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20 años no es nada...

DOS

(La Pecera Nro. 1, 2001.

Editorial firmado por Osvaldo Picardo)

En raros y viejos libros no se comienza por el cero ni por el uno, sobre todo en aquellos tan arruinados de librerías de usados, en que el trajinar del tiempo y las manos no sólo le ha quitado las tapas sino también las primeras páginas. También, todas las versiones del Talmud, según he leído, empiezan por la página dos, indicando que jamás se llegará al final. El dos aparece en la primera página y simboliza la difícil cuestión del principio y del fin, por negación. La extrañeza de este hecho matemático cifra al dos más que como suma, como diálogo del uno presente y del otro ausente, lector y autor, palabra y silencio. Plantea la pregunta de los límites y produce otra lectura: la revista, en este caso.

Esta forma de publicar no es sino el reconocimiento profundo, ante la época, de que ya no se hace posible pensar, con férreas certezas, la totalidad. Quedan al descubierto pedazos, huellas, pasajes, textos. Signos de los que hablar con otro, para ver si éste puede agregar lo suyo propio, o al menos, complicarse en una misma pregunta por lo que ya no está, es o será.

Como en “La Isla del Tesoro”, el mapa que, al día siguiente de la muerte del padre, encuentra Jim, metido en un misterioso arcón de un pirata prácticamente contiene todo el libro. Ese mapa aparece al principio y es otro símbolo más en la infinita serie. pero está hecho de huellas, de fragmentos, de signos que deben encontrarse, unirse, atarse. Detrás de cada publicación, parece urdirse algún mapa como éste, y algunos puede que pretendan conducir a tesoros escondidos para satisfacer, en unos casos, una ilusa ambición literaria, con la que paradójicamente, se vuelven a esconder los tesoros detrás de sí mismos. En otros casos, para confirmar una línea, una idea, un gusto en que se contradice o se forja algo de la escritura de época llamada a perdurar.

De estas batallas de piratas (continuando nuestra analogía literaria), quedan excluidos los demás, los ajenos, los otros. No pueden entender de qué se trata, no conocen la existencia de un mapa ni la posibilidad placentera de descifrarlo, aunque no conduzca ningún otro tesoro mayor.

Todo contribuye, más o menos interesadamente, a una desesperanzada soledad por progresiva exclusión (surge ahora la otra analogía: la de Expedición Robinson, el Big Brother criollo). Entre los escritores, intelectuales y terapeutas -talleres, premios, conferencias y recitales de por medio- crece ese tipo de solitaria compañía de sí mismo.

Hacer una revista impone pensar en estas cosas. Pero no se puede resolver, porque comenzamos en el dos y desconocemos el principio y el fin. Juntamos los pedazos y los proponemos desde distintas perspectivas: la literatura, el cine, el arte, el teatro, la poesía, la sociedad. Nos acompañan amigos que conocemos y tal vez, luego, los que deseen nadar en La Pecera o mirar desde afuera.

Recuerdo ahora una novela: Demasiado Cerca Desaparece de Antonio Dalmasetto. El protagonista va a Buenos Aires en busca de una mujer que tal vez no existe. Ciro, que así se llama el protagonista, comprenderá que en la búsqueda y no en el fin, se halla el sentido de su propia vida. Siempre me pregunté qué pasa si la búsqueda no es sino una ilusión más, que nos entretiene, haciendo lo que debemos, sin convencimiento. ¿Qué pasa si la búsqueda, en absoluto, lo es? ¿Si, en realidad, no es sino un extravío azaroso, con un mapa a la vista, pero borrándose a cada paso?

Debiéramos, entonces, citar a Borges:

 

“¿Por qué di en agregar a la infinita serie

 un símbolo más? ¿Por qué a la vana

 madeja que en lo eterno se devana,

 di otra causa, otro efecto y otra cuita?”.

 

También, como en el Golem, podrían leerse estas preguntas como propias. Las respuestas no serían más que un ensayo por acercarse a la exactitud de las incertidumbres de la época. Somos adictos a esta manera de hablar (y equivocarnos). Manera de hacer una pecera donde ningún pez resulte demasiado extraño, según la sentencia de D. H. Lawrence.

Lo demás es literatura.

 

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