emerger porque se ha albergado en el ser desde la infancia. Aunque no sea perceptible, siempre habrá un cordón umbilical que una al hombre con su ciudad, un símbolo cardinal que lo relaciona e identifica.

 

Simbolismo

La ciudad sucede y se instala en la vitalidad del hombre, se hace signo, se cuela en la obra literaria. El poeta Miguel de la Cruz infiere que: “Cualquier obra literaria se funda en símbolos […] Toda escritura se despliega a fuerza de metáforas o de imágenes […] Símbolos que nos ubican como lectores, por los que avanzamos en el relato, pero que, además y sobre todo, nos inducen a releer una ciudad real...”. (“Prólogo”, en Alberto J. Acosta. El monstruo en la laguna. Buenos Aires: Edición de Autor, 1992)

La ciudad es un fenómeno complejo y plural, pero puede ser reducida a un arquetipo único y transhistórico de obsesiva persistencia en la cultura. Se trata de un arquetipo -o quizá deberíamos decir de una “alegoría” en el sentido tradicional-, pero ese patrón primigenio posee asociaciones y resonancias vastas y difusas de continuas releecturas.

La ciudad puede ser contada de distintas formas, con diferentes modos, desde diversas voces. La ciudad real es extrapolada a símbolo. Jorge Luis Borges insistía con su poema “La fundación mitológica de Buenos Aires”, que deviene en “Fundación mítica de Buenos Aires”. Se observa que hasta el título y el contenido de un poema se transforma: ¿cómo no la hará una ciudad que superó su centenario?. Se tiene la patria fundada, el barrio como centro y origen de la ciudad, el cuento (o poema) como lugar simbólico, y la eternidad (historia), según el poema borgeano. En consecuencia, es posible inferir que las pretéritas ciudades de la imaginación, como las reales, o sea, las ciudades pasadas, están pulsando en las urbes del presente y del futuro.

 

Efecto Rashōmon

Otro aporte en esta línea de análisis es la que realiza el escritor irlandés Darran Anderson; quien busca en libros, revistas, folletos de arquitectura, cuadernos de dibujo, novelas de ciencia ficción o manuscritos medievales los lugares con los que los hombres han fantaseado a lo largo de su historia. Recopila esas especulaciones en el libro Imaginary cities (Londres: Influx Press, 2015).

Su hipótesis de trabajo, de indagación, será que “la ciudad, por ejemplo, es la memoria que tenemos de ella pero su distorsión no es contradictoria, es parte de la experiencia de la ciudad, sea habitada o visitada”. Y expone que “Todas las ciudades están sujetas del efecto Rashōmon...”.

Este efecto (alude al filme dirigido por Akira Kurosawa en 1950, que se basa en dos cuentos de Akutagawa), es producido por la subjetividad y la percepción personal cuando se cuenta una misma historia, donde los individuos relatan de forma diferente pero cualquiera de las versiones es posible. La ciudad es permeable a la multiplicidad de voces que la narran, a la variación y distorsión del modelo, dándole cada una de ellas significado y sentido.

La teoría crítica coadyuva a comprender el funcionamiento de las ciudades. Los textos académicos también pueden interpretarse como literatura. Es posible abrevar de diferentes epistemologías para decodificar las claves de las ciudades. Porque en la propia literatura se ensaya y estudia el transcurrir del lugar que se funda como imagen y símbolo.

 

 

Recuadro

 

“Es sólo recién en 1942, para el cincuentenario de la fundación de la ciudad, que comienzan a realizarse textos explicativos de la fundación y aclaratorios de sus móviles, fines y protagonistas y que la fundación se incorpora no sólo a esos eventos que merecen ser recordados son también se incluye en el grupo de aquellos que merecen ser festejados, es decir, toma una forma definitiva y permanente como parte de la cultura urbana.

Pero antes de 1942, la fundación tiene presencia en la percepción colectiva, y se utiliza según distintas formas y con distintos sentidos, y evoluciona en un proceso que la lleva, desde formar parte de las referencia de las acciones particulares hasta significar la explicación más acabada del origen común del nosotros urbano”. ( Hugo O. Gaggiotti. “Del caos al cosmos. Los fundadores de Santa Rosa. ¿Hombres o gigantes?”, en Libro del Centenario. Volumen II. Santa Rosa: Municipalidad de Santa Rosa, 1992)

Xul Solar

LA CIUDAD COMO IMAGEN

Nota 4

 

Tanto la toponimia como los mapas son relevantes para la rotulación de un lugar. Sobre el territorio fundando se erige el imaginario y emerge el espacio mítico, que queda expresado en novelas, cuentos, poemas y ensayos.

 

En la instalación audiovisual “La Noble Ultimación de la Bestia”, de Agustina Arrarás y Nicolás Onischuk, podía leerse “Sin mapa no hay lugar”. Esta sola cita los relaciona a una figura capital de la invención literaria universal, a William Faulkner.

El escritor norteamericano ha sido un modelo de escritura para distintas generaciones. Uno de sus aportes más valiosos es cuando imagina un territorio simbólico sobre otro existente y lo nombra como Yoknapatawpha County. Las obras que se asientan en ese mapa son dieciséis; desde Sartoris (1929) hasta Una rosa para Emilia (1973). En Absalón, Absalón (1936) aparece el mapa y un detalle a destacar: “Superficie, 2.400 millas cuadradas. Población: 6928 blancos; 9313 negros. William Faulkner, único dueño y propietario”.

Mapas y marcas textuales

En todo mapa literario se visibiliza la trama geopolítica y la escritura se contamina de los procesos históricos, de la luchas de clase, de los debates culturales. Faulkner no rehuye de esa condición, al contrario, los contiene en sus obras.

Arrarás y Onischuk dicen que “sin mapa no hay lugar”. Se puede arriesgar que sin lugar no sería posible una literatura. “El territorio se hace relato”, resalta Paul Zumthor. La ciudad se hace relato, se podría parafrasear. Emerge lo regional y el “locus” se transforma en metáfora, en símbolo. Abarca cada una de las posibles denominaciones o identidades que adopta la escritura como marca, con sus matices particulares, sonoridades y correspondencias situacionales del territorio y de la ciudad.

En su novela Justine (1957) el escritor Lawrence Durrel sentencia que “somos hijos de nuestro paisaje”. Juan Ramón Jiménez ha dicho que “Las ideas tienen sus paisajes”, y Miguel de la Cruz que “Las aldeas son del pensamiento”. Ese paisaje real o imaginario decanta en literatura, tanto en la novela de la tierra como en la novela urbana. El lugar se convierte en relato. Funda su mapa literario. Y esto se verá refractado en el lenguaje, porque queda inscripta como huella, como densidad simbólica, cuyo sentido de interpretación estará bosquejado, en parte, por el bloque histórico hegemónico, por la circulación de los bienes culturales, y por la recepción de los lectores.

 

Fundación mítica del espacio

La fundación mítica de un espacio también fue resignificada por estas latitudes; es así que nacen para la historia de la literatura latinoamericana algunos lugares inolvidables. Es influyente la cartografía donde se entrecruza la fantasía y lo real, lo onírico y lo existente, donde se resimbolizan las “ciudades imaginarias, ficticias”, pero también las “empíricas, verdaderas, reales” que han sido literaturizadas por tantos escritores y escritoras.

Como se decía, la geografía modificada por la imaginación ya tenía precursores; siendo el arquetipo Faulkner. Hay que agregar a John Cheever (1912-1982), con Saint Botolphs y Bullet Park, o Ken Follet y la medieval Kingsbridge (Los pilares de la tierra, 1989).

Otro modelo que se debe referenciarse es el de Italo Calvino y Las ciudades invisibles (1972). Este libro es una colección de descripciones de ciudades fantásticas que llevan nombres de mujer.

Recuadro

 

“Cartografía (II): de la infancia”

 

Desde la Isla-del-Misterio al Mar Científico

las procelosas aguas

rodean a esta insólito archipiélago -nunca antes registrado-,

que contiene volcanes, cataratas, mangrullos,

carpas, vacas, palmeras, fondos marinos, tiburones blancos

y montañas nevadas.

 

“Un Mapa”, escribió el niño

para decir: un mundo. Un mundo más real o por los menos

tan real como cualquiera,

según su Vera Carta de intrépida inocencia

y sabia fantasía: -¡Aquí está el mapa!

¿Qué mejor prueba de haber visto un mudo?

 

¡Y a no olvidar las flechas, que señalan

a todo rumbo simultáneamente!

 

(Edgar Morisoli. Última rosa, última trinchera. Santa Rosa, Ediciones Pitanguá, 2005)

Imaginario latinoamericano

En Latinoamérica habrá una saga de ciudades fundadas desde la imaginación. Algunas no proceden de la influencia faulkneriana, como Argirópolis (Ciudad de la Plata), concebida por Domingo F. Sarmiento y descripta en el libro Argirópolis o la capital de los estados confederados del Río de la Plata (1850).

La novela Adán Buenosayres de Leopoldo Marechal fue publicada en 1948, aunque los primeros capítulos datan de fines de 1929. En el Libro VII sucede el “Viaje a la Oscura Ciudad de Cacodelphia”.

El núcleo de la literatura de Juan Carlos Onetti supone un intento por habitar ese universo designado como Santa María. La fundación de tal microcosmos se inicia en El pozo (1939) y se consolida en La vida breve (1950).

Tlön, para Borges, es un mundo ilusorio que a su vez tiene regiones imaginarias en las que los habitantes de Uqbar basan sus leyendas. En el cuento “El inmortal” narra la búsqueda de una ciudad perdida en el desierto (La ciudad de los inmortales).

En 1947 Juan Rulfo empieza a escribir el texto Una estrella junto a la luna, que en otro momento se titula Los murmullos, y que se convertirá en la novela Pedro Páramo (1955). Comala o Tuxcacuexco es un pueblo muerto donde no viven más que ánimas, donde todos los personajes están muertos, y aún quien narra está muerto.

Gabriel García Márquez en el cuento “Un día después del sábado” (1954) hace referencia por primera vez a Macondo, y también en “Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo” (1955). Ambos textos representan el anticipo del universo macondeano que recreará en su famosa novela Cien años de soledad (1967).

Osvaldo Soriano recurre para ambientar tres de sus novelas al pueblo Maria Ignacia-Vela y lo refunda como Colonia Vela en No habrá más penas ni olvido (1978); Cuarteles de invierno (1980) y Una sombra ya pronto serás (1990).

La ciudad ausente es una ficción distópica narrativa de Ricardo Piglia, publicada en 1992.

Canciones Tristes es creada en la segunda novela de Rodrigo Fresán, Vida de Santos (1993) y reaparece en distintos libros, trasladándose de lugares geográficos.

La antología McOndo (1996), de Sergio Gómez y Alberto Fuguet, juega irónicamente con Macondo de García Márquez, como también apunta a McDonald’s y MacIntosh, además critica al realismo mágico.

El libro Trelew (1997), de Marcelo Eckhardt, se destaca por la resignificación de la ciudad y la meseta patagónica.

La ciudad idealizada de Río Fugitivo aparece en la novela del escritor boliviano Edmundo Paz Soldán publicada en 1998.

El escritor peruano Iván Thays publica la novela Un lugar llamado Oreja de Perro (1998), que es una localidad andina situada en el departamento de Ayacucho.

El escritor sanjuanino Ernesto Simón crea la ciudad Ficción City para su libro El camino (2002), en obvia alusión al famoso On the Road, de Jack Kerouac.

La ficcional Santa Teresa en la novela póstuma 2666 (2004), de Roberto Bolaño, es reflejo fiel de la Ciudad Juárez mexicana.

En el libro Antes de perder (2010), Carlos Daniel Aletto configura su propuesta narrativa en torno de un pueblo llamado Tierras de Oro.

***

Sergio De Mattero nació en Santa Rosa, La Pampa, en 1969. Ha conducido los programas radiales “En busca del tiempo perdido” (1992), “Música de cañerías” (1996), “Somos lo que buscamos (2007/8), “Espacio Fahrenheit” (2009) y “El estado de las cosas” (2007, hasta la actualidad).

Ha publicado los libros Criatura de mediación (Museo Salvaje ediciones, 2005); El prójimo: pieza maestra de mi universo (FEP, 2006), Diario de navegación (El Suri porfiado, 2007), Me sangra la poesía por la boca. Concomitancias en la frontera de la lengua (Espacio Hudson, 2017).

De Matteo es miembro fundador del colectivo artístico “Patria de arena” y del “Grupo de la neurona poseída”. Editor de la revista Che, Artes y Culturas en Abya Yala, rebautizada Museo Salvaje (2001). Además integró el comité fundador de la editorial El Suri porfiado.

Formó parte del Área de Letras de la subsecretaría de Cultura de La Pampa y el departamento de Investigaciones del Archivo Histórico Provincial “Fernando Aráoz” de la secretaría de Cultura de La Pampa. Fue asesor de prensa del Concejo Deliberante de Santa Rosa, director de Educación y secretario de Cultura, Educación y Gestión Cultural de la municipalidad de Santa Rosa. Actualmente es presidente de la Asociación Pampeana de Escritores y secretario de Cultura de UPCN – Seccional La Pampa.

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