ANOTACIONES SOBRE LA CRUELDAD
Osvaldo Picardo
(Segunda Parte)

ANOTACIÓN 4
En una de las salas dedicadas a Goya, del Museo del Prado, está la impresionante escena de Saturno devorando a su hijo. Es parte de la serie al temple de las Pinturas Negras (1820-1823) que estuvieron en la intimidad de las paredes de la desaparecida Quinta del Sordo, la casa donde vivió el pintor, alejado de Madrid. Con una técnica sorprendente llamada strappo, casi un siglo después, se arrancó literalmente las pinturas de las paredes y se las llevó a los lienzos que hoy podemos ver en el museo.
Para quienes no la podemos olvidar, sigue siendo una de las imágenes más crueles, violentas y terribles del arte.
Voy a intentar describirla: Sobre un fondo negro aparecen golpes de pincel con rojos y grises, hasta que emerge a la luz una cabeza gigantesca en que se subraya la expresión demente en los ojos de un dios caníbal, casi de rodillas, con las manos ensangrentadas desgarrando un cuerpo ya sin cabeza.
Todos, con alguna que otra diferencia, coincidimos en que refiere al gran tema del Tiempo que nos va devorando como, según el mito griego, hizo Cronos –Saturno entre los latinos-- con algunos de sus hijos a medida que nacían.
He leído muchas interpretaciones sobre el Saturno de un Goya viejo y enfermo, desencantado de su país y de su época. Pero creo que la marca más profundamente intensa de esta obra es la crueldad con la que nos enfrenta la conciencia al paso del tiempo. El tiempo nos aleja del paraíso imaginario en el que había un ahora absoluto: Llámese infancia o Paraíso de Adán y Eva, amor primero o algo primigenio y único que nos haya pasado. Siempre el paraíso en todas sus formas es pérdida.
Pero la crueldad no sólo es la del tiempo, también es la de las interpretaciones que caben sobre sus consecuencias sociales, económicas y culturales.
En el proceso de pauperización social y económica de los que el presidente argentino Milei llamó “viejos meados”, subyace una connotación peyorativa y peligrosa del ser anciano contrapuesta a la idolatría de la juventud y del éxito.
Con la crueldad del pragmatismo económico o de la realidad de las estadísticas nos han ido convenciendo de que el ajuste sobre los viejos tiene “motivos estructurales”. El envejecimiento de la población, los desafíos para la sostenibilidad de las cuentas fiscales, la demagogia “populista”, la disminución de aportes al sistema jubilatorio, la reducción de los sueldos, etc. son todas razones seguramente atendibles, pero la desdicha de los ancianos es –como afirmó Simone de Beauvoir en su obra La Vejez-- un signo de fracaso de la civilización contemporánea. Otra irreparable pérdida.
ANOTACIÓN 5
A fines del siglo pasado, Clément Rosset acuñó la expresión “principio de crueldad”, en alusión al “principio de razón suficiente” de Leibniz. Existe una crueldad de lo real, del dolor y la falta de sentido que no es posible negar, aunque la mayoría de las veces, sin éxito, tratamos de hacerlo. En su libro, hay una cita de Ernesto Sábato con la que ejemplifica este principio: "Quiero ser seco y no adornar nada. Una teoría debe ser despiadada y se vuelve contra su creador si el creador no se trata a sí mismo con crueldad".
Como vemos, desde hace mucho en el ámbito intelectual se había instalado esta actitud y fue compartida no sólo por los políticos sino también, por gran parte de la sociedad. Hay entonces una devoción escondida por lo que se denomina “dicha trágica” través de la que la vida resiste, a pesar de todo, a las más irrefutables y ridículas miserias y humillaciones. En verdad, el pensamiento de Rosset es muy tentador. Pero creo que no se lo ha entendido del todo y sólo nos hemos quedado con una parte. La parte masoquista: sin conocer lo trágico no es posible conquistar el placer de vivir.
Desde los golpes cívico-militares, con todas las dictaduras, hasta con algunas democracias y hasta la fecha, la economía y la política han sido subyugadas por este principio de crueldad masoquista. Nos hacen tomar la medicina más amarga de la existencia con una supuesta "ética de la crueldad", que persigue al que piensa distinto e instala un pensamiento único.
Ya la realidad es suficientemente cruel y sin explicación última como para enmascararla con exigencias de sacrificios inútiles, desprecios intolerables por parte de autoridades y funcionarios de turno. Si de nada sirve exagerar la tragedia misma de la realidad, menos útil es exagerar una crueldad que sólo se ejerce desde el poder contra los más débiles.

ANOTACIÓN 6
Nunca el problema fueron los Milei o los Trump. El matrimonio entre política y violencia, así como el matrimonio de la política con la corrupción no son patrimonios de una sola ideología o de un partido. No es cierto ni a nada conduce creer que “Milei fue el error de un día de furia”. Un voto de bronca, un reflejo desesperado de una sociedad herida.
El escritor alemán Peter Sloterdijk escribió, hace veinte años, el libro Ira y tiempo donde muestra a la ira (furia/bronca/rabia) como una pasión que ha ido moldeando la historia, desde la antigüedad clásica hasta el terrorismo contemporáneo. Las revoluciones vendrían a ser algo parecido a "administradoras" o "bancos mundiales de ira", favoreciendo y manipulando la indignación colectiva en ciertos momentos determinados. No es nada que la publicidad y el mercado desconozcan.
Buscado o no, la época no consigue reanudar el curso de la historia, si creyéramos que hubiera uno que nos llevara a saciar nuestros deseos de un estado de bienestar, cosa que ha caído en desgracia cuando no, en la total indiferencia. El mundo contemporáneo se ha encerrado en cápsulas de individualismo consumista y virtualismos tecnológicos. Las crisis que se vienen desatando alrededor del mundo no producen más que protestas dispersas que hablan más del alcance de las redes sociales que de una reanudación de las utopías y el cambio del sistema.
Hay una palabra viejísima en griego, que es thymos, a ese concepto acude Sloterdijk. Explica que es esa parte de cada persona, una especie de órgano, del cual provienen las emociones relacionadas con el valor, el orgullo, la dignidad y la vergüenza. En la mitología griega, las energías thimóticas dieron lugar a las epopeyas que narraban los actos de los hombres en batalla, quienes poseídos por pasiones incontrolables luchaban y daban su vida a cambio de la patria o de algo como eso. De eso mismo se trata, como ya lo habrán descubierto, la Ilíada.
“Ningún hombre moderno –dice Sloterdijk- puede retrotraerse a una época en la que los conceptos ‘guerra’ y ‘felicidad’ formaban una constelación llena de sentido. ¿Dónde se esconde esa energía thimótica en el homo oeconomicus?” La sociedad capitalista se mueve por medio de otras energías que no son thimóticas sino eróticas (otra palabra griega). ¿En qué consiste? El consumismo permite al hombre moverse ya no a favor de su orgullo o su dignidad sino por la posesión. Es el erotismo de tener lugar de ser, es el erotismo del dinero y el éxito.