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Irma Cuña. Poesía dela Patagonia Argentina

por Gerardo Burton

Serendipia: una joven poeta

 

Notas a la edición

 

 

 

 

 

 

Los ingleses llaman serendipia a ese hallazgo inesperado y fortuito que se produce cuando se busca otra cosa. Por lo general, ese hallazgo resulta más importante, mejor, más esencial que el buscado primigeniamente.

 

En nuestra habla cotidiana, decimos “de chiripa” a esa suerte que nos ocurre cuando hallamos algo  por accidente,  por  casualidad,  por  un suceso inesperado o  afortunado. Y  son cosas, pensamientos o metáforas que no buscamos, que no investigamos y sobre las que no preguntamos. Es la carambola.

 

Una calurosa mañana de febrero de 2012, iniciaba una investigación sobre los orígenes del petróleo en Neuquén en el Archivo Histórico Provincial. Mientras hurgaba en los documentos, una caja ubicada en una estantería desvencijada desvió la búsqueda iniciada en esas módicas oficinas públicas. El rótulo de POETAS NEUQUINOS, deslucido sobre el prisma de cartón, despertó la urgencia de una curiosidad.

 

El premio no se dejó esperar. Entre las pertenecientes a Milton Aguilar, Juan José Brión y otros, una carpeta tamaño oficio llevaba una etiqueta que decía IRMA CUÑA, en letras mecanografiadas.  Fue  un flechazo: a  un costado  quedaron  los  archivos del petróleo  para ingresar de una zambullida en la prehistoria de la poesía de Irma Cuña. Eran textos de la joven poeta que había estudiado en Bahía Blanca, que había dejado atrás el valle y los álamos, el viento omnipresente y ahora aparecía allí, en esas colecciones previas y contemporáneas a “Neuquina”, su primer libro, de 1956. Era entonces, a los 24 años, una reciente graduada en la Universidad Nacional del Sur que volvía a la ciudad dividida por una brecha.

 

Eran los tiempos de la autodenominada revolución libertadora; en el Neuquén territoriano los ciudadanos eran de segunda: no votaban y sus autoridades eran elegidas por un presidente lejano, ajeno y extraño en Buenos Aires.

 

En esos textos previos a su primer libro, guardados con el orden que le dieron la poeta y el azar, está configurado el posterior crecimiento de una obra poética singular. Poemas inéditos o varias versiones del mismo texto; originales que luego pasaron corregidos a las ediciones formales pero, en conjunto, una obra enjuta pero honda, un descarte y un recorte elaborados en partes iguales por la autora y por el tiempo.

 

Es posible asomarse al desenvolvimiento de su poesía: de un regionalismo puro con grandes influjos  de  la  poesía  española  tradicional,  Irma  Cuña  sorteó  una  fácil  integración  a  la generación del 40 en la Argentina y a la que debería pertenecer por adhesiones formales y estéticas y también por fecha de nacimiento. Quedaron atrás los neorrománticos: ya en estos

 

textos  está  su  indagación  en  la  poesía  latinoamericana  desde  antes  de  la  conquista  y  el desastre  español;  la  búsqueda  incipiente  de  la  utopía  no  en  el  futuro  sino  en  el  pasado aborigen. Es decir, en estos textos, Irma Cuña  llegó a esbozar las líneas de su gran obra posterior.

 

Si bien cuando ocurrió su reinstalación en la ciudad de Neuquén hacia finales de los años ochenta no hubo un crecimiento cuantitativo de sus ediciones –el volumen con su “Poesía junta”, del año 2000 tiene apenas 190 páginas y acaso hubo un par de plaquetas posteriores-, su obra continuó en avance. Sus amigos y discípulos atesoran aun hoy día versiones diferentes de poemas que jamás vieron la edición ni fueron recopilados en parciales colecciones. Es como una continuidad de la carpeta del Archivo Histórico: la obra crece en espiral, vuelve sobre los mismos temas y los mismos textos hasta encontrar la expresión justa. En la joven poeta está la maestra,  la  que  sabía  que  su voz tendría  oyentes,  la  que  confiaba  en  que  su  palabra  la trascendiera.

 

Así, desde estas páginas amarillas por el tiempo, algunas repetidas en carbónicos azules, con tachaduras y correcciones, manuscritas en tinta muchas de ellas hasta la obra final, Irma Cuña resulta imprescindible en la literatura patagónica en particular y argentina en general. Para los poetas y escritores regionales, Irma Cuña demostró que se puede abrir y demoler esa doble frontera constituida por un regionalismo casi folklórico y la municipalización encubierta establecida desde Buenos Aires y otras metrópolis que excluye todo lo que no se produzca en sus territorios. Para estos “faros de la cultura oficial”, el resto es un presunto desierto hasta que demuestre lo contrario.

 

Con Irma Cuña, el cuarzo sepia, la rosa de arena, los ónices verdes y ocres cobraron la misma vida que los álamos del valle y las gentes que pueblan estas tierras. Su voz tuvo su estatura: alta y cerril; suave y plebeya; dulce y cimarrona. Los críticos dirán que es el epítome de la poesía patagónica. Si ese término algo significa, para quienes leen, escriben y viven en esta región, la obra de Irma Cuña es mucho.

 

El conjunto de poemas que se reproduce a continuación contiene textos inéditos y anteriores a “Neuquina”, con una fecha probable de composición que ronda los años 1950 a 1955. También hay menciones de fechas posteriores, en una década al menos.

 

Para facilitar la lectura, las notas del editor y los comentarios están en bastardillas. Cuando se coloca firma, es porque así están presentados los poemas, inclusive se los identifica cuando los originales o las aclaraciones son manuscritos. La presentación de la selección está en hojas mecanografiadas o manuscritas, cuartillas y hojas oficio, cosidas.

 

Los grupos de poemas, separados y diferenciados por papel, tipo de escritura dan la sensación de constituir cuadernillos preparados para una eventual publicación, probablemente a pedido de Gregorio Álvarez para editar en “Neuquenia”, la revista que dirigía y publicaba en Buenos Aires.

 

Los manuscritos están escritos, en general, con estilográfica, salvo uno escrito con pluma, y las correcciones o comentarios van a lápiz. En todos los casos se respetó la ortografía de la poeta, sea en acentuación (solo en lugar de sólo; como en lugar de cómo), en el uso de los signos de

 

interrogación y admiración y en las mayúsculas. Es necesario recordar que en la época de escritura –década de 1950- todavía se acentuaban obligadamente los monosílabos.

 

El núcleo más importante de poemas inéditos está en un cuadernillo cosido que contiene hojas de diferente origen –de cuaderno, de carpeta escolar, ambas con renglones, y de resma para mecanografía-. De la misma forma, los textos están en gran parte mecanografiados –original y en algunos casos original con   copia en carbónico- o manuscritos en tinta –estilográfica la mayoría y uno a pluma-. Las correcciones a máquina están borroneadas o tachadas y sobre escritas, y en las cuartillas manuscritas, borradas y reescritas, en la misma tinta o en otra, lo cual demuestra la continua corrección que la poeta hacía de sus textos.

 

En este cuadernillo se encuentran los poemas “Amo”; “Fervorosamente”; “Sábelo: nada resta”; “Otoño”; “Vacío”; “Llevadme  con  vosotros”; “Interrogaciones”;  “Si quisieras”. Estos textos están reproducidos en hojas pequeñas, parecen la mitad o la cuarta parte de un formato mayor.

 

A  continuación  figuran  en  la  misma  clase  de  hoja  –tamaño  oficio-  dos  poemas  titulados “Soneto de la duda” y “Paloma”, este segundo texto clasificado entre paréntesis como canción. El primero es una copia en carbónico, el segundo, un original. Luego sigue una serie de textos manuscritos, escritos en una clase de papel diferente, en cuartillas. Sus títulos: “Invierno”; “El Cactus”; “Romance  del  arroyo”; “De mi  Valle”; “¡Ah,  pensar…!”. Están escritos en tinta y contienen aclaraciones de la autora, a lápiz, con algunas correcciones.

 

Después hay dos poemas mecanografiados en una misma cara del papel, dispuestos a dos

columnas. Se trata de “El Cactus” y “Alameda”. De este último se aclara que fue publicado en

1952, cuando la autora tenía veinte años, lo que hace suponer que fue compuesto con anterioridad.

 

A continuación, hay una copia firmada de un texto en prosa titulado “Pascua de Resurrección”, que en cierto modo anticipa los poemas finales de “Angélicos” y de “estar en Ti”, de 1999 y posteriores a 2000, respectivamente.

 

Le sigue un cuadernillo  mecanografiado sobre hojas tamaño oficio en original y copia en carbónico azul, con el título “Poesías de la Señorita Irma Cuña”. Parece una selección realizada para una colaboración, sin fecha, preparada por otra persona; o para una publicación determinada. En este grupo aparecen textos anteriores y algunos nuevos, agregados: “Invierno neuquino”; “De mi Valle”; “Romance del Arroyo”; “La Diosa del Desierto”; “Alameda”; “Neuquina” (con palabras manuscritas en cursiva y en imprenta, en lápiz y tinta, al dorso, que parecen  decir:  Peña  –  Peumayén-  Peña  Peumayén  –  Teresita,  este  nombre  como  firma. Parecen borradores de palabras escritas como para una tarjeta o aviso publicitario. También aparece   la   palabra   perdón);   “Cántaro”   (había   aparecido   en   los   recortes.   Aquí   tiene aclaraciones y correcciones a lápiz. Apareció con el título “A tu sed” en la edición de “Neuquina”, donde la primera estrofa se divide en tres: un terceto con los tres primeros versos; un verso solo y luego otro terceto); “Ríos”, con el que finaliza esta primera serie.

 

Tras el título de cada texto, va el nombre de la poeta, como si fuera en prevención de que esos textos pudieran ser separados en una posterior selección.

 

Continúa  la  “Suite   del  Viento”,  cuyo   subtítulo   –“primera  parte”-  hace  presumir  una continuación  que  no  se  encontró,  al  menos  en  la  obra  publicada.  Son  cuatro  poemas separados por líneas enteras de margen a margen, presentados mecanografiados en hojas oficio y en una máquina de escribir distinta, de cuerpo menor.

 

Sigue en copia carbónica mecanografiado el poema “Bardas”, dedicado “al doctor Gregorio Álvarez”  y  que  apareció  en  “Neuquina”  con  ese  título  pero  sin la  dedicatoria.  Tiene  una corrección borroneada. Lo curioso es que esta serie de tres poemas –siguen “Neuquina” e “Invierno neuquino”- aparecen firmados por Irma Acuña, lo que hace suponer que la autora los dio a copiar por otra persona, pues tenía plena conciencia de que podría haber errores en la escritura de su apellido y justamente por eso era muy celosa de que se escribiera correctamente.

 

También se guardan en la carpeta recortes de publicaciones periódicas:

 

•            Recortes de 1952: no tienen mención de publicación. Son cuatro textos, fechados según su aparición, todos de 1952 y en una sección denominada “Literarias”: “Alameda”, 25 de enero; “La Diosa del Desierto”, 1 de febrero; “Ríos”, 8 de febrero y “Cántaro”, del 15 de febrero. Este último tiene una aclaración a lápiz que dice: “Este figurará en el libro, así que está ya descartado”.

 

•            El diario “La Nación”, de Buenos Aires, publicó “Neuquina” el 13 de junio de 1954.

 

•            Recortes  de  1978:  pertenecen  a  publicaciones  en  el  diario  Río  Negro,  editado  en General Roca. Son dos poemas del libro “El Extraño”: el homónimo, el titulado “El Hombre” y “Para ti, que eras un niño oscuro”. También hay una reseña del libro de la poeta.

 

También hay, en la carpeta hallada, un comentario de “Neuquina”, publicado en septiembre u octubre de 1956 en la revista “Neuquenia” y una fotocopia de una reseña, del mismo año, de la conferencia que Irma Cuña dio en la biblioteca Juan B. Alberdi sobre “valoración de la poesía” en septiembre de ese año, que fue su primera actividad pública en Neuquén tras su graduación en Bahía Blanca.

 

Por último, hay un artículo aparecido en el número 1, año 1 de esa revista, correspondiente al año 1969, en Buenos Aires. En las páginas 26-27 apareció una referencia biobibliográfica de Irma Cuña y una selección de poemas que incluía “Neuquina” y “La duna” con la aclaración de la procedencia del libro “Neuquina”, de 1956. También aparecían el poema VI, un fragmento de “Cuando cae la voz”, de 1961; “Costa”, de “Menos plenilunio”, de 1964; “Espejismo”, fechado en 1967; “Pródiga”, clasificado como “Inédito, 1967”) y “Música”, con la misma aclaración que el anterior.

 

Un comentario  aparte sobre “Espejismo”: este poema apareció publicado en 1992 en “El riesgo del olvido” con el título de “Patagónica”, fechado en 1964 y con otra división estrófica y distinta redacción. Por ejemplo, una primera estrofa, en la edición aludida, culmina con un verso que en la original está en otra posición: “para abismar cabelleras y gemidos”, que sigue al verso “un túnel de silencio metálico”. La siguiente estrofa es un cuarteto, con los versos que están entre paréntesis y de los cuales, el tercero es el que se reubicó al final del fragmento

 

anterior. Luego siguen un cuarteto, un verso aislado y otros dos que son idénticos a esta

primera edición en “Neuquenia”.

 

Otra anotación: “Pródiga”, que en esta publicación apareció calificado de “inédito” fue editado en libro por primera vez en 2000, en el volumen “Poesía junta”, de Último Reino. La autora, en este caso, precisa la mención espacio-temporal: “1965, regreso de México”.

 

El poema titulado “Música” que figura en esta recopilación en “Neuquenia” reapareció años después en “El extraño” -1977-, sin título y como cierre de la sección titulada “La mujer” en ese volumen. De este conjunto de poemas, en este volumen aparecerán sólo los inéditos.

 

Ésta es la serendipia, el encuentro con lo no esperado, casi epifánico: una obra que se anuncia, una poesía que se comienza a escribir, una voz que pronuncia su nombre. El hallazgo inesperado, fortuito y afortunado que implican para la poesía escrita en la región y, en consecuencia, para la historia de la literatura en Patagonia estos textos de la joven poeta que ya anuncian la hondura de su voz, la extensión de su palabra.

 

 

 

 

 

 

Gerardo Burton

AMO

 

Amo el peñasco del riscal oscuro

de cuya entraña nace la vertiente.

Amo la pulpa albar de la simiente

que guarda la bondad del pan futuro.

 

Amo la reja de metal que doma

y fecundiza a la ventruda tierra;

la jugosa raíz, en que se encierra

la savia que en la flor se torna aroma.

 

Amo la cuenca del nidal vacío

y la postrera brasa en la ceniza.

Amo el arroyo que su paz desliza

y silencioso afluye al ancho río.

 

Amo la pluma que al poeta ayuda

y escribe el verso que su afán le dicta.

Amo el silencio de la lanza invicta,

que triunfa en la batalla y se está muda.

 

Y amo, en fin, todo lo que tiene esencia

oculta, inadvertida por la gente,

y sólo alcanza a ser en su existencia

vaso, guía, palanca, cauce, fuente.

 

 

 

 

 

FERVOROSAMENTE

 

Fervorosamente me acerqué a tu lado.

con fervores puros mi amor te entregué;

y cuando me olvides –si mi triste hado

quiere que suceda-, fervorosamente,

sin ningún reproche me retiraré.

 

Te habré dado entonces mi humana ternura,

mi anhelo más noble, mi ideal, mi fe.

Pero si me olvidas, aunque es pena dura

verse desdeñado, fervorosamente,

sin ningún reproche me retiraré.

 

Quedará mi vida vacía de anhelo

porque al alejarte te me irás con él.

Mas aunque mis sueños rueden por el suelo

para siempre rotos, fervorosamente,

sin ningún reproche me retiraré.

 

¿Dónde iré? ¡Quién sabe!... ¿El canto rodado

conoce el abismo donde ha de caer?

Rodaré vencido, mustio, desolado,

huérfano de afanes, de luces, de Bien…

Pero desde el alma y aunque despreciado,

sin ningún reproche, fervorosamente,

                te bendeciré.

 

 

 

 

 

SÁBELO: NADA RESTA

 

En el árbol cercano sus amores

con postrer alboroto dan las aves,

y cuando cesa, nace en tonos graves

de grillos un concierto entre las flores:

Aunque murió el gorjeo, aun hay cantores.

 

Es el atardecer. La noche ha abierto,

ya la gloria del sol no alumbra el suelo;

la luna, antes opaca, ha alzado el velo

y busca errante en mar azul su puerto:

El sol murió, pero la luz no ha muerto.

 

Llama la voz amante y no hay respuesta.

Todo es desolación en torno y hueco;

sigue el labio clamando (M), no halla eco

y llanto es hoy lo que antes era fiesta:

Ha muerto Amor. Ha muerto:

                               Nada resta…

 

 

 

 

OTOÑO

 

Las nieblas del otoño han entrado en mi alma.

Lento como una lluvia que sobre ella cayera

                salmodiando una nota.

Todo está mustio en torno, y es tan fría la calma

que me parece a ratos que mi vida está rota,

desolada, vacía, como si no existiera.

 

Con tristeza contemplo la amarilla alameda

las ramas deshojadas y los troncos escuálidos

                sin una flor de nido.

Se enreda el viento en ellos y la hojarasca rueda

lo mismo que mis sueños en el pecho dormido,

cortados como briznas y como un muerto pálidos.

 

¿Qué será de mi vida? Como un árbol que el viento

poco a poco desgaja, mi ideal sin retoño

                el hastío destruye.

Cada vez hay más frío y en el alma lo siento.

¿Quién mis sueños deshoja? ¿Por qué mi anhelo huye?...

Hoy ha entrado en mi alma el otoño.

 

 

 

 

VACÍO

 

Como una sierra tosca

despojada de ríos,

con cauces desecados,

                vacíos;

 

Como un llano sin árboles,

como un árbol sin nido,

como un nido sin pájaros,

                vacío:

 

Así, mi corazón

estérilmente limpio.

Lecho de sueños buenos,

pero lecho vacío.

 

 

 

INTERROGACIONES

 

Guijarro de montaña, ronda piedra pulida

que como ayer, mañana con tumbos rodarás,

dime, ¿para qué corres?... Y la piedra responde:

“Yo sólo sé que ruedo, nada más.”

 

Hierba estéril y opaca, sin aroma ni flores,

que ni alimento al hombre ni a la bestia les das,

dime, ¿para qué vives?... Y la hierba responde:

“Yo sólo sé que existo, nada más”.

 

Pajarillo grisáceo, de vuelo sin belleza,

lastimero en el grito, sin trino ni gorjear,

dime, ¿para qué vuelas?... Y el pájaro responde:

“Yo sólo sé que vuelo, nada más”.

 

Pobre esperanza mía, aromada de sueños,

¿qué afán te va guiando, hacia qué rumbo vas?...

“Yo sólo sé que existo, que rodé, que he volado…

                Y no sé nada más”.

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