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EDWIN MADRID

De los poemas de inteligencia artificial que se cuelgan en las redes sociales 

(Quito, 1961). Poeta, ensayista y editor. Premio Artes Literarias del Ministerio de Cultura de Ecuador, 2013 y Premio Casa de América de Poesía Americana, España, 2004. Ha publicado más de una docena de libros de poesía, entre los que se destacan: Todos los Madrid, el otro Madrid (España, Pre-Textos, 2016), Pavo muerto para el amor (Argentina, 2012), Mordiendo el frío y otros poemas (Cuba, 2009), La búsqueda incesante (México, 2006), Lactitud cero° (Colombia, 2005), Mordiendo el frío (España, 2004), Puertas abiertas (Líbano, 2002), Open Doors (U.S.A., 2000), Tentación del otro (Quito, 1995), Caballos e iguanas (Quito, 1993), Celebriedad (Quito, 1990) y ¡Oh! Muerte de pequeños senos de oro (Quito, 1987). En 2011 fue escritor residente de la Maison des Écrivans Étrangers et des Traducteurs de Saint-Nazaire, Francia. Dirige la colección de poesía Ediciones de la línea imaginaria. Ha editado la Obra poética completa, español/ inglés de Jorge Carrera Andrade (2003)y la Antología la poesía del Siglo XX en Ecuador (Madrid, Visor, 2007).

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Les cuento a mis alumnos que cuando empecé a escribir, tenía una máquina, y que antes de pasar el poema a limpio, lo escribía a mano; hacía más de tres manuscritos y, solo cuando creía que tenía un texto impecable, lo hacía con la máquina de escribir, utilizando papel carbón para tener tres o cuatro copias, lo que implicaba teclear más fuerte, y se convertía en una tragedia si escribía mal una palabra, porque borrar el error consistía en colocar liquid paper en cada una de las copias y volver a teclear con más fuerza para obtener una primera versión no tan impecable como se pueden conseguir hoy. Mis alumnos, muchachos y muchachas de 18 a 22 años me escuchan como si les contara una historia del paleolítico. Desde luego, que pertenezco a esa era, si ellos cuando nacieron vinieron con una laptop, un Kindle y un teléfono inteligente bajo el brazo.  Y enseguida hablamos del desarrollo de la tecnología en la escritura. Les digo que, en mis tiempos, para acceder a una publicación podían pasar meses o años, ya que la única posibilidad era a través de un periódico, una revista o directamente en un libro, todo en soporte de papel.  No como hoy que, veo con vergüenza ajena, como se cuelgan poemas en las redes, sin ningún pudor, solo diciendo: “este poema escribí ayer” y allí está el poema sin ese trabajo necesario de revisión y enfriamiento que conlleva la escritura. Todo porque, en este mundo de virtualidad, cada uno puede tener al alcance de la mano, su propia revista, periódico o canal de televisión. Entonces la clase se vuelve más interesante porque surge el tema de la inteligencia artificial y con ello el fantasma del huevo o la gallina, la máquina o el hombre. ¿Podrá una computadora escribir el poema perfecto que ambiciona todo poeta?

Uno de los muchachos se adelanta diciendo que ya hay una experiencia parecida que, no hay que dejarla por fuera, cuando el ajedrecista ruso Garry Kasparov se enfrentó a una computadora creada expresamente por los genios de la IBM, y que a pesar de que perdió la primera partida el campeón del mundo le ganó a la inteligencia artificial. El muchacho, con un conocimiento fundamentado dijo, que nunca un bot podría recoger la sensibilidad de un poeta, por más de millones de algoritmos que pudiera albergar, porque la sensibilidad y la intuición de un poeta o de un ser humano, no se configura de manera mecánica porque son elementos que están en el aire y que, por ello los poemas homéricos y todos los clásicos de la literatura pervivirán más allá de las máquinas. Después de estas palabras, yo no hice ningún aporte más y la clase terminó con muchas más interrogantes con las que comenzó.

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